Un lugar comun es... marcar las indisciplinas a través de métodos ya probados, pero de dudoso efecto.
Antes de empezar quisiera partir agradeciendo a tantos co-habitantes que han pasado por acá y que nos hicieron “blogs amigos”.
En el día de hoy se me ocurre indagar en otro posible Lugar Común al que caemos –o nos empujan- con frecuencia: los castigos educativos. Nadie puede cuestionar el valor de la educación y el ejercicio de libertad constante que siempre supone. No se preocupe, yo tampoco lo haré.
Los invito a mirar aquello que rodea la educación: las formas y las palabras. Educar es una ardua tarea que nadie puede decir que tenga el método perfecto para lograrlo. Ante esta situación son muchos los que caen en Lugares Comunes como el método perfecto para retar. Nadie sabe si es la mejor manera, pero al menos da la seguridad de todo Lugar Común. Adelante. Pasen y vean.
Ya en el jardín la seño nos invitaba al rincón cuando golpeábamos a un compañero ¡Al rincón! ¿Qué absurdo? ¿No sería más lógico invitarlo al medio de la sala para que todos lo vieran? ¿Qué hay en el rincón que hace que el niño reflexione sobre sus actos? Tal vez la corriente de aire de las dos paredes, tal vez la luz o la oscuridad, la temperatura… No. Vamos, no seamos tan poco creativos. No soy maestro jardinero, pero por qué no pensar en que aquel que se porta mal recibirá un sombrero exótico, permanecerá el resto de la clase de pie, obligarlo a hacer muchos trabajitos, hacerlo saltar sin parar hasta que se vaya (o hasta que se pille encima).
Uno va creciendo y entra en la primaria (¿por qué algunos le dicen el primario?) y los castigos son casi bendiciones. Los Lugares Comunes suelen estar exentos de lógica. Entonces si bien a uno no lo dejaban salir de clase para ir al baño por más de que el sistema digestivo le pida a gritos desagotar, el castigo ante nuestras indisciplinas es justamente ¡salir de clase! Yo con el tiempo me avivé: cada vez que me estaba cagando encima no pedía ir al baño, sino que tiraba del pelo a mi compañero y listo. A partir de ahí podía ir al baño tranquilo. El mismo mecanismo lo usaba cuando la señorita entraba en la categoría “más pesada que Tota Santillán en brazos”: un golpe y listo. Estimada señorita, ¿nunca pensó que ese alumno que tanto lío le hacía podría estar padeciendo una diarrea crónica fenomenal y que a través de eso era la única manera de ir al baño?
En el secundario, tal vez por desesperación, recurrían a una batería de métodos. Por lo menos a través de eso podían salir de los Lugares Comunes. De todas maneras nunca faltaron los que nos obligaban a escribir 100 veces “no debo”. Nunca entendí ese castigo ¿Quién habrá sido el limitado que inventó ese sistema? ¿No sería más productivo pedirle que hiciera un resumen de un libro? Otra alternativa era enviarte con el o la Directora. Esto pretendía ser una nueva versión de la primitiva amenaza del hombre la bolsa. Pero el efecto no era el mismo. La autoridad superior solía ser un tipo macanudo y fanático del alpedismo. Entonces lo que era originalmente un reto, terminaba siendo una charla larga para matar el tiempo: el del alumno y el del directivo. Otro castigo común eran las firmas ¡Qué malos eran! ¿Qué me puede significar una firma de mi preceptor? ¿Por qué yo me habría de portar mejor por tener garabatos en un cuaderno que nunca abría?
Era común escuchar la frase de que “cada maestrito con su librito”. Falso. Mentira. A la hora de castigar todos salen corriendo al mismo sitio: el Lugar Común de la educación.
Antes de empezar quisiera partir agradeciendo a tantos co-habitantes que han pasado por acá y que nos hicieron “blogs amigos”.
