Un mate, una caminata, un tallarín, la mala prensa de la polenta que no nace de la nada, un impulso espiritual y un buen rato de adoración. Como si fuera un loop eterno, cada misión está hecha más o menos de lo mismo. De hecho la misión de todos los que la compartimos sigue la misma melodía. MTA tiene sin dudas mucho de eso que termina definiendo su identidad. Sin embargo, a la vez, cada MTA es única y tiene algo único. De golpe un acorde o un tiempo rompe la melodía. De pronto un momento cargado de cotidianeidad misionera llega a penetrar en lo más profundo. Y ahí estamos, y así quedamos. Con la hermosa sensación de que algo en nuestro interior se afectó. Con la pretensión de que no todo siga como hasta entonces. Con los sentimientos afectados y comprometidos. “Hasta lo más profundo de nuestra condición”. Algo nos pasa en cada MTA y algo me pasa en cada MTA que hace que me guste tanto. Es la experiencia religiosa de MTA y que cada MTA me regala.
Superando las sospechas del hermano mayor que todavía yo soy, MTA es la invitación a la fiesta, la fiesta de la misericordia y del amor. Que rompe estructuras y caretas porque llega hasta donde pocas veces llego. Tan es así que yo mismo me sorprendo, me resisto levemente y me entrego ¡Es el Seño or! ¡Resucitó! Paradójicamente la experiencia religiosa es suave, cálida y tierna. Es todo lo opuesto a lo rígido, compleja y pesada. Como me enseñó alguien en el cierre: "Pude descubrir que la fe es sencilla y nosotros la complicamos". Incluso parece algo elemental. Afecta nuestro modo de pensar, nuestro modo de sentir y nuestro modo de actuar, plasmación de una de las particularidades de la espiritualidad schoenstatteana: lo orgánico (en donde todas las partes se relacionan).
La experiencia religiosa de esta MTA, acorde con la línea bien formulada en el lema, fue como una mirada. Alguien me miró para consolarme, para animarme, para acompañarme, para confiarme, para sostenerme, para amarme. La experiencia religiosa es sutil, pero bien visible para los ojos de fe. Por eso a vos te tocó visitar esa casa y desde tu herida podes acompañar al que está herido. "Yo sé de lo que te hablo", pudiste decir. Y él te lo creyó tanto que hasta te dijo “Te quiero".
Esa misma sutileza te lleva a lugares poco imaginados. Por eso alguien te miró en el conjunto de misioneros y te pidió a vos -especialmente a vos- consejo, luz o amistad. No vieron ningún título ni cv. Te vieron a vos y te descubrieron valioso, necesario, importante. Te vieron como Dios te ve. Y como dijiste en el cierre: "Confiaron mucho en mí y desde ahí pude confiar." Te sentiste un privilegiado y todavía rumeas esas conversaciones tratando de descubrir la profundidad de su sentido, de su llamada.
Pidieron lugar en el pesebre de tu escuela, pero vos sabías que esta posada no era lugar para el niño. También supiste que podías animar a contar con otros que son amigos. Amigo que ofrece hogar y cobijamiento, colchón, techo, pero no cable "porque me lo cortaron en diciembre por las deudas". La mirada del amigo es de las mejores experiencias de la mirada de Cristo. Es cómplice y no necesita mucho desarrollo. Es conciencia de que estoy con vos. Parte de mi conversión personal ha sido descubrir a Jesús como amigo y valorar la amistad más que a un mito. Por eso mirar a los amigos me conmueve y me convierte.
Cumplimos horas en oración, a veces en Adoración, casi siempre con música de fondo. Y ahí agradezco la sensibilidad de quienes nos precedieron y pudieron formular en canciones mucho de lo que siento. Canto, cantamos fuerte, desentono. No soy yo el que canto, sino que es mí corazón el que canta. "Mí alma canta la grandeza del Señor". Como solamente algunas veces en el año, estoy yo entero ahí. Por eso yo también, "Me llevo la relación afectiva con Dios que se vive acá y acá quiero permanecer". MTA (me) pone a Jesús acá adelante y ahí me vinculo con mí vocación que es el amor. Un amor que en mí también por momentos sufre por legalista, masificado y adúltero, pero que sueña con ser realista, liberador y de conversión como meditaba en el retiro de fin de año.
Parte central de mí vocación en la medida que se despliega es la experiencia de ser testigo de la vida de otros, de la Vida del Señor en otros. Se plasma en la paternidad sacerdotal. Y cuando en (espero que menos de) dos años diga este es mí cuerpo, en realidad no será realmente el mío. La experiencia religiosa es la experiencia de la unión, de "volver a ligar", de Jesús con los demás y conmigo también. Y así volver a percibir una mirada que ama y llama. Como con el Joven Rico mirado y llamando a dejar todo y seguirlo. Como con los fariseos mirando y ablandando el corazón. Como con la hemorroisa, mirada y sanada. Como con la adúltera, mirada y perdonada.
MTA es cosa seria. Dios puso su mirada en nosotros. Yo le creo. Y esto recién empieza también para mí.
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