Queridos amigos, querida familia
misionera.
Les comparto una reflexión para el
cierre de esta misión a la luz del Evangelio que acabamos de escuchar (Jn.
6,22-29). Creo que nos dice mucho a nosotros, para este momento en el que
estamos: terminando un fin de semana potente de misión. Es que existencialmente
vivimos algo parecido a lo que les pasaba a los discípulos en el Evangelio.
El Evangelio nos sitúa después de uno
de los grandes éxitos de Jesús: la multiplicación de los panes. Había fama,
éxito y todo era alegría. Jesús había mostrado -¡por fin!- todo lo bueno, lo
grande, lo groso que era. Me puedo imaginar a los discípulos también re
manijas. Con esa misma sensación y esas ganas, como le gusta cantar a un amigo,
“de que esto dure para siempre, casi tanto como una eternidad”. Por eso lo
buscan y quieren estar con Jesús, pero no lo encuentran. Hacia el final del
relato lo encuentran y ahí llega una interpelación difícil de Jesús: ¿me siguen
por los signos o porque comieron bien? Jesús no quiere que lo sigan porque
habían comido bien sino porque, más que eso, habían encontrado a Dios. Por eso mismo la invitación final no es tanto
a hacer esto o lo otro sino a creer en que aquel que les había hecho comer tan
bien, era Dios.
A nosotros también nos pasa. Terminando
la misión también nos preguntamos, “¿qué tengo que hacer?”. La respuesta que
Jesús les da a los discípulos también sirve para nosotros: el mejor ‘hacer’ es
que ustedes crean. Jesús nos dice, “quiero que creas”. Y nos lo dice a cada
uno: a Martín, a Kevin, a Tomás, a Milagros, a María, a Delfina…
Lo más potente de estos días, más que
la misión en sí misma es que nosotros nos hemos encontrado con Dios. Nos
encontramos con Jesús. Nos encontramos con el Espíritu del Resucitado. Esto es
Dios. Así es Dios. No nos equivoquemos: Totus no es una experiencia marketinera
de la Iglesia, no es una campaña proselitista. No. La Totus es una experiencia
de la esencia del Evangelio. Por eso es que despierta mucha vida. Por eso todos
estamos con el corazón recontra cargado de vivencias, de encuentros, de
preguntas, de sueño, de ganas, de anhelos. Nosotros. Sí. Todos nosotros.
Nosotros que muchas veces somos caricaturizados como apáticos, desinteresados
o indiferentes, en estos días de misión
descubrimos cuánta vida despierta Dios. Por eso también brota la misma pregunta
de los discípulos: “¿Jesús qué querés que hagamos?”. La misma respuesta: quiero
que creas en lo que está misión despertó en vos.
Creer
en Dios. Creer en el Dios que es
alegría, que te hace saltar en cada envío y arrodillarse en cada Adoración.
Creer en Dios es cantar, y cantar hasta que parece que te explota la vena.
Creer en este Dios que te hace llorar y te hace reír. Creer en Dios que es
bueno y que es bueno todo lo que Él hace. Porque, de nuevo, la Totus no es una
experiencia de marketing eclesial sino que es la esencia del Evangelio.
Creer
en la nueva mirada de la familia;
en tu familia. En esas ganas de recomponer relaciones. En esas ganas de cambiar
el frío de la indiferencia con papá y mamá por el calor de un buen abrazo. Por
eso, queridos misioneros, al volver a sus casas les van a preguntar mucho cómo
les fue: ustedes más que decir esto o lo otro, regalen un buen abrazo. Creer en
tu familia, en volver a valorarlos. En ver a tus hermanos y a tus hermanas como
amigos, amigas y también madrinas o padrinos porque son guías, ejemplos o
simplemente compañeros de camino.
Creer
en el futuro. Creer en esas ambiciones
para el futuro que Dios puso en nuestro interior en estos días ¡Qué lindo signo
de Dios volver de la misión con ambiciones! Creer en esas ganas de construir un
mundo diferente, una realidad diferente para que ningún otro argentino sufra
las injusticias, las indiferencias que nos dolieron en estos días y que nos
tuvieron separados. Creer en esas ganas de que vale la pena jugársela por
estudiar una carrera diferente a riesgo de no poder mantener determinado nivel
de vida. Creer en esa pregunta vocacional que se despertó en tu interior y que
hoy te hace pensar que ser sacerdote no sería una locura. Porque además, está
re bueno.
Creer
en la fuerza del encuentro. Creer en la fuerza
transformadora del encuentro. Porque hemos experimentado que cuando los
corazones se juntan somos capaces de todo ¡Qué bien nos hace encontrarnos!
Abrir las puertas de nuestra casa y recibir a los misioneros. Salir de nuestras
casas y hacernos nuevos amigos en las plazas, en la kermesse y en la peña.
Creer en que cualquier dolorosa distancia puede sanarse con un momento de
encuentro como los que tuvimos en estos días: de corazón a corazón.
Por último, queridos amigos, creer en nosotros mismos. Jesús te
invita a creer en lo que vos sos. En estos días experimentaste todo el bien que
vos podés hacer. Y ojo, no es que la careteaste el fin de semana entero. No.
Vos sos así. Por eso podés hacer grandes cosas. Por eso podés ayudar a que
otros recen. Por eso podés generar el ambiente indicado para que pase cada
cosa. Por es podés abrir puertas. La misión nos descubre mucho más valiosos de
los que creíamos que éramos. Se trata al final de cuentas, de creer en que, como
tantas veces lo hemos dicho en estos días, el Espíritu “vive en nosotros y con nosotros
está” (Jn. 14,16).
Terminamos la misión y ahora te invito
a creer. Estos días de misión no fueron un sueño, no fueron mentiras, no fueron
caretas. De nuevo, no fueron días de marketing eclesial sino días de vivir la
esencia del Evangelio. Por eso te animo a creer en todo lo que está misión
despertó en tu corazón. Se lo confiamos a María, la Mater, a Ella que fue capaz
de creer y que gracias a eso pudo traer a Jesús al mundo.
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