Querido Dios Padre:
Me animo a escribirte estas
líneas tomándome en serio aquello que tanta gente repite: “vos que sos seminarista y estas más cerca de Dios”. Desde este
supuesto lugar de cercanía me animo a escribirte. Sabrás, en estos últimos días
habrá llegado al cielo Christian o sencillamente James, mi gran amigo del que
tantas veces te hablé. En estas horas después de su llegada al cielo he
fantaseado mucho en qué es lo que le espera arriba y estoy convencido que debe
sentirse espectacular. Algo de eso aprendí del semestre pasado en el ramo de Escatología.
En aquel estudio me sorprendió que en el cielo también hay lugar para la
materia aunque no se pueda decir muy bien de qué modo. También ahí me
sorprendió escuchar a quienes dicen que en realidad no hay que pensar en un único cielo sino
un cielo para cada uno. Aprobé el examen con 7 solamente porque no me
preguntaron cómo interpretar aquello. Sin embargo, hoy quiero volver a esa
imagen para pedirte un cielo para James.
Empecemos por lo básico. El
paraíso de James tiene que tener el pasto recién cortado. En lo posible húmedo
y con olor a tierra mojada. Ideal para jugar al fútbol. Me acuerdo que la
última vez que jugamos disfrutamos mucho sencillamente pateando la pelota
fuerte de una punta a la otra delante del Santuario de Sion en Alemania.
Poníamos todas nuestras fuerzas en pelotazos cruzados. Atendeme también la
temperatura: si hace mucho calor es probable que James acabe sopeado muy rápido
y si el cielo es eterno debería aguantar mucho más. Junto a ese infinito pasto
cortado y recién regado que haya cerca un par de árboles. No se muy bien cómo
se resuelven las necesidades fisiológicas ahí, pero vos entenderás.
Para cuando se canse de patear o
se aburra tenele preparado un asado y una mesa al lado. Una mesa no porque
James quisiera comer el asado en soledad sino porque siempre le cargó hacer
diferencias. Tenía un corazón universal. Anhelaba que todos pudieran ser parte
de la mesa, su mesa, sin importar origen social ni profesión. Tanto que a veces
yo le reprochaba malamente los enormes esfuerzos a los que se exponía
juntándose con personas que lo desgastaban en el peor momento de su enfermedad.
Tampoco distinguía por prácticas religiosas, inclinaciones sexuales ni ciudad
de nacimiento. Seguramente conserve ese interés allá arriba y desde acá abajo
nos dejaremos impulsar en la tarea de ser de todos para que Jesús pueda llegar
a todos. Que la carne esté jugosa.
Además, si el cielo es un diálogo
de eternas novedades como decía Santo Tomás, que ese diálogo se de tomando
fernet. Ojo, no es que James fuera un borracho, pero parte de nuestra amistad
se fue construyendo tomándonos dos vasos de fernet y hablando de todo: en el
mirador del noviciado, en algunas jornadas de curso, en el living del colegio
mayor y de alguna manera también en Houston. Lo disfrutábamos especialmente.
Hoy comprendo por qué esos tenían sabores de eternidad. Si se puede acompañar
con algo que sea con maní japonés como aquella vez que tomamos en el noviciado
filtrándonos en la oficina de nuestro maestro de novicios para seguir los
avances de la operación de su madre.
Permitile que pueda comer con
pausa para interesarse por todos los comensales. Seguramente como yo, vos
también te sorprendas con la cantidad de historias y con la cantidad de cosas
que hizo James siendo un “under”
(aunque los últimos acontecimientos y algunos tramos de su vida universitaria
lo hayan puesto como un “upper”,
según me decían ayer algunos de sus amigos de la universidad). Si hubiera
mezcla de gente, mejor todavía. Así como pasaba en sus cumpleaños que tanto le
gustaba, que haya posibilidad de mezclar sus vínculos y sus realidades que
tenían lugar en su corazón gigante. La frase “James marcó mi vida” une a vivos y a difuntos. Con ellos podrá
encontrarse allá arriba.
Para una vez que se acabe la
carne sería bueno que hubiera como de postre una buena cantidad de alfajores
cachafaz. Junto a eso también volcancitos en exceso. Evitaremos así que se
genere algún malestar como aquel acontecimiento en Houston. Justamente ahí podrá
compartir y reencontrarse con Mateo, aquel niño que conoció en Houston y cuya
muerte tanto le impactó. Si bien siempre fue bueno para comer, en los últimos
años pareció despertarse una especial apertura para lo dulce. En ese sentido
que tampoco falten los super 8 y el manjar.
Después de estos momentos más
sociales dale espacio para que esté sólo. Mejor dicho, permitile estar con tu
hijo Jesús a solas en momentos prolongados. Me emociona pensar en el abrazo
grande que se habrán dado. Me imagino el mutuo agradecimiento. No imagino
reproches ni pedidos de explicaciones sino solamente un abrazo largo y
sostenido como aquel con el p. Fernando que me comentaba. Me lo imagino hasta
llorando de emoción, pero “llorando por
dentro”, como se excusaba cuando parecía frío. Seguramente esto ya habrá
pasado. Por favor dale espacio para ese encuentro exclusivo. Al final eso era
lo que más quería. También lleva muchísimos pedidos de intercesión. Empezando
por mí mismo que le pedí al costado de la cama por mi sacerdocio y el de su
curso, antes de que me pidiera que lo dejara de “huevear”.
Releo esto y caigo en la cuenta de
que el cielo para James se parece muchísimo al cielo que sueño para mí. Tal vez
por la amistad; o tal vez por el anhelo enorme de volver a encontrarnos que supera
cuánto ya lo extraño y se transforma en esperanza. Nos vemos en el cielo
amigazo y un poco acá cada vez que rece como vos me mostraste, cada vez que me
clave un cachafaz, cada vez que me junte con tus familiares y amigos (¡ojalá se
pueda dar!), cada vez que me tome un fernet, cada vez que coma un asado y cada
vez que patee una pelota con más ganas que fútbol.
Amén.
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