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Mostrando entradas de 2017

Testigo de la Luz

Continuando con el camino que empezamos hacia un par de domingos atrás, queremos seguir llegando desde nuestra querida Buenos Aires hasta el pesebre. Las lecturas del día de hoy  y la liturgia nos proponen una actitud bien concreta para este tiempo: la alegría. San Pablo en la segunda lectura nos hace la invitación bien explícita: “Estén siempre alegres” (1Tes.5,16) . En la primera lectura escuchamos también la causa de la alegría del profeta Isaías: “Yo desbordo de alegría en el Señor…porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia” (Is.61,10 a) . En esa misma sintonía escuchamos el Magnificat cantado entre las dos lecturas. Es una invitación a la alegría ¿Por qué? Porque se viene algo bueno, se viene algo lindo, se viene la Navidad, el regalo de Jesús en medio nuestro. Por eso, es como que las lecturas nos quieren despertar de la modorra de fin de año, del letargo en el que solemos caer y nos dice: “Pónganse alegres, se viene algo bu

Independiente de mi vida.

Independiente de mi vida, y de sus diversas circunstancias, siempre ha estado Independiente. Esta afirmación no me deja muy bien parado para las normales expectativas que se tiene de un  proyecto de cura que soy. Más aún con la tradicional relación que hay entre Independiente y el diablo. Como sea Independiente ha estado siempre y quisiera afirmarlo ahora antes de que pueda ser juzgado de oportunista o de justificativo para la alegría. Siempre fui de Independiente sencillamente porque nunca se puso en duda. Lo fui, incluso a pesar de mis capacidades. Me acuerdo que teniendo cinco años una vez no supe si la figurita Panini del jugador vestido de rojo que mi hermano mayor me señalaba era de mi equipo o de algún otro. “¿Cómo va a ser de Independiente si tiene los pantalones también colorados?” , me corrigió pedagógicamente a pesar de que tiempo después – como en aquella goleada a Boca - esa afirmación se desdibujara.  El jugador en cuestión era de Argentinos Juniors.  Mi primera camis

Ensayo sobre el amor paraguayo

El amor como concepto tan vastamente usado expresa en verdad una diversidad de realidades que incluso poco tienen que ver entre sí. De ahí que, por ejemplo, los griegos distinguen dos tipos de amor: eros y ágape (no me pidan que profundice). O también en la lengua hebrea, tal como lo registra la Biblia a través de fragmentos de los evangelios y sobre todo en el Antiguo Testamento, es posible distinguir más de cinco matices.  De la misma manera quisiera yo hoy profundizar en un amor distinto que no es solamente una experiencia de haber sido amado de una manera distinta, sino que a esta altura me parece que se trata de un amor categorialmente distinto. Se trata, pues, del amor paraguayo. No me da el cuero para alcanzar una definición, pero haré el esfuerzo aunque sea por aproximación. Una aproximación fenomenológica diría haciéndome el letrado. La primera vez que experimenté esta realidad distinta fue al inicio del noviciado cuando desconocidos me trataban como si me conocieran de

Llamados a compartir el bien recibido

¿Qué hubiera pasado si Maradona jugando contra los ingleses no hubiera saltado con el puño? ¿Hubiéramos sido igual campeones del mundo? ¿Hubiéramos ganado de otra manera? ¿Nunca se pusieron a pensar qué hubiera sido del rumbo de la historia si cambiaban pequeñas cosas? En el caso de Maradona la situación fue clave: desde el momento en que tomó la decisión de saltar con el puño  marcó su salto a la historia personal y también la de todo el pueblo argentino. Maradona no se quedó con los brazos cruzados sino que tomó la decisión de exponerse incluso al límite de lo lícito. Algo que ver con esto tiene la línea de la liturgia de estos domingos. Acercándose el final, nos anima a preguntarnos como balance y también como proyección por esas decisiones, opciones que marcan rumbos personales y marcan la historia de muchos más. Así, el domingo pasado, la pregunta era por la expresión de la fe en las obras desde la imagen de las lámparas y el aceite. Las lecturas de hoy nos invitan a profund

