Un lugar comun es... Bahía Blanca.
En este viaje que les vengo ofreciendo desde hace un tiempo, y que no parece gustarle demasiado, hago mi última parada… hasta que me vuelvan a mandar de viaje.
Los invito a ir hacia el sur, casi al límite con la vecina Provincia de Río Negro para pasar por Bahía Blanca, ciudad en la que estuve por segundo año consecutivo. A partir de estos dos años detecto algunos Lugares Comunes. Pasen y vean.
Bahía Blanca, que me perdone el geógrafo Daws, debe entenderse desde su contexto patagónico. Ni bien uno llega ahí se da cuenta de que está en la Patagonia, a pesar de que el mapa no nos diga lo mismo. Esto se profundiza si, como en mi caso, uno tiene la posibilidad de conocer Bahía poco tiempo después de Comodoro Rivadavia. Es que en definitiva me parece que Bahía Blanca es una especie de Comodoro Rivadavia evolucionado –con todo respeto hacia las tierras petroleras-. Estas dos ciudades son como dos hermanos que se criaron juntos. La mayor (Bahía Blanca) se fue a estudiar a la ciudad cuando pasó la adolescencia; la menor aun está en su pueblo natal, alejado de las multitudes. Bahía Blanca es eso: una entretenida mezcla de pueblo y de ciudad; de lo salvaje con la civilización.
En este juego llama la atención la Plaza central que ocupa dos manzanas con muchos árboles de gran tamaño generando una especie de Bosques de Palermo en el corazón de la ciudad. Esto se celebra tanto por los turistas como por los vecinos mayores quienes aprovechan cada tarde para jugar a las cartas bajo la sombra de los árboles.
Tan grande es la Plaza central que los edificios de su alrededor pueden quedar en un segundo plano. O, volviendo al ejemplo de los hermanos, decimos que es tan grande su huella de lo vivido en su pueblo natal que ninguna civilización puede tapar lo salvaje que hay en este buen muchacho. Por eso la iglesia pasa inadvertida y no genera nada especial.
Pero, decía yo al principio, Bahía Blanca es también civilización ¡Y vaya qué civilización! Ha tenido una enorme importancia histórica como compuerta en los enfrentamientos entre los pueblos originarios y los criollos. Rasgos de esos (des)encuentros son notables en algunos rincones de la ciudad. Relacionado a eso no sorprende la inquietud por “poblar” la zona con importantes construcciones. De todas ellas sobresale la actual Biblioteca que supo ser en algún momento de la historia recinto de debate legislativo.
Hoy esas tierras son conocidos por muchos por ser las tierras del Manu (Ginóbili, obvio) quien es muy recordado tanto por los turistas como por los habitantes, especialmente por aquellos que han conseguido trabajo en alguno de los muchos emprendimientos realizados por este. Entre ellos el reciente hotel con la particularidad de tener camas más largas, pensando en los jugadores de basquet que pasan a menudo por ahí. Ginóbili es un buen reflejo de Bahía Blanca: un tipo de pueblo que llegó al primer mundo.
Y si de hoteles hablamos no podemos no nombrar al Austral (sin intenciones comerciales). Ahí paré –expresión que detesto- la última vez que estuve y comprobé el viejo axioma de que la calidez es el mejor confort que puede tener un lugar así. Es cierto, como hotel no tiene ningún chiche… ¡si ni siquiera andaba Internet y está montado sobre una estación de servicio! Pero tiene algo difícil de encontrar, insisto, su calidez que se transmite en los trabajadores, en las maderas que cubren todo y fundamentalmente en la mujer que tocaba armoniosamente el piano canciones de Perales (sí, no es joda!) cada tarde.
Bahía Blanca puede ser recordada por mi como la ciudad del estudio. Por las fechas en que me tocó viajar pasé horas en el bar “Don Juan” preparando dos exámenes. En el primero me fue bien y en el segundo estoy esperando en estos momentos la nota después de un examen pobre que terminé de dar. De todas maneras nada podrá cambiar el buen recuerdo que Bahía Blanca dejó en mi mente.
