Ir al contenido principal

No soy un héroe

El muro de Facebook se llenó de comentarios propios de la exuberante expresividad paraguaya. Días después de la Toma de Túnica, junto a una foto de los novicios recientemente revestidos con la túnica que los identifica como miembros de esta Comunidad de los Padres de Schoenstatt, leí: “ellos son los héroes de la Mater que dejaron familia y amigos para construir el Reino”. Me sorprendió y puede ser que sea fruto de que ahora que estamos grandes ya hay un poco más de realidad y de verdad.
Coincidentemente cumplo cinco años de haber recibido esa misma túnica. Recuerdo ese día como uno de los más felices de mi vida. Sin embargo, sin falsa modestia, sería una exageración llamarme héroe. También sería falso decir que dejé familia y a amigos a pocas horas de ir a la casa de mis padres para un festejo familiar. No, no somos héroes. Y tal vez esto sea uno de los puntos más notables e impactantes de la vocación sacerdotal. No, no somos héroes ni tampoco somos mártires. Somos peregrinos a la vida plena. Soy profundamente feliz (nótese el cambio de la primera persona del plural al singular).
En estos cinco años la sensación repetida es que esto es mucho mejor de lo que cualquiera se puede imaginar. No sé si es un problema de imagen o de anuncio. En distintos momentos me he cuestionado esta paradoja y me ha llevado a preguntarme si sabrá el mundo el feliz camino a ser sacerdote. En este contexto, yo soy el primer beneficiado de este llamado.
Paradójicamente una de las cosas que más cuestan de esto, es la conciencia cada vez más clara de la propia debilidad; justamente de no ser un héroe. Esa costosa experiencia de vulnerabilidad, me impide llegar más lejos de lo que uno quisiera o más firme de lo esperado. Esa vulnerabilidad hace todo frágil y a veces tan difícil. Esa misma vulnerabilidad aun cuando me encanta esto, impide hacerme dueño.
Soy un favorecido. Acá crezco: hoy me encuentro desplegado y cada vez menos enrollado, cada vez más libre. Acá hago nuevos –y buenos- amigos: porque si los de siempre siguen estando –y lo escribo mientras en mi interior repiquetea el asado que me clavé con unos ayer-, se agregaron muchísimos más. Con ellos sueño la construcción del Reino en este mundo y partidos de fútbol de miércoles por la noche. La temida soledad hoy contrasta con múltiples encuentros y una comunidad religiosa que es muy presente. El afamado celibato es eterna pregunta y presente respuesta desde la integración. La pobreza es un anhelo hermoso bien arraigado en mi alma austera. No, no soy un héroe ni soy un mártir.
No, no soy un héroe. Soy un privilegiado. Porque sin ser un héroe Dios me invitó a seguirlo. Porque aun siendo vulnerable, Dios confía en mí en niveles escandalosamente infinitos y así lo experimento a cada rato. Soy un misericordiado. No como juego de falsa modestia sino de admiración ante el modo de proceder de  Dios. Que no cuenta con héroes extraterrestres sino con personas normales (en el buen sentido) y cotidianas. Que para construir el Reino no apela a una fuerza mágica sino a la santa entrega de cada día. Que no espera mártires fanáticos del martirio sino personas profundamente felices dispuestas a lo que su cálida compañía invite.

No. No somos los héroes de la Mater; somos los misericordiados.        

Comentarios

TAMBIÉN PUEDE INTERESARTE:

Ahora que somos grandes

Ahora que somos grandes los matrimonios son los de los amigos y el juvenil beso nocturno es un te quiero para siempre. Y la casa de tus padres ya no es la tuya y tampoco la de ella. Porque sencillamente son grandes. Por eso los gastos –que no son menores-, las cuotas, ahorros y opciones. Ahora que somos grandes y ningún éxito personal alcanza para satisfacerse. Porque la vida es más que esa propia satisfacción y son otras personas. Porque siendo grandes los éxitos son con otros. Se responsabiliza por otros, se hace cargo de otros y se compromete por otros. Ahora que somos grandes las enfermedades no son la de nuestros padres y abuelos sino la tuya y la mía. Al punto que la muerte es una posibilidad que impone ser reconocida merodeando por esos puertos como fantasma nocturno o velero viejo que amarra a otros muelles. Ahora que somos grandes al pasado se mide en años que me hablan de ciudades, lugares y hasta países. Los minutos, las horas y los días forman semanas de c

Francisco, un espejo donde no mirarse

Como si fueran voces de un mismo coro, en esta semana Clarín y La Nación emprendieron el más duro embate contra el Papa Francisco. La razón de fondo parecería ser la no presencia en nuestro territorio. Los argumentos para este posicionamiento fueron al punto más bajo de todo: el supuesto desinterés. Como si se dijera que en realidad nadie quisiera la visita del Papa. Para eso se valieron de fotos sacadas desde lejísimos planos y mucho tiempo antes de una misa en Iquique. También le colgaron la responsabilidad de un sinnúmero de problemas de una Iglesia chilena que desde hace año rumea melancolía y decadencia. Si bien este último punto merece una lectura crítica y detenida, resultaba sorprendente el esfuerzo por unir la figura de Francisco a esta historia negra. No se le discuten las claras palabras -¿lo escucharán?- y tampoco los gestos inequívocos –porque los equívocos suelen interpretarlos de acuerdo a su narrativa elegida-. Es difícil de comprender esta actitud de los dos diarios