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Multitud: una vocación forjada en vínculos (1)

Todo empezó cuando “iba a su encuentro una gran multitud” (Mc.2,8). Como en un pan y queso, de esa misma multitud“llamó a los que quiso” (Mc.2,13). En una multitud más acotada desarrolló su misión de salvación, salvando así no separadamente sino como pueblo (LG9). En esa misma secuencia lógica hoy, “rodeados de una nube de testigos…corramos resueltamente al combate que se nos presenta” (Hb.12,1). Al final de cuentas, “alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de nombres y de rostros” (EG274). Mi vocación es una historia forjada en vínculos. Soy mis vínculos que fueron, que están y que ya partieron.

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En un capítulo de This is us, Kate se da cuenta que le cuesta casarse porque Jack -su extraordinario papá- no estará para acompañarla. Al mismo tiempo sabe que no hay vuelta posible porque Jack no puede resucitar y porque ella está profundamente enamorada de Toby. No es que Kate me importara mucho, pero sí me ayudó a caer en la cuenta de que hay ciertas circunstancias que imaginábamos diferente. Hoy no da lo mismo que James estuviera o no. Vamos haciéndonos los distraídos, pero atentos a esos pequeños guiños que hablan de su presencia. La mayoría exagerados. Necesitados. Cuando a principios de 2018 James descubrió que tenía un don desconocido por el dibujo nos sorprendió a todos. Con un poco de pudor yo le pedí que aplicara su arte para dibujarme un rostro de Jesús al que le tengo cariño. Entre medio de la oscura quimioterapia, cualquier actividad que no demandara mucha energía era una luz brillante. Sin embargo, en aquella ocasión o mi pedido llegó tarde o el cáncer avanzó demasiado rápido. Algo de Jesús que James sí me dibujó fue la amistad que es con él y que gracias a él es también con Jesús. Es el reconocer una vez más que Dios regala lo que en el fondo necesitamos y que se hace presente por las personas. Para mí no es tiempo de reconocer el rostro de Jesús. Sí de ser amigo. Superando esas fronteras, mi próxima consagración para siempre tiene el sabor de la amistad para siempre. James me mostró el camino.

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Caminamos cuadras y cuadras en grupo. Desde Plaza Italia por Las Heras hasta Callao. Algo estaba pasando, nos estábamos haciendo amigos. Ese peregrinar hacia la tierra prometida fue generando pueblo, comunidad. Lo hizo con el pueblo de Israel, lo hizo con el ascenso de Jesús a Jerusalén, lo hizo con nosotros. Hubo distintas suertes con ese grupo. Fran ahí primero consiguió novia y después mujer. Pero todo pasó con tanta distancia que ahora me cuestiona si era parte de esta historia así como la cuento. Los recuerdos tienen sentido en la medida que nos dicen o evocan algo para nuestro hoy. El recuerdo de aquella peregrinación nocturna y urbana fue el germen de algo mayor. Con ese mismo grupo compartimos alguna misión y especialmente el viaje a la JMJ de Madrid. Ser parte de la historia también te hace presente. Por eso hoy son muchos más y están acá. La presencia ocurre en la mesa. En la jerga litúrgica le decimos altar, pero no deja de ser mesa. La presencia de la mesa se hizo mesaza. En parte porque Mirtha y en parte porque se agranda. Ahí estamos, somos los que volvimos, somos los misericordiados, somos los que estuvimos, somos los que llegamos.

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Hubo alguien que descubrió a Messi. Yo me conformo con alardear con que hice jugar de dos a Tete. Estábamos en el último año y él se había resignado que jugando de delantero estaba destinado a comer banco. Yo le sugerí que probara otra cosa. Más importante que rendir es estar. Es razón para seguir de largo después de La France. Es argumento para adelantar la estampida del quiosco de Apu pagando un valor aproximado. No tengo claro a qué edad empecé a disfrutar el fútbol. Durante mucho tiempo cada partido ponía en riesgo mi pertenencia. Está claro que aquellos amigos fueron mejores amigos que yo arquero. Ser titular. No tener que demostrar. No tener que dar explicaciones. El que se esconde quiere ser encontrado. Nadie se esconde en la multitud. Sencillamente, se pierde. Sin embargo, esconderse y perderse tienen la misma expresión: no estar. Como ese recreo largo del mediodía de poliladrón en que permanecí debajo de la escalera cuando me tocó ser ladrón. A penas tocó el timbre salí victorioso. Para ese entonces, mis amigos ya habían cambiado de juego y es probable que los policías se hubieran vuelto ladrones. Es difícil mantener un rol tanto tiempo, aunque no pocas veces me asomé y comprobé que los ladrones seguían siendo ladrones y los policías, policías. Ahí estaban. Ahí estamos. Podría decir ese equipo de memoria.

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Y así muchos más porque no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones: no sólo el actual sino también el que me precede y me fue configurando a lo largo de mi vida” (FT89). Continuará…

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