Vuelvo al piso. Como lo hacía en la escuela de Santa Lucía en esa clase transformada en capilla. Pasaba horas mientras las velas se derretían iluminando algo de Jesús. Sentado en el suelo rezaba con otros veinteañeros y veinteañeras deslumbrados por lo que (nos) pasaba en el misión.
Vuelvo al suelo. Como lo hacía en la escuela de La Estancia, en Corrientes. En esos retiros que teníamos al terminar cada día aunque le dijéramos oración de la noche. Noches de alto vuelo espiritual, musical y hasta me animaría a decir místico. Ahí se forjaron amistades, tabores, aliados, en el mundo.
Vuelvo la mirada a la tierra en donde algo de James descansa para siempre. Aunque sabemos que es mucho más que eso, pero no podemos negar que algo hay, hubo o como quieran conjugar. Lo recuerdo y estiro el último final mientras vacío el mate que me acabo de tomar antes de su funeral.
Vuelvo a sentirme igual de pendex que los misioneros a los que yo supuestamente acompaño aunque la gracia de acompañar es poder caminar juntos. Me emociono con ellos y como ellos en esos ratos de oración en MTA. Juego con crealina como uno más porque al final en el suelo somos todos iguales.
Vuelvo a bajar pronto, como Zaqueo ante la inminente presencia de Jesús que quiere mirar a los ojos para convertir el corazón. Tocar la tierra roja del Paraguay es tocar la carne viva -herida y abierta porque viva- de mí corazón siempre apasionado. Despejo la cabeza y sus ideas para pasar a la contemplación.
Vuelvo a ilusionarme con el día que parece que pronto llegará en que me postre como signo de entrega total a Jesús para ser de Él y así más amarlo y servirlo, como sacerdote. Postrado a sus pies, eres el amor de mí vida, hacia ti tiende mí ser cantábamos en Corrientes.
De tanto en tanto vuelvo a rezar sentado en el piso y así vuelvo a ilusionarme, a tocar (mí) realidad, a renovarme, a abrazar mí destino, a mirar algo de Jesús y a ser amigo. Desde Puente Alto, a miles de kilómetros de esos lugares donde aprendí que seguir a Jesús sigue consistiendo en simplificarse, en abajarse y así admirar a Él quien se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. (Flp.2,7)
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