Necesito una foto

Tal vez este es el momento en que me arrepienta de mi intromisión más arriesgada como maestro de ceremonia: después de la promesa de obediencia que hacían los ordenandos, entré en escena para pedir a dos fotógrafos improvisados que no se suban al presbiterio. “Queda feo” , sólo les dije.  No fui muy diplomático, pero el mensaje llegó. Ninguno de los dos volvió a subirse, manteniendo una prudencial distancia. A un puñado de días medio que lamento esa acción. Es que me falta una foto. Techi Pretel, una valiosa pieza de la Familia del Santuario de Confidentia, me compartió decenas de fotos sacadas por su celular. Mostraban la previa, el durante y el posterior festejo familiar aparentemente en el Almacén de Pizzas. Miré con detención cada una, pero no. No hubo caso. Me sigue faltando una foto. Pobre Techi no le puedo pedir más. Ella estaba ubicada en un lugar en donde los concelebrantes le tapaban la visión ¿Quién habrá sido el maestro de ceremonias que no cuidó ese detalle priorizando

Maldonado, el Mal, mi Dios y Yo.

  A Santiago no lo conocí y es probable que en los temas centrales de la vida pensemos muy distinto. Para ser honesto, difícilmente hubiéramos podido ser amigos. A pesar de eso, su desaparición no me fui indiferente. Tal vez por mi pulida inocencia comprendí desde el principio que la desaparición no se trataba de una grieta sino de una vida, de una familia, de un chico y de una desesperación difícil de contener. Puede haber ayudado la especial estima que siento por aquellos románticos que son capaces de involucrarse y de ser parte de luchas que los trascienden. La muerte me dolió. Pero también me dolieron las múltiples expresiones de bajeza humana. Me molestaron las interpretaciones y las interpretaciones de las interpretaciones. Me molestó recibir en mi propio teléfono celular fotos de su cuerpo. Me molestaron los chistes, el humor negro, los ventajismos y la mala leche. En definitiva me molestó todo aquello que mostró cómo el caso de Santiago nos ha ido deshumanizando. Lo más li

En la Iglesia no hay credenciales.

Manu me pidió que compartiera unas palabras después de las lecturas que acabamos de escuchar. Como siempre es bueno compartir algo de valor, les quiero mostrar mi billetera. Acá tengo un poco de plata: no me quiero hacer ni el pobrecito ni el ricachón. Gracias a Dios hay plata. También tengo, como seguramente cada uno de ustedes, algunas tarjetas o credenciales. Tengo mi DNI que puede parecer de poco valor, pero que para quienes vivimos fuera del país sabemos qué importante es tenerlo. Tengo la tarjeta Visa del Banco Supervielle donde mes a mes el Colegio Mater me deposita el nada despreciable sueldo; aunque igual es la tarjeta más básica del banco. Tengo la tarjeta de la Ciudad que la uso para moverme en bicicleta, porque como me tocaba repetir en otras circunstancias, “Buenos Aires es mejor en bici” . Tengo la tarjeta de una librería y no porque sea un gran lector sino porque seguramente me hizo algún descuento en algún libro que compré. Y lo mismo con esta otra tarjeta de la tiend

Sal y luz del mundo entero

El Evangelio que escuchamos recién (Mt. 5,13-16) nos estuvo acompañando en estos días de misión. En él encontramos motivación, mensaje y fuerza para nuestra misión. En distintos momentos de la espiritualidad hemos reflexionado con gran profundidad el sentido de ser sal y luz. Nos descubrimos sal y luz; nos descubrimos y nos valoramos con capacidad de dar sabor e iluminar la vida. Tanto es así que podría parecer un abuso escoger este Evangelio para esta celebración final de la misión ¡Ya basta! A pesar de esa sensación lo tomé especialmente porque quisiera detenerme y compartir algo que me viene dando vueltas en estos días. La misión no quiere ser solamente un ejercicio de autocomplacencia. La misión no quiere ser solamente una oportunidad en donde nos descubrimos valiosos. La misión no es solamente una terapia para nuestro casi siempre alicaído autoestima. Además de todo eso, Jesús nos señala una dirección concreta: ser sal y luz del mundo. Detrás de estas sabias palabras hay un me

