Un lugar comun es... el ser tucumano.
Después de algunos paseos por el interior comienzo a detectar algunos Lugares Comunes del ser nacional de cada región, de cada pueblo, de cada provincia. Por eso empiezo hoy hablando de Tucumán con la esperanza de poder intercambiar experiencias, recuerdos y así terminar reconociendo que el ser de una u otra localidad también significa adquirir ciertos Lugares Comunes.
Tucumán se muestra al resto del país como un lugar cuyo principal atractivo sigue siendo su historia. El hecho de ser el Jardín de la República, no porque tenga muchas flores, sino por haber sido la provincia de la Independencia es el dato que sobresale. Cuna de Nicolás Avellaneda, Tucumán tiene el extraño privilegio de haber sido tierras de combate –y posterior triunfo- entre los criollos y los españoles que no se terminaban de dar por vencidos, gracias al particular capricho de Manuel Belgrano. Con lo de capricho me refiero a que esto era contrario a lo que le aconsejaban desde Córdoba, asustados luego del fenomenal éxodo jujeño.
Ese hito también marcó en lo religioso a la provincia por entero. Más por casualidad que por principios la Virgen de la Merced terminó siendo tomada como propia por todos los tucumanos. Hoy su Iglesia es aún más linda que la mismísima Catedral y que el Convento.
En Tucumán estas historias siguen parcialmente vivas. El paseo obligado por la Casa de Tucumán genera una mezcla de sabores bastante originales. Con facilidad uno puede pasar de la emoción a la desilusión y de la desilusión a la esperanza. Esto ocurre cuando uno comienza a sospechar lo que más tarde se blanquea abiertamente: poco de la actual Casa de Tucumán tiene que ver con la histórica.
Cuando uno camina por esas calles da la sensación que a los pobres tucumanos les pesa demasiado su historia. Tucumán es como el joven de doble apellido heredero de cuatro generaciones de médicos exitosos: quiere valerse por sí mismo y no por lo que ha pasado tanto tiempo antes… pero no puede.
De ahí nacen muchas de las contradicciones con las que se encuentra con el andar. Con su rica historia no hay espacios para la cultura y la comunicación de lo que son. Por el contrario las grandes ferias son ocupadas por sucursales de La Salada donde uno puede comprar de todo menos productos regionales. Otra enorme contradicción es lo llamativo que resulta que los propios tucumanos prefieren que gane Atlético Tucumán antes que San Martín de Tucumán, a pesar de que esté en primera. Las contradicciones encuentran su punto máximo en la arquitectura. Por ejemplo, edificios de dos Siglos de antigüedad son insultados con carteles con luces de neón colocados sobre sus ventanas.
El barrio de Yerba Buena se le parece bastante a la Zona Norte de aquí. Ellos mismos se sienten distintos de los que viven en el centro. Ellos sí han logrado liberarse de la historia. Por eso las grandes casas reemplazan a las construcciones coloniales. Por eso la gente prefiere comer en Chacho antes que cocinar platos autóctonos.
Si uno se quiere encontrar con algo realmente anacrónico hay que mirar el control del tránsito en la zona de la terminal de colectivos. Ni lomos de burro ni semáforos, Tucumán cuenta con agentes de tránsito que se ubican en casillas elevadas en las distintas esquinas y que a la fuerza de gritos y pitazos alcanzan su objetivo.
Releyendo esta arbitraria descripción no se si hablo de la Argentina o de Tucumán. Es que creo que Tucumán es una muestra interesante de la Argentina y de lo que somos como argentinos. En primer lugar, somos cuna de episodios históricos para toda América. Aquí lucharon españoles y criollos y a partir del triunfo de los últimos ha sido posible la independencia de muchísimo países vecinos. En segundo lugar, el ser católicos parece haber quedado en un hecho fortuito y antiguo. En tercer lugar, nuestro Cabildo se parece tanto al original como la Casa de Tucumán. Todo esto lejos de configurar un principio y fundamento para el actuar termina pareciendo un peso. La lectura de la historia suele ser malintencionada y motivo de debates que poco aportan. Por otra parte, así como los habitantes de Yerba Buena no se sienten tucumanos del todo, los argentinos preferiríamos ser europeos o estadounidenses antes que sudacas. Por último, el control del tránsito parece ser un fiel reflejo del funcionamiento de la Justicia argentina.
