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La inmortalidad de Tatá

"¿Seré inmortal?", me preguntó Tatá una de las últimas veces que estuve con ella. Como desde aquel febrero de 2012 en que entré al curaje, cada vez que la despedía ella me decía que ya no me volvería a ver. La excepción, paradójicamente, fue la última vez que hablamos por zoom en que le conté de mí aceptación a la ordenación diaconal. Ella me dijo que después de todo, si se hacía el milagro de frenar el Coronavirus, tenía ganas de viajar a Chile para acompañarme en ese momento. Le estaba sacando provecho a su inmortalidad presunta.

En la teología que estoy estudiando aprendo que el pueblo de Israel identifica los muertos con los olvidados. Es una tragedia que se busca reparar dejando algo de sí como la descendencia. Mientras que los vivos son aquellos que están presentes, que son recordados. Sin fe en la resurrección, la muerte es la peor de las desgracias. Es olvido eterno. El cristianismo indudablemente hereda esa tradición, aunque lo ilumine con el brillo de la resurrección de Jesucristo. Él nos da certeza del triunfo sobre todo mal, sobre todo "olvido". Creer en Jesús es más que una ética superior, es un horizonte existencial aunque sea a la hora de enfrentar la muerte (o su reverso que es la vida). Creer en Dios es saborear la experiencia de ser valioso para alguien, de ser recordado por alguien y así tener vida eterna. Esa es su promesa (Jn.11,25).

La muerte humanamente nos espanta. Tratamos de llenarla de razones válidas capaces de acallar esa tristeza y hasta este proyecto de cura esgrime razones teológicas. La vida tiene su propia lógica que incluye la muerte. Y esto se vuelve evidente en el atardecer del día. Sin embargo, soy proyecto de teólogo y no de filósofo. Soy creyente y no matemático. Por eso hay razones del corazón que la razón no conoce. Por eso nos conectamos por zoom y como casi nunca no hubo palabras y abundaron micro silencios que para nosotros es un montón.

La pérdida de Tatá marca una manera distinta de estar en el mundo. Marca un cambio de época familiar. Y como yo soy familia, también me cambia. El horizonte se acerca. Los hijos pasan a ser abuelos y los nietos somos padres, madres y sacerdotes. Ya no habrá preguntas por el estado de salud. Ya no habrá rogel de cumpleaños ni alfajorcito comidos sin disimulo. Ya no habrá encuentros circunstanciales y sorpresivos en Montevideo y Juncal. Me gustaba ir ahí y encontrarme con alguien que volvía aún más eficiente mí esporádica visita. Cómo la última vez que me encontré ahí con Gabo y María mientras veíamos el empate en cero entre Vélez y el Gimnasia de Maradona. Tampoco habrá ese fútbol o deporte intrascendente. Pero vamos, se puede vivir sin las atajadas de Broun.

Me supe querido especialmente y antes de esta circunstancial fama clerical. Sin límites y sin peros. Sin humo y sobre todo sin mentiras, por más dura que pueda ser la verdad. Con viveza para darse cuenta de todo y picardía para decirlo. "Ya rompí la burbuja", decía con orgullo. Con la más absoluta libertad y sin resquicios para maldad. En torno a Tatá (y Elo) fuimos costumbres, turnos, regalos, preocupaciones, festejos, conversaciones. En torno a Tatá (y Elo), fuimos, somos y existimos. Y no es un decir. Por eso no quiero pensar en la muerte. Y no quiero pensar en la muerte no como un ejercicio negacionista, sino como una experiencia creyente. De aquel que es capaz de ver más allá de lo visible y descubrir sus guiños, sus signos, sus aprendizajes. De aquel que es capaz de recordar las experiencias personales y hacerlas "presentes" (en su doble sentido de hacerlas actuales y hacerlas regalo). Es la experiencia del amado que vive en la profundidad de la fe que es el Amor. Y el Amor es un vínculo incluso más fuerte que la muerte, que el cuerpo y que la sangre.

Sí, Tatá, sos inmortal

Comentarios

Diego Banuth ha dicho que…
Juan:
Excelente y lindas palabras!! Increíble como los abuelos son importantes en nuestras vidas.
Mi sentimientos y estaremos en oración por tu familia.
Banuth

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