¿Por qué cuesta tanto despedir a Manu? Permítanme
la metáfora futbolera. A lo largo de estos años fue el capitán de nuestro
equipo. Fue el alma de este equipo. Se comprometió con la institución y si
era necesario pelearse con dirigentes para defender los intereses de
todos, ahí iba a estar. Su presencia trasciende equipos y llega más allá. Metió
gente en espacios reducidos y también nos hizo cortar la calle. Corrió de un
lado a otro de la cancha. Se comió la cancha. En gran parte, todo por contagio,
por dar lo que es, lo que vivió, lo que cree, porque él “por Schoenstatt da todo” como tantas veces cantó, porque la Mater parece haber tomado en serio
es de “toma de mi lo que te sirva para darlo a los demás”. Fue el Ponzio
del River de Gallardo; aunque también fue el Gallardo capaz de dar su sello al
River de siempre. Menos futbolísticamente diríamos que fue nuestro buen pastor.
En el fútbol, el brazalete de capitán es una señal. El rival lo respeta. Los propios se sienten identificados. Y si hay algún problema sabemos que el capitán va a dar la cara. La “C” de capitán también queremos que sea la “C” de Confidentia. Sabemos que la tiene marcada en el alma, pero también es nuestro deseo que pueda llevar tanto que vivió y contagió acá a los lugares donde ahora toca estar. Fue el capitán de Confi por lo que la Mater hizo en él que seguramente se parezca en mucho en lo que hizo en cada uno de nosotros, pero sobre todo por lo que vos respondiste. La “C” es una señal. Manu fue una señal.
Desde Confidentia muchos lo siguieron, lo
seguimos. Desde acá se armó comunidad, pueblo, Iglesia, familia, hinchada. El
canto de fondo era “soy misionero”, aunque si estuviéramos en la cancha
probablemente cantaríamos el clásico “yo te sigo a todas partes”. “Misioneros”
no llegó tan lejos. Por ahora. Con ese espíritu nos pusimos en movimiento.
Caminamos juntos. Manu nos hizo compañeros de peregrinación, seguidores de
Jesús y también instrumentos de Él.
Se pintó el mapa con pinceladas de historias,
personas, anécdotas y gratitudes. Del ciclo de Balcarce que quedó iniciado y
también de Mechongué, San Agustín y Los Pinos que recordamos especialmente. Lugares
con visitas más puntuales detrás de los cuales y de esos días había meses de
preparación y de disfrutar. Aprendimos a disfrutar venciendo el virus del
perfeccionismo. Son esas Libertadores de las que se habla durante días y duran
algunos partidos. Le tocó ganar muchísimo como Gallardo en River, pero sería
más justo decir que fue más fecundo que exitoso.
Sin que sean ligas menores -a pesar de que algunos
desprecian lo local por estar mirando hacia afuera- estaban los partidos del
día a día. Esa cotidianeidad exigente en el día a día que le hacía empezar peinado
y terminar con los pelos parados. Lo sabemos: entorno a cada misión hay mucha
vida. Porque no vivimos de fuegos artificiales, sino que los fuegos
artificiales iluminan nuestro cielo de cada día y nos muestran qué lindo puede
ser el cielo que tenemos encima cada día. Jugando de local y también de
visitante. Imponiendo el juego propio o adaptándose a lo que exigiera la
pandemia. El River de Gallardo pasó a la final más importante de la historia ganándole
a Gremio.
Todo -todo- ocurrió desde ese gran centro de irradiación: el santuario de Confidentia, nuestro santuario. Hay muchísimo más de lo que pasa en la intimidad de las personas que solamente Dios sabe cuánto marcó y tal vez sea lo más difícil de dar testimonio. Son un sinnúmero de historias y relaciones que se mezclan. Manu fue testigo e instrumento de ello. Se cierra esta etapa que empezó en aquél primer tiempo en Floresta que agrandó el mapa y que tiene su última marca en los paraderos de Lugano, en la ciudad de todos los argentinos. Toda una declaración de principios y una invitación: “no detengamos el pulso deDios”.
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