Un tiempo después de recibirme de licenciado en ciencias políticas, tal vez estando ya en el seminario, me di cuenta de que lo que realmente me gustaba de la política era eses espejo de dinámicas humanas. La política como una gran metáfora de lo que somos, de lo que sentimos, de lo que deseamos. Así me gusta ver la política: aunque pueda pecar de naive, me gusta ver la humanidad. Tal vez sea deformación profesional: lo auténticamente humano deja ver lo divino.
Con ese caldo de cultivo algunas
reacciones lógicas. El descrédito de la política porque como dice el tío Julio
"son todo lo mismo" y es probable que tenga razón. El mesianismo de
figuras desconocidas, porque Manes tiene más prensa que Disney+. La cancelación
o sