Al leer las lecturas de hoy (Jer. 20,10-13; Rom. 5,12-15; Mt.
10,26-33) me surgió una pregunta que quisiera compartir con ustedes ¿Cuándo fue
la última vez que tuviste miedo? Creo que más cerca o más lejos, el miedo es una
realidad existencial. Nuestra vida está atravesada por miedos. No son miedos
generales sino miedo a que me pase algo a mí, casi como si fuera un ataque
personal. El miedo nos seduce, nos atrae aunque sea como desafío. “Me asusta, pero me gusta”, cantaba
Gilda y el miedo tiene mucho de eso. El miedo también recuerda nuestro límite:
que no podemos controlar todo porque todo no podemos y por eso el miedo puede
derivar en pecado. El miedo. Ante esa realidad tan humana y tan cotidiana
parece querer hablarle Dios en el día de hoy a través de la Palabra.
Yo me acordé de una situación de cuando era chico; cuando era chico no porque de grande no
tenga miedos, sino porque creo que me expone menos. Estaba yo en cuarto grado
del Colegio del Salvador y formaba parte de la selección de fútbol de mi
camada. Juagaba en el famoso Cocapri. Yo era el arquero suplente en un torneo
que se jugaba en dos tiempos de veinte minutos así que imagínense cuánto jugaba
yo. Eso no me importaba demasiado. Era más importante ser parte y, siendo
sincero, yo tampoco era Mondragón. De hecho, creo que estaba en el equipo más
por buen tipo que por buen arquero.
El caso es que un sábado jugábamos contra el colegio San José. Era
como un clásico de históricos, un clásico de barrio. Jugábamos de visitante y
el patio de su colegio tenía mucha mística. Era gigante, con baldosas negras y
blancas y unos balcones que se te venían encima. Aquel día no se muy bien por
qué el arquero titular, Lucas se llamaba, nunca llegó. Así, minutos antes de
que empezara el partido escuché el mágico “Juancito
vas de arranque”, de Leo mi entrenador. Para mí era como me mandaran a
jugar al Libertadores de América. Yo, consciente de mis grandes limitaciones,
tuve un miedo como el que describí al principio.
La historia no termina acá porque ni bien empezó el partido ahí sí
escuché una voz que desde atrás del arco me decía “Juancito, todo va andar bien, yo estoy atrás tuyo”. Era Leo, el
entrenador ¡Qué puedo decir de Leo! Aquel día sentí fuerte su protección, su
cuidado. Pero lo más lindo es que el modo en que me cuidó no fue sacándome,
sino confiando en mí. De alguna manera me expuso, pero al mismo tiempo se
comprometió conmigo. Ese día ganamos 2 a 1 y ahí sí me sentí Mondragón.
Pero bueno, en realidad no quería hablar de mí, sino de algo lindo que
esta anécdota aterriza bien. Las lecturas nos muestran justamente a un Dios que
nos cuida. Parece un poco elemental, pero qué bien nos hace recordar estas
verdades elementales para la vida. Dios te cuida, no tengas miedo. Esta verdad
se nos revela, como escuchábamos en el inicio de la misa, al retomar el tiempo
ordinario que es la vida cotidiana. En nuestro quehacer diario, en nuestro día
a día, parece que Dios nos quiere recordar que Él nos cuida, que Él está atrás
de nuestro arco.
Hay algo más. En las distintas lecturas este cuidado de Dios tiene
notas específicas. Es como que se nos enseña la pedagogía de Dios. Él nos
cuida, pero lo hace sin atacar nuestra libertad. Es decir no es una madre
sobreprotectora que le hace la tarea al hijo sino que nos cuida para que
nosotros seamos protagonistas. Para que nosotros salgamos a la cancha y seamos
nosotros los que atajemos, nos revolquemos, juguemos. (Rom. 5,15)
Dios también nos cuida como un guerrero (Jer. 20,11). Es decir Dios
nos cuida con fuerza y nos quiere fuertes. Nuestro Dios no es un dios
blandengue, tibio, medio suave y perdedor. Es un Dios fuerte y que nos hace
ganar. No tengas miedo, Dios está con vos y te lleva a la victoria siempre.
Finalmente Dios nos cuida porque nos conoce. Ojo, con esto no quiero
decir que nos conoce y sabe que nos vamos a mandar una macana. No. Dios nos
conoce y por eso nos reconoce valiosos. Dios nos cuida porque somos valiosos
para Él. Dios no es indiferente a nuestra realidad. (Mt. 10,33)
En fin, resuena como un estribillo en el Evangelio aquel “no teman” (Mt. 10,26.28). Esa es la
Buena Nueva del día de hoy. No teman porque Dios está-con nosotros y nos cuida.
Así tan bien nos lo describe el profeta Jeremías en la primera lectura: “Pero el Señor está conmigo como un guerrero
temible: por eso mis perseguidores tropezarán y no podrán prevalecer; se
avergonzarán de su fracaso, será una confusión eterna, inolvidable.” (Jer.
20,11)
Que esta sea nuestra Buena Noticia para vivir esta semana que
empezamos. Que esta Eucaristía sea el alimento para hacer frente a aquello que
nos da miedo.
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