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Francisco, un espejo donde no mirarse

Como si fueran voces de un mismo coro, en esta semana Clarín y La Nación emprendieron el más duro embate contra el Papa Francisco. La razón de fondo parecería ser la no presencia en nuestro territorio. Los argumentos para este posicionamiento fueron al punto más bajo de todo: el supuesto desinterés. Como si se dijera que en realidad nadie quisiera la visita del Papa. Para eso se valieron de fotos sacadas desde lejísimos planos y mucho tiempo antes de una misa en Iquique. También le colgaron la responsabilidad de un sinnúmero de problemas de una Iglesia chilena que desde hace año rumea melancolía y decadencia. Si bien este último punto merece una lectura crítica y detenida, resultaba sorprendente el esfuerzo por unir la figura de Francisco a esta historia negra. No se le discuten las claras palabras -¿lo escucharán?- y tampoco los gestos inequívocos –porque los equívocos suelen interpretarlos de acuerdo a su narrativa elegida-. Es difícil de comprender esta actitud de los dos diarios de mayor tirada en Argentina.
Montar el discurso de un supuesto desinterés por el Papa es no entender quién es el Papa. Dicho en otros términos: por mucho que le guste o no a Clarín y La Nación, Bergoglio es el Papa más allá de su convocatoria. Por eso, sería preferible, que en lugar de discutir convocatorias nos atrevamos a discutir su mensaje. Escuchar su mensaje y dejarnos interpelar. Al escucharlo, dentro y fuera del Pueblo de Dios, todos pasamos –o sería bueno pasar- por dos instancias. Una primera instancia se queda en la mera entretención de tratar de identificar en quiénes piensa Francisco cuando dice lo que dice. Ahí todos jugamos a adivinar públicos: que esto lo dice pensando en tal país, en tal situación política y hasta en tal movimiento. Ahí no hay conflictos porque podremos orientar el mensaje de Francisco –siempre interpelante-  a quienes nos plazca. Una segunda instancia, un segundo paso, es reconocer que ese mensaje me lo dice a mí. Este elemental segundo paso no solamente no lo quieren dar estos dos medios sino que también muchísimos miembros de la Iglesia más conservadora y clérigos particulares que en algunos casos también son hermanos de comunidad.
Es raro el fenómeno. A Francisco no lo quiere la derecha ilustrada rompiendo la tradicional alianza implícita de derechas e Iglesia. Impensable para nuestro país y también para el mundo. Aquellos que eran más papistas que el Papa hoy son más clarinistas que nobles. Más. A Francisco tampoco lo quieren muchos sacerdotes que hasta animan y contagian este mensaje de desinterés. Me da la impresión que ellos tienen entre 45 y 65 años. Ellos sienten que ya están de vuelta y no se atreven a dejarse interpelar por él. Superaron con dificultad –o están superando-  la crisis de los cuarenta y no quieren más inestabilidad. Por el contrario, a Francisco los queremos los jóvenes quienes creemos que esta Iglesia y este mundo no dan para más y que solamente es posible cambiarlo desde adentro. A Francisco también lo quieren los curas mayores, sorprendidos por la novedad e ilusionados con que pueda pasar algo bueno y nuevo para esta Iglesia que ellos mismos ven.
La razón por la que ni Clarín ni La Nación desean mirarse en el espejo de Francisco me parece encontrarla en razones políticas de fondo. Ahí parece vislumbrarse la escandalosa comunión comunicacional entre este Gobierno y los dos medios mencionados. Es que al Poder Ejecutivo Nacional y sus Ministros les incomoda mirarse en el espejo. Si bien nunca fueron muy fanáticos de la autocrítica, en la segunda mitad del período parece que entraron en una etapa acrítca. Fanáticos de la gestión, pasan por alto la posibilidad de estar descuidando ciertos temas no menores.  Como si hubiera intencionalidad tampoco están dispuestos a que otras voces se lo señalen o se encarguen de ellos. Prefieren tener el monopolio de la agenda pasando por alto algo que me enseñaban en mis primeros años de la licenciatura en Ciencias Políticas: no se hace política sólo sino en diálogo, en negociación. Honestamente no sé si el modo de hacer política del Poder Ejecutivo y sus Ministros es de ignorantes o soberbios.
El espejo en donde el Poder Ejecutivo y sus Ministros prefieren mirarse es en el oscuro pasado kirchnerista. Uno de los gobiernos más corruptos -o de los que menos hizo por destrabar la trama corrupta del sistema- parece ser la vara con la cual medirse y el espejo donde mirarse. Comparan sus nombramientos de familiares con los nombramientos que hacían los kirchneristas. Comparan sus destratos con los destratos kirchneristas. Comparan sus fracasos con los fracasos kirchneristas.  Comparan sus resultados de kilómetros de ruta y de kilos de cemento con lo de los años anteriores; porque al final -como me dijo el actual Ministro hace unos años-: “¿qué son los valores?”.
No quieren mirarse en el espejo de los sindicatos, tal como se intuye a partir de los últimos decretos y fallos. No quieren mirarse en el espejo de medios de comunicación díscolos, tal como se observa en la grave crisis del sector. No quieren mirarse en el espejo de organismos internacionales, tal como se desprende de la supuesta kirchnerización que ven en cada uno de ellos. No quieren mirarse en el espejo de organizaciones sociales y ciudadanos de a pié que se manifestaron en el último diciembre de furia. Y completando esta lista tampoco quieren mirarse en el espejo de Francisco. Tal vez sea necesario aclarar que mirarse en el espejo no es tomar sus palabras como palabras santas ni esperar bajadas de línea y mucho menos formas de gobernar: se trata sencillamente de dejarse interpelar.

Lamentablemente mirarse en el espejo de Francisco no garantiza un éxito absoluto para ninguna nación ni para ninguna persona de buena voluntad. El Papa no tiene la clave del éxito ni la fórmula de la eficacia. Él no se las sabe todas. Incluso más: Francisco puede equivocarse. A pesar de todo esto, Francisco sí parece ser el espejo –tal vez único del mundo contemporáneo- desde donde mirar a quienes se encuentran en la periferia, desde donde constituirnos como pueblo y –para los creyentes- encontrarnos con Jesús. Eso se puede alcanzar con una gran convocatoria, con una reunión para cuatro gatos locos o sencillamente leyendo su Magisterio. Ojalá que la actitud que tomamos como argentinos no haga conformarnos con estar en este último grupo. 





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