
Montar el discurso de un supuesto desinterés por el Papa es
no entender quién es el Papa. Dicho en otros términos: por mucho que le guste o
no a Clarín y La Nación, Bergoglio es el Papa más allá de su convocatoria. Por
eso, sería preferible, que en lugar de discutir convocatorias nos atrevamos a
discutir su mensaje. Escuchar su mensaje y dejarnos interpelar. Al escucharlo,
dentro y fuera del Pueblo de Dios, todos pasamos –o sería bueno pasar- por dos
instancias. Una primera instancia se queda en la mera entretención de tratar de
identificar en quiénes piensa Francisco cuando dice lo que dice. Ahí todos
jugamos a adivinar públicos: que esto lo dice pensando en tal país, en tal
situación política y hasta en tal movimiento. Ahí no hay conflictos porque
podremos orientar el mensaje de Francisco –siempre interpelante- a quienes nos plazca. Una segunda instancia,
un segundo paso, es reconocer que ese mensaje me lo dice a mí. Este elemental
segundo paso no solamente no lo quieren dar estos dos medios sino que también
muchísimos miembros de la Iglesia más conservadora y clérigos particulares que
en algunos casos también son hermanos de comunidad.

La razón por la que ni Clarín ni La Nación desean mirarse en
el espejo de Francisco me parece encontrarla en razones políticas de fondo. Ahí
parece vislumbrarse la escandalosa comunión comunicacional entre este Gobierno
y los dos medios mencionados. Es que al Poder Ejecutivo Nacional y sus
Ministros les incomoda mirarse en el espejo. Si bien nunca fueron muy fanáticos
de la autocrítica, en la segunda mitad del período parece que entraron en una
etapa acrítca. Fanáticos de la gestión, pasan por alto la posibilidad de estar
descuidando ciertos temas no menores.
Como si hubiera intencionalidad tampoco están dispuestos a que otras
voces se lo señalen o se encarguen de ellos. Prefieren tener el monopolio de la
agenda pasando por alto algo que me enseñaban en mis primeros años de la
licenciatura en Ciencias Políticas: no se hace política sólo sino en diálogo,
en negociación. Honestamente no sé si el modo de hacer política del Poder
Ejecutivo y sus Ministros es de ignorantes o soberbios.
El espejo en donde el Poder Ejecutivo y sus Ministros
prefieren mirarse es en el oscuro pasado kirchnerista. Uno de los gobiernos más
corruptos -o de los que menos hizo por destrabar la trama corrupta del sistema-
parece ser la vara con la cual medirse y el espejo donde mirarse. Comparan sus
nombramientos de familiares con los nombramientos que hacían los kirchneristas.
Comparan sus destratos con los destratos kirchneristas. Comparan sus fracasos
con los fracasos kirchneristas. Comparan
sus resultados de kilómetros de ruta y de kilos de cemento con lo de los años
anteriores; porque al final -como me dijo el actual Ministro hace unos años-: “¿qué son los valores?”.
No quieren mirarse en el espejo de los sindicatos, tal como se
intuye a partir de los últimos decretos y fallos. No quieren mirarse en el espejo
de medios de comunicación díscolos, tal como se observa en la grave crisis del
sector. No quieren mirarse en el espejo de organismos internacionales, tal como
se desprende de la supuesta kirchnerización que ven en cada uno de ellos. No
quieren mirarse en el espejo de organizaciones sociales y ciudadanos de a pié
que se manifestaron en el último diciembre de furia. Y completando esta lista
tampoco quieren mirarse en el espejo de Francisco. Tal vez sea necesario
aclarar que mirarse en el espejo no es tomar sus palabras como palabras santas
ni esperar bajadas de línea y mucho menos formas de gobernar: se trata
sencillamente de dejarse interpelar.

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