En el día de hoy se me ocurre indagar en otro posible Lugar Común al que caemos –o nos empujan- con frecuencia: los castigos educativos. Nadie puede cuestionar el valor de la educación y el ejercicio de libertad constante que siempre supone. No se preocupe, yo tampoco lo haré.
Los invito a mirar aquello que rodea la educación: las formas y las palabras. Educar es una ardua tarea que nadie puede decir que tenga el método perfecto para lograrlo. Ante esta situación son muchos los que caen en Lugares Comunes como el método perfecto para retar. Nadie sabe si es la mejor manera, pero al menos da la seguridad de todo Lugar Común. Adelante. Pasen y vean.
Ya en el jardín la seño nos invitaba al rincón cuando golpeábamos a un compañero ¡Al rincón! ¿Qué absurdo? ¿No sería más lógico invitarlo al medio de la sala para que todos lo vieran? ¿Qué hay en el rincón que hace que el niño reflexione sobre sus actos? Tal vez la corriente de aire de las dos paredes, tal vez la luz o la oscuridad, la temperatura… No. Vamos, no seamos tan poco creativos. No soy maestro jardinero, pero por qué no pensar en que aquel que se porta mal recibirá un sombrero exótico, permanecerá el resto de la clase de pie, obligarlo a hacer muchos trabajitos, hacerlo saltar sin parar hasta que se vaya (o hasta que se pille encima).
Uno va creciendo y entra en la primaria (¿por qué algunos le dicen el primario?) y los castigos son casi bendiciones. Los Lugares Comunes suelen estar exentos de lógica. Entonces si bien a uno no lo dejaban salir de clase para ir al baño por más de que el sistema digestivo le pida a gritos desagotar, el castigo ante nuestras indisciplinas es justamente ¡salir de clase! Yo con el tiempo me avivé: cada vez que me estaba cagando encima no pedía ir al baño, sino que tiraba del pelo a mi compañero y listo. A partir de ahí podía ir al baño tranquilo. El mismo mecanismo lo usaba cuando la señorita entraba en la categoría “más pesada que Tota Santillán en brazos”: un golpe y listo. Estimada señorita, ¿nunca pensó que ese alumno que tanto lío le hacía podría estar padeciendo una diarrea crónica fenomenal y que a través de eso era la única manera de ir al baño?
En el secundario, tal vez por desesperación, recurrían a una batería de métodos. Por lo menos a través de eso podían salir de los Lugares Comunes. De todas maneras nunca faltaron los que nos obligaban a escribir 100 veces “no debo”. Nunca entendí ese castigo ¿Quién habrá sido el limitado que inventó ese sistema? ¿No sería más productivo pedirle que hiciera un resumen de un libro? Otra alternativa era enviarte con el o la Directora. Esto pretendía ser una nueva versión de la primitiva amenaza del hombre la bolsa. Pero el efecto no era el mismo. La autoridad superior solía ser un tipo macanudo y fanático del alpedismo. Entonces lo que era originalmente un reto, terminaba siendo una charla larga para matar el tiempo: el del alumno y el del directivo. Otro castigo común eran las firmas ¡Qué malos eran! ¿Qué me puede significar una firma de mi preceptor? ¿Por qué yo me habría de portar mejor por tener garabatos en un cuaderno que nunca abría?
Era común escuchar la frase de que “cada maestrito con su librito”. Falso. Mentira. A la hora de castigar todos salen corriendo al mismo sitio: el Lugar Común de la educación.
Comentarios
Tampoco es cuestión de hacerse el original inventando cosas que terminan perjudicando a todos.
Tiene usted parte de razón. De todas maneras no es el núcleo del texto la cuestión del gorro o la identificación. Más bien pretende ser un cuestionamiento sobre los modos en que los educadores retan. Parece increíble que con los cambios que estamos viviendo se siga mandando al rincón al que se porta mal. A propósito de eso, ¿no se lo está señalando con eso también? ¿Sus compañeros no saben que se mandó una falta?
Más allá de todo valoro la oportunidad de pensar críticamente nuestro mundo.
Gracias por pasar.