Continuando con el camino que empezamos hacia un par de domingos
atrás, queremos seguir llegando desde nuestra querida Buenos Aires hasta el
pesebre. Las lecturas del día de hoy y
la liturgia nos proponen una actitud bien concreta para este tiempo: la
alegría. San Pablo en la segunda lectura nos hace la invitación bien explícita:
“Estén siempre alegres” (1Tes.5,16).
En la primera lectura escuchamos también la causa de la alegría del profeta
Isaías: “Yo desbordo de alegría en el
Señor…porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con
el manto de la justicia” (Is.61,10 a). En esa misma sintonía escuchamos el
Magnificat cantado entre las dos lecturas. Es una invitación a la alegría ¿Por
qué? Porque se viene algo bueno, se viene algo lindo, se viene la Navidad, el
regalo de Jesús en medio nuestro. Por eso, es como que las lecturas nos quieren
despertar de la modorra de fin de año, del letargo en el que solemos caer y nos
dice: “Pónganse alegres, se viene algo
bueno”.
Este
mensaje puede parecer un poco volado. Con justa razón hoy podemos preguntarnos,
cómo es posible esa alegría. Con razón podemos preguntarnos, ¿cómo es posible la alegría en
nuestra querida Argentina, que parece empecinada en regalarnos diciembres
problemáticos? Esta mañana pensaba también en quienes les agarra esta invitación a la alegría en medio de enfermedades
propias o de algún familiar ¿Cómo es posible estar alegres en medio de tanto
dolor y sufrimiento? Fin de año suele ser tiempo de balances y también momento
en que descubrimos que no todo cierra. Podemos ver todo negro, o #TodoRojo no
importa el color, pero perdemos la alegría por lo que no se ha logrado ¿Cómo es
posible la alegría? Finalmente, pensaba también en quienes pueden tener la
sensación de que no es digno, de que esta Navidad no lo agarra bien parado.
Pues bien, la Liturgia y las lecturas no evaden esta situación. Sencillamente nos invitan a la alegría unida a la esperanza
por lo que se viene. Por eso de vuelta, se viene algo lindo, se viene algo
grande, alegrate. Y esta alegría es realmente para todos, sin importar en qué y
cómo estás.
En este contexto, el Evangelio nos
encuentra nuevamente con un gran personaje que nos da una buena pista para
alegrarnos. En la definición de Juan –¡qué bueno llamarse así!- se lo describe
como “testigo de la luz” (Jn.1,8). Encontramos en él un paradigma de
qué significa ser cristiano. Es que se trata no de ser dueño de una luz sino
testigo. Se trata de pasar de la lógica del control a la contemplación. Una
buena pregunta que quiero dejarles para meditar en esta misa y en estos días
antes de la Navidad es: ¿Cuáles fueron las luces que vi en este año? ¿De qué luces puedo dar testimonio? Esas luces
nos muestran algo de Jesús. Es un buen ejercicio de fin de año. ¡Ojo! Esta luz no siempre se ve a primera vista como si
fuera la bengala de Independiente campeón festejando en el Obelisco. Por lo
general, es una luz tenue que asoma entre los claroscuros de la vida. Es una
luz que nos invita al cobijamiento, a la oración, al pesebre. ¿Cuáles fueron las luces de este año?
Aprovechando que estas palabras
tienen algo de despedida, quisiera compartir situaciones,
momentos, en que pude ser testigo de la luz. A lo largo de
este año fui testigo de la luz estando con mi familia, mis amigos y mi
comunidad. Ellos son fuente de amor incondicional. Me sé querido, me sé bancado
y me permiten ser. No porque sea la familia o la comunidad ideal
sino porque a pesar de no serlo, me mostraron algo de Jesús. En este año fui testigo de la luz en distintos
apostolados. De manera especial quería hacer referencia a una experiencia que
conocí de la mano de Nacho, un amigo. Después de la misión de Semana Santa, con
él conocí a Luján, una chica de doce años que sueña con ser maestra. Su familia
vivió en una casa ocupada durante doce
años. Un mal día cayó el propietario y quedaron en la calle. Ahí, gracias a la
solidaridad y generosidad de una vecina, les dieron, le regalaron, le prestaron
no se cuál es la figura jurídica que exprese este amor, un espacio donde se
guardaban animales. Es como un pesebre podría decir poniéndome romántico, pero
en realidad es un lugar bravísimo. Gracias al esfuerzo de la familia han ido
construyendo, reemplazando las paredes de madera por unas de ladrillo y el piso
de tierra por un piso de material. Así, en medio de la enorme oscuridad en la
que vive la familia, pude ser testigo de una luz de solidaridad, de esfuerzo,
de Jesús. A riesgo de ser vende humo, también fui testigo de la luz en la misa
de cada domingo acá. Si bien voy a misa todos los días, o trato de ir a misa
todos los días, reconozco que lo que se genera acá es muy especial. Por el
ambiente familiar, por la liturgia, por Manu, por todo. Es la luz de la fe vivida
en comunidad. Finalmente soy testigo de la luz que Dios puso en mi corazón
llamándome al sacerdocio. Es que pasa el tiempo, pasan los años y en medio de
algunas oscuridades parece que Dios quiere que sea cura y no es joda. Y a mí no me deja de sorprender porque me conozco, sé
de mi pecado y de mis incoherencias, pero parece que esto viene en serio. A
mí me encanta, me entusiasma, soy feliz.
Soy testigo de la luz de la vocación. Por eso agradezco.
Pidamos a la Mater que nos ayude, que nos limpie
la mirada, para que cada uno de nosotros pueda hacerse testigo de la luz tal
como lo fue Juan el Bautista. Que nunca nos creamos dueños de la luz. Que nunca
nos creamos iluminados. Eso cansa, aburre y exige demasiado. La vida es mucho
más linda cuando uno logra ser testigo de la luz que está en medio de tantas
oscuridades.
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