Cuando en Chile fueron las 23, del otro lado de la Cordillera que hay una hora más, mi hermana estuvo cumpliendo cuarenta años. Y a mí me parece un montón y me impacta. Sé que la vejez es otra cosa. No. Es otra cosa. Es el impacto de tener una hermana de cuarenta años y de esta manera abrir la puerta a que inexorablemente empiecen a ser más. El impacto se remonta a mi niñez cuando mi mamá cumplió cuarenta años. Yo no tenía ni diez años y no me acuerdo mucho de los festejos o esas cosas. Sí me acuerdo que en el colegio, donde muchos de mis amigos eran los hijos mayores, yo ocultaba su edad. Era un poco por ella y también un poco por mí, pero creo que recién cuando cumplió 42 yo blanquié que ya no tenía 38 como mantuve por años. En Chile me dirían mamón.
Hermana mayor, mente prodigio, abanderada casi siempre hasta
que entró a la universidad y cambió bandera por medalla. En esos años doy fe
que estudiaba mucho –muchísimo- y de manera desordenada. En horarios insólitos.
Y con una opción preferencial por el estudio de noche noche en su cuarto que
después fue el mío. Para mí ser grande, era estudiar como Loli. Sin embargo una
vez cuando Papá y Mamá le felicitaron en una carta por su desempeño académico,
respondió –también por carta- que al final de nuestras vidas no íbamos a ser
juzgados por banderas o medallas, sino por el amor. No me acuerdo cuándo fue
que lo dijo, pero yo era chico y así dicho sus palabras me resultaron más
honestas que las dichas por San Juan de la Cruz a quien ella parafraseaba.
Y si de amor se trata, me acuerdo verla compartiendo
misiones. Mi primera misión fue con ella en un paraje recóndito de Corrientes,
en la capilla construida a la mala en honor de San Pantaleón. Parte de su
trabajo evangelizador se desarrollaba con una importante labor social
administrando donaciones que llevábamos. “Chiche”,
le decíamos por su parecida acción con el entonces emblema de la acción social
en la provincia de Buenos Aires, Chiche Duhalde. Años después volvimos a
compartir misiones en Entre Ríos y en Balcarce; aunque esta vez ella con su familia y yo como
proyecto de cura. Nada cambió porque ella sigue moviéndose con esa naturalidad,
esa espontaneidad, esa simplicidad y ese original modo de demostrar cariño que
no empalaga pero se nota fuerte.
Deformación profesional, uno el amor a la misión, aunque en realidad deba resaltar el amor familiar. En ese proyecto que empezó escuchando folklore a la fuerza, que también tuvo alguna misión y que sigue vivo en un matrimonio que veo con admiración. Esperé tomando Pepsi de tres litros la primera salida en la que volvió transformada en novia. A partir de ahí el ingreso de un mundo nuevo, en parte conocido por otro lado: Nacho, su marido fue antes mi profesor de guitarra. La historia tiene remate propio.
Después de ese casamiento sin petit four ni alcohol porque se escurría en bolsos de los mozos, llegaron los hijos y con eso una experiencia nueva. Para mí. La llegada de Joaquín en plena temporada de exámenes empezó a cambiar toda la familia, toda la atención y en buena parte el amor. Yo desaprobé “Historia de las Ideas Políticas III”, aunque creo que más por mí que por los festejos de esa noche en que nació el primero. Le siguieron otros más y entre ellos Tomás mi ahijado. En parte los estafé porque ese padrino presumiblemente cercano en muy poco tiempo se transformó en este nómade peregrino un poco distante aunque prolijamente cercano con cada carta de cada cumpleaños. Que todos sean de Independiente es más que compartir la misma locura futbolera de la que me siento tan orgulloso como culpable. Regalos de la vida, en su casa, vi la final de la Sudamericana que ganamos.
Como si ser madre no fuera tarea suficientemente exigente,
su desarrollo profesional. Creo que está para Ministra de
Educación. Duden de mi objetividad sobre todo porque es una faceta que
desconozco. Sí impresiona la equilibrada dedicación, no verla jamás abrumada ni
negativa. Ni siquiera con la familia más pesada que pueda tener en frente (o
del otro lado de la pantalla). Entusiasta de la integración y de sus maestras. Sabe discernir dónde hay
algo interesante y dónde hay humo. Eso despierta el espíritu crítico que sube y baja. Ahí donde hay algo interesante
lo difunde y se transforma en lectura recomendada.
Son cuarenta. Son un montón. Intuyo que me impresiona un
poco por ella. Pero sobre todo un poco por mí. Anhelo irradiar algo de su
gracia como ella lo hace ahora. Me quedan siete años. Sigo su modelo.
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