En este viaje que les vengo ofreciendo desde hace un tiempo, y que no parece gustarle demasiado, hago mi última parada… hasta que me vuelvan a mandar de viaje.
Los invito a ir hacia el sur, casi al límite con la vecina Provincia de Río Negro para pasar por Bahía Blanca, ciudad en la que estuve por segundo año consecutivo. A partir de estos dos años detecto algunos Lugares Comunes. Pasen y vean.
Bahía Blanca, que me perdone el geógrafo Daws, debe entenderse desde su contexto patagónico. Ni bien uno llega ahí se da cuenta de que está en la Patagonia, a pesar de que el mapa no nos diga lo mismo. Esto se profundiza si, como en mi caso, uno tiene la posibilidad de conocer Bahía poco tiempo después de Comodoro Rivadavia. Es que en definitiva me parece que Bahía Blanca es una especie de Comodoro Rivadavia evolucionado –con todo respeto hacia las tierras petroleras-. Estas dos ciudades son como dos hermanos que se criaron juntos. La mayor (Bahía Blanca) se fue a estudiar a la ciudad cuando pasó la adolescencia; la menor aun está en su pueblo natal, alejado de las multitudes. Bahía Blanca es eso: una entretenida mezcla de pueblo y de ciudad; de lo salvaje con la civilización.
En este juego llama la atención la Plaza central que ocupa dos manzanas con muchos árboles de gran tamaño generando una especie de Bosques de Palermo en el corazón de la ciudad. Esto se celebra tanto por los turistas como por los vecinos mayores quienes aprovechan cada tarde para jugar a las cartas bajo la sombra de los árboles.
Tan grande es la Plaza central que los edificios de su alrededor pueden quedar en un segundo plano. O, volviendo al ejemplo de los hermanos, decimos que es tan grande su huella de lo vivido en su pueblo natal que ninguna civilización puede tapar lo salvaje que hay en este buen muchacho. Por eso la iglesia pasa inadvertida y no genera nada especial.
Pero, decía yo al principio, Bahía Blanca es también civilización ¡Y vaya qué civilización! Ha tenido una enorme importancia histórica como compuerta en los enfrentamientos entre los pueblos originarios y los criollos. Rasgos de esos (des)encuentros son notables en algunos rincones de la ciudad. Relacionado a eso no sorprende la inquietud por “poblar” la zona con importantes construcciones. De todas ellas sobresale la actual Biblioteca que supo ser en algún momento de la historia recinto de debate legislativo.
Hoy esas tierras son conocidos por muchos por ser las tierras del Manu (Ginóbili, obvio) quien es muy recordado tanto por los turistas como por los habitantes, especialmente por aquellos que han conseguido trabajo en alguno de los muchos emprendimientos realizados por este. Entre ellos el reciente hotel con la particularidad de tener camas más largas, pensando en los jugadores de basquet que pasan a menudo por ahí. Ginóbili es un buen reflejo de Bahía Blanca: un tipo de pueblo que llegó al primer mundo.
Y si de hoteles hablamos no podemos no nombrar al Austral (sin intenciones comerciales). Ahí paré –expresión que detesto- la última vez que estuve y comprobé el viejo axioma de que la calidez es el mejor confort que puede tener un lugar así. Es cierto, como hotel no tiene ningún chiche… ¡si ni siquiera andaba Internet y está montado sobre una estación de servicio! Pero tiene algo difícil de encontrar, insisto, su calidez que se transmite en los trabajadores, en las maderas que cubren todo y fundamentalmente en la mujer que tocaba armoniosamente el piano canciones de Perales (sí, no es joda!) cada tarde.
Bahía Blanca puede ser recordada por mi como la ciudad del estudio. Por las fechas en que me tocó viajar pasé horas en el bar “Don Juan” preparando dos exámenes. En el primero me fue bien y en el segundo estoy esperando en estos momentos la nota después de un examen pobre que terminé de dar. De todas maneras nada podrá cambiar el buen recuerdo que Bahía Blanca dejó en mi mente.
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