No soy un héroe

El muro de Facebook se llenó de comentarios propios de la exuberante expresividad paraguaya. Días después de la Toma de Túnica, junto a una foto de los novicios recientemente revestidos con la túnica que los identifica como miembros de esta Comunidad de los Padres de Schoenstatt, leí: “ellos son los héroes de la Mater que dejaron familia y amigos para construir el Reino” . Me sorprendió y puede ser que sea fruto de que ahora que estamos grandes ya hay un poco más de realidad y de verdad. Coincidentemente cumplo cinco años de haber recibido esa misma túnica. Recuerdo ese día como uno de los más felices de mi vida. Sin embargo, sin falsa modestia, sería una exageración llamarme héroe. También sería falso decir que dejé familia y a amigos a pocas horas de ir a la casa de mis padres para un festejo familiar. No, no somos héroes. Y tal vez esto sea uno de los puntos más notables e impactantes de la vocación sacerdotal. No, no somos héroes ni tampoco somos mártires. Somos peregrinos a

No tengan miedo, Dios está-con nosotros

Al leer las lecturas de hoy (Jer. 20,10-13; Rom. 5,12-15; Mt. 10,26-33) me surgió una pregunta que quisiera compartir con ustedes ¿Cuándo fue la última vez que tuviste miedo? Creo que más cerca o más lejos, el miedo es una realidad existencial. Nuestra vida está atravesada por miedos. No son miedos generales sino miedo a que me pase algo a mí, casi como si fuera un ataque personal. El miedo nos seduce, nos atrae aunque sea como desafío. “Me asusta, pero me gusta” , cantaba Gilda y el miedo tiene mucho de eso. El miedo también recuerda nuestro límite: que no podemos controlar todo porque todo no podemos y por eso el miedo puede derivar en pecado. El miedo. Ante esa realidad tan humana y tan cotidiana parece querer hablarle Dios en el día de hoy a través de la Palabra. Yo me acordé de una situación de cuando era  chico; cuando era chico no porque de grande no tenga miedos, sino porque creo que me expone menos. Estaba yo en cuarto grado del Colegio del Salvador y formaba parte de la

Ganamos

El ritmo desparejo, pero acelerado de la escalera caracol no da lugar a dudas de que quien sube es Tito. Por este medio Tito, su mujer y sus dos hijos, unen diariamente la planta baja con el sexto piso donde tienen su modesta habitación en la villa 31. Al llegar a su cuarto, Tito se acerca al oído de su mujer dormida y al oído le susurra: “ganamos” . Lidia, su mujer, mira descreída y prefiere seguir durmiendo. Siendo ya los primeros minutos del día domingo, el plan de Lidia no parece demasiado loco. Sus pequeños hijos comparten el sueño desde hace tres horas. Así es la vida en el barrio: cae el sol y ya no es bueno andar por las calles por lo que el mejor panorama es subir a la habitación para ir a descansar y que mañana sea un nuevo día. Que mañana sea un nuevo día. Con la respiración todavía agitada Tito mira el horizonte y ahora se dice para a sí mismo  como tratando de convencerse: “ganamos” . Tito no ganó el juicio contra Ferrocarriles Argentinos por la lesión que le gener

Creer en lo que la misión despierta

Queridos amigos, querida familia misionera. Les comparto una reflexión para el cierre de esta misión a la luz del Evangelio que acabamos de escuchar (Jn. 6,22-29). Creo que nos dice mucho a nosotros, para este momento en el que estamos: terminando un fin de semana potente de misión. Es que existencialmente vivimos algo parecido a lo que les pasaba a los discípulos en el Evangelio. El Evangelio nos sitúa después de uno de los grandes éxitos de Jesús: la multiplicación de los panes. Había fama, éxito y todo era alegría. Jesús había mostrado -¡por fin!- todo lo bueno, lo grande, lo groso que era. Me puedo imaginar a los discípulos también re manijas. Con esa misma sensación y esas ganas, como le gusta cantar a un amigo, “de que esto dure para siempre, casi tanto como una eternidad”. Por eso lo buscan y quieren estar con Jesús, pero no lo encuentran. Hacia el final del relato lo encuentran y ahí llega una interpelación difícil de Jesús: ¿me siguen por los signos o porque comieron