Hace unos días comentaba que el Reino de Dios se estaba haciendo presente en y desde Puente Alto. No quisiera caer en lecturas
meramente románticas o bañadas de ingenuidad. Más bien, no solamente eso. Por el
contrario, es claro que la venida del Reino no implica la superación de todo
mal. De todas maneras, el Reino de Dios está viniendo. Y viene en estricta
coherencia con lo anunciado por Jesucristo y por lo prometido a través de los
profetas. Yo Juan, soy testigo de eso y
quisiera dar testimonio.
Una de las palabras que
caracteriza este reinado de Dios es la solidaridad. Estos tiempos de pandemia
han hecho resucitar esta palabra. Es que “la palabra «solidaridad» está un
poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos
actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense
en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación
de los bienes por parte de algunos” EG 188.
Viene a nosotros el Reino, cada
tarde cuando colocamos un canasto para la ayuda fraterna en la puerta de la
Capilla del Señor de la Misericordia. Estoy conmovido con el aporte de los vecinos.
Veo cuadros que emocionan. A nadie le sobra nada y viven al día, pero igual
dejan su poroto, su fideo, su arroz. Algunos porque fueron ayudados en otro
momento que estuvieron mal. Otros porque su mamá lo hacía así. Otros no sé muy
bien por qué. Gracias a esto, la pastoral social ayuda a decenas de familias y
especialmente a adultos mayores que acá son nuestros abuelos. Y en el
colmo de la cercanía, nos permitimos decirles abuelitos.
Esto se coronó hace unos días con
una señora que trajo unos porotos y dos sopas que ella había recibido de parte
de la Municipalidad, con la conciencia de que hay gente que necesita más o
igual que ella. Son historias que marcan y conmueven al mismo tiempo que me
enseñan. Confirman la escuela que es estar-con las personas. En el fondo sé que
no descubro nada nuevo. “Una cultura popular evangelizada contiene valores
de fe y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más
justa y creyente, y posee una sabiduría peculiar que hay que saber reconocer con
una mirada agradecida” EG 68.
Es la conciencia de que nadie se
salva solo. Es una solidaridad que engendra esperanza. Gracias a testimonios así, los cristianos no
somos los que vivimos desilusionados, sino los esperanzados. Es una esperanza
que no defrauda. Y es una solidaridad que engendra pueblo. La solidaridad
permite pensar acá que aun las cosas más difíciles pasarán, como ya pasaron
tantas cosas. Y como somos pueblo, esa esperanza es compartida.
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