Después de algunos paseos por el interior comienzo a detectar algunos Lugares Comunes del ser nacional de cada región, de cada pueblo, de cada provincia. Por eso empiezo hoy hablando de Tucumán con la esperanza de poder intercambiar experiencias, recuerdos y así terminar reconociendo que el ser de una u otra localidad también significa adquirir ciertos Lugares Comunes.
Tucumán se muestra al resto del país como un lugar cuyo principal atractivo sigue siendo su historia. El hecho de ser el Jardín de la República, no porque tenga muchas flores, sino por haber sido la provincia de la Independencia es el dato que sobresale. Cuna de Nicolás Avellaneda, Tucumán tiene el extraño privilegio de haber sido tierras de combate –y posterior triunfo- entre los criollos y los españoles que no se terminaban de dar por vencidos, gracias al particular capricho de Manuel Belgrano. Con lo de capricho me refiero a que esto era contrario a lo que le aconsejaban desde Córdoba, asustados luego del fenomenal éxodo jujeño.
Ese hito también marcó en lo religioso a la provincia por entero. Más por casualidad que por principios la Virgen de la Merced terminó siendo tomada como propia por todos los tucumanos. Hoy su Iglesia es aún más linda que la mismísima Catedral y que el Convento.
En Tucumán estas historias siguen parcialmente vivas. El paseo obligado por la Casa de Tucumán genera una mezcla de sabores bastante originales. Con facilidad uno puede pasar de la emoción a la desilusión y de la desilusión a la esperanza. Esto ocurre cuando uno comienza a sospechar lo que más tarde se blanquea abiertamente: poco de la actual Casa de Tucumán tiene que ver con la histórica.
Cuando uno camina por esas calles da la sensación que a los pobres tucumanos les pesa demasiado su historia. Tucumán es como el joven de doble apellido heredero de cuatro generaciones de médicos exitosos: quiere valerse por sí mismo y no por lo que ha pasado tanto tiempo antes… pero no puede.
De ahí nacen muchas de las contradicciones con las que se encuentra con el andar. Con su rica historia no hay espacios para la cultura y la comunicación de lo que son. Por el contrario las grandes ferias son ocupadas por sucursales de La Salada donde uno puede comprar de todo menos productos regionales. Otra enorme contradicción es lo llamativo que resulta que los propios tucumanos prefieren que gane Atlético Tucumán antes que San Martín de Tucumán, a pesar de que esté en primera. Las contradicciones encuentran su punto máximo en la arquitectura. Por ejemplo, edificios de dos Siglos de antigüedad son insultados con carteles con luces de neón colocados sobre sus ventanas.
El barrio de Yerba Buena se le parece bastante a la Zona Norte de aquí. Ellos mismos se sienten distintos de los que viven en el centro. Ellos sí han logrado liberarse de la historia. Por eso las grandes casas reemplazan a las construcciones coloniales. Por eso la gente prefiere comer en Chacho antes que cocinar platos autóctonos.
Si uno se quiere encontrar con algo realmente anacrónico hay que mirar el control del tránsito en la zona de la terminal de colectivos. Ni lomos de burro ni semáforos, Tucumán cuenta con agentes de tránsito que se ubican en casillas elevadas en las distintas esquinas y que a la fuerza de gritos y pitazos alcanzan su objetivo.
Releyendo esta arbitraria descripción no se si hablo de la Argentina o de Tucumán. Es que creo que Tucumán es una muestra interesante de la Argentina y de lo que somos como argentinos. En primer lugar, somos cuna de episodios históricos para toda América. Aquí lucharon españoles y criollos y a partir del triunfo de los últimos ha sido posible la independencia de muchísimo países vecinos. En segundo lugar, el ser católicos parece haber quedado en un hecho fortuito y antiguo. En tercer lugar, nuestro Cabildo se parece tanto al original como la Casa de Tucumán. Todo esto lejos de configurar un principio y fundamento para el actuar termina pareciendo un peso. La lectura de la historia suele ser malintencionada y motivo de debates que poco aportan. Por otra parte, así como los habitantes de Yerba Buena no se sienten tucumanos del todo, los argentinos preferiríamos ser europeos o estadounidenses antes que sudacas. Por último, el control del tránsito parece ser un fiel reflejo del funcionamiento de la Justicia argentina.
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