¿Qué hubiera pasado si Maradona
jugando contra los ingleses no hubiera saltado con el puño? ¿Hubiéramos sido
igual campeones del mundo? ¿Hubiéramos ganado de otra manera? ¿Nunca se
pusieron a pensar qué hubiera sido del rumbo de la historia si cambiaban pequeñas
cosas? En el caso de Maradona la situación fue clave: desde el momento en que
tomó la decisión de saltar con el puño
marcó su salto a la historia personal y también la de todo el pueblo
argentino. Maradona no se quedó con los brazos cruzados sino que tomó la
decisión de exponerse incluso al límite de lo lícito.
Algo
que ver con esto tiene la línea de la liturgia de estos domingos. Acercándose
el final, nos anima a preguntarnos como balance y también como proyección por
esas decisiones, opciones que marcan rumbos personales y marcan la historia de
muchos más. Así, el domingo pasado, la pregunta era por la expresión de la fe en
las obras desde la imagen de las lámparas y el aceite. Las lecturas de hoy nos
invitan a profundizar y animan a preguntarnos: ¿qué estoy haciendo con el bien recibido? La pregunta lleva otra
dificultad: “no es solamente el ladrón,
el hombre que busca siempre enriquecerse, el que hace el mal; quien al final es
castigado, es también aquel que no hace el bien” (San Juan Crisóstomo
c.345-407).
Esta pregunta adquiere hoy un contexto particular. En ocasión del cierre del Año Santo de la Misericordia, Francisco estableció que el anteúltimo domingo del Tiempo Ordinario se celebre la Jornada Mundial de los Pobres. Hoy es ese día y a lo largo del mundo se llevaron a cabo distintas iniciativas. En nuestra Ciudad, por ejemplo, se realizaron festivales masivos en las cercanías de la Villa 21 y de la 20. Allá en Roma, hoy Francisco invitó un almuerzo para 1500 pobres de Roma. El propósito de esta Jornada, según lo dice su lema, es invitarnos a que “no amemos sólo de palabra sino con hechos” (Francisco Mensaje I Jornada Mundial de los Pobres n1). Busca promover hechos que nos conduzcan a compartir y encontrarnos con los pobres de manera tal que esto forje un estilo de vida, como tanto dice Francisco, “pobre y para los pobres” (Francisco EG n198). En este contexto, la invitación es que el bien recibido, lo podamos compartir. Compartir nuestro bien para encontrarnos con el otro y que el fruto de los bienes compartidos marque un estilo de vida. Tomando la imagen del inicio, se trata de no cruzarnos los brazos sino de animarnos a tomar la decisión de estirar nuestra mano, para encontrarnos con la mano de nuestro hermano y así compartir nuestro bien.
El
contexto no es sólo la Jornada Mundial de los Pobres así en general, sino la
pobreza concreta y cotidiana que nos confronta en cada esquina y nos pregunta
con fuerza, ¿qué estás haciendo con el bien recibido?
Yo mismo me pregunto, ¿qué nos pasa que no logramos compartir nuestro bien? Y ojo que hablo del bien en general y no sólo en términos económicos o materiales. De hecho el bien más preciado es nuestra existencia, nuestra vida. Por eso la pregunta se vuelve más radical: ¿por qué no somos capaces de compartir nuestra vida con los demás? Ahí empatizamos con el tercer trabajador de la parábola del Evangelio de hoy que enterró su talento. Desde ahí se asoman dos tentaciones que todos podemos tener y que nos llevan a no compartir nuestro bien, a enterrar nuestro talento.
Primero, la tentación de tener
todo asegurado, todo controlado y ahí, como dice San Pablo en la segunda carta
que escuchamos, “cuando la gente afirme
que hay paz y seguridad la destrucción caerá sobre ellos repentinamente”
(1Tes. 5,3). Cuando en nosotros gana la
lógica conservadora difícilmente podemos compartir nuestro bien y terminamos
enterrando el talento. Encontrarnos nos desacomoda, nos expone, nos pone
frente a un riesgo. Por eso, con facilidad, podemos caer en esta tentación de
enterrar nuestro talento por conservadores. No se puede ser cristiano y
conservador, porque Dios siempre nos
lanza a la novedad, Dios es Buena Nueva.
Segundo,
la tentación de la indiferencia. Enterramos
el talento no tanto por malos, sino por indiferentes, porque no nos damos
cuenta del bien que esperan de nosotros.
San Pablo de nuevo nos lo advierte en la segunda lectura que hoy
escuchamos: “No nos durmamos como lo
hacen los otros, permanezcan despiertos” (1Tes. 5,6). Es cierto, a esta
altura del año caemos en esta tentación con más facilidad. Podemos vivir
adormecidos por el cansancio de arrastre de todo el año. Por eso las preguntas
de siempre, ¿cómo descansamos? ¿cómo superamos el cansancio? ¿cómo hacemos que
el cansancio no nos domine? Podemos vivir adormecidos por las pantallas que nos
impiden mirar a los demás y nos llevan a mirar solamente lo que nos resulta
atractivo, conveniente, divertido. Finalmente, también, podemos ser indiferentes
por vivir adormecidos por la sustancia: por el alcohol y la droga que nos desconectan.
El que entierra su talento, el que se queda con los brazos cruzados, el que no comparte su bien termina condenándose. En esto son muy duras las lecturas del día de hoy. Sin embargo, me parece que la peor condenación no es la que recibe al final de los tiempos sino la que va viviendo cuando se encierra, cuando se queda solo. Seguramente seguro y controlado, pero sólo. Seguramente en el sueño, pero solo. Esa es la peor condenación. De esa condena nos quiere salvar Dios a través del encuentro con los pobres que nos ofrecen un “pasaporte directo al paraíso” (Homilía Papa Francisco, 19/11/2017).
Te
pedimos Señor que nos envíes tu Espíritu para que nos anime a compartir nuestro
bien recibido, superando las tentación de enterar nuestros bienes por
indiferentes o por conservadores.
Comentarios
La parábola de los talentos era una de mis favoritas.
También me gusta esa que dice que nadie enciende una lámpara para ponerla bajo la cama, o algo así... a veces, se siente como que la luz se apaga.
De vez en cuando te leo, hay algunas entradas que me huelen a un claustro herméticamente cerrado (doxa personal).
Pero esta en particular tiene todo mi gusto...
Te agradezo.
Sofía.
Saludos!