El domingo a la tarde me encontré viendo Bayern-PSG por la imperdible final de la Champions. En contra de mis preferencias, la escasez del fútbol hizo que me interesara por este partido entre dos equipos a los que no debo haber visto cinco veces en mis 33 años no poco futboleros. No importa. A falta de pan, buenas son las tortas. Será parte de esta nueva normalidad. Por la televisión me sorprendió ver que había banderas en lugar de hinchas, parlantes en lugar de aliento y el maldito VAR en lugar del árbitro soberano; parecería ser que lo único que nos va quedando de humanidad son los jugadores (y hasta cierto punto sobre todo por tratarse de unos cuantos alemanes). Por la televisión también me sorprendió no ver la pelota; estoy cada día más ciego. Pero como me enseñó el Lucho -chicato conocido- la pelota en el fútbol más o menos tiene el mismo recorrido. No es la habilidad. Es la física, la naturaleza o como quieran decirlo. Es lo que es, es lo que somos. Y de eso quería escribir.
El primer tiempo lo vimos con una transmisión en inglés que no me permitió entender mucho detalle más allá que Mbappe siempre es Mbappe y Di Maria siempre es Di Maria. Es la física, la naturaleza o como quieran decirlo. Es lo que es, es lo que somos. El segundo tiempo lo vimos por Espn con el fantástico relato de Miguel Simón y los comentarios de Quique Wolf, ese especie de antipoeta que le dice lacaprichosa a lapelota aunque esta vez nunca se lo escuché. En Twitter leí que Quique comenta como si fuera uno de esos taxistas que habla de fútbol mirándote por el espejito retrovisor. Debo admitir que me encanta esa sabiduría popular futbolera que toma distancia de la complejización a la que muchos han sometido al fútbol (y ni hablar de los ingleses). Me sentí pasajero de ese taxi y hasta anduve por la nueva Avenida Córdoba que parece que ahora tiene ciclovías.
Como en los chistes de Jaimito vi el partido
con un alemán, nigeriano, portugués, chileno, gringo, brasilero, ecuatoriano
y mexicano. No sé muy por qué, pero gritaron el gol del Bayern con fuerza y
modismos locales. Es decir, de Alemania, Nigeria, Portugal, Chile, Estados
Unidos, Brasil, Ecuador y México. Es increíble, pero incluso en nuestro fútbol
globalizado -el mismo que conmovió a toda la humanidad por ese partidazo de Thiago
Alcantara- no todos dicen gol. Aunque, claro, todos entienden qué significa. El
evento globalizante puso una vez más al descubierto la paradoja de nuestra
internacionalidad. La misma que nos enorgullece como comunidad porque habla de
nuestra posible fecundidad, es como mínimo un dolor de cabeza. “Son como la ONU”, me dijo un cura amigo.
Eso sí, todos estuvimos de acuerdo que Alcantara es el jugador que quisiéramos
ser en los magros partidos que jugamos.
Cyprian llegó al desayuno del lunes aquejado
con una pregunta casi existencial. Con reverencia se animó a preguntarme: “¿Qué significa boludo?”. Tragué el café
sin escupir más sorprendido por la pregunta que por la sencilla respuesta.
Cyprian es seminarista de Nigeria y vive en Chile desde hace tres o cuatro
años. En una casa con evidente movimiento de gente, muestra orgulloso su carnet
invisible de principio de estabilidad: junto a su hermano Stanley son los
únicos que nunca se movieron de esta casa desde el 2017. En el medio algunos se
hicieron curas, otros estuvimos de práctica y otros mejor no saber. Su pregunta
me recordó a la que me había hecho unos quince días antes con insistente
respeto: “Juan, ¿tienes fernet?”.
Pensé que le podría haber enseñado de Borges, de Favaloro o de Independiente.
Pero no: Cyprian toma fernet y en cualquier momento dice boludo con simpatía,
como hace todo. “Boludo es huevon”, le
advertí.
En el mismo sitio en que vimos el partido y que
antes era una sala de reunión, pero ahora es sala de tele porque se quería espíritu
familiar y coso, nos agolpamos para ver This is Us. En realidad lo vemos a
ritmos disparejos. Algunos van terminando, otros recién empiezan y otros
andamos por la mitad. Todos lloramos. El que llega primero marca el ritmo. El
resto se esconde en otros sucuchos de la casa para no ser víctima de uno de los grandes pecados de esta vida: que te spoileen (¿se escribirá así en castellano?) Y el privilegio de llegar primero a la sala de la tele es tal que amerita ver
dos, tres capítulos o los que sean antes que la paternidad de Jack amenace
seriamente nuestra vocación. No estamos para correr esos riesgos.
Vivir globalizados es un poco eso. Es vivir en un lugar sabiendo que podría ser cualquier otro y sin saber muy bien cuál es este lugar. Sobre todo en cuarentena. Es que, según Wikipedia, Thiago Alcántara do Nascimento, conocido como Thiago, sea un futbolista hispano-brasileño nacido en Italia y juegue en el Bayern. Es que Cyprian no solamente tome fernet y (no) diga boludo, sino que además tome mate. Es aceptar mirar la Champions, pero queriendo que gane el PSG por Di Maria y Paredes. Es poder escuchar el relato del partido en cualquier idioma y darse por aludido cada vez que Quique Wolff dice lacaprichosa. Es no querer que muera Jack porque se parece mucho a la realidad. Es, como remata el cantautor uruguayo Drexler y canta Pedro un seminarista portugués: “De ningún lado del todo Y de todos lados un poco”
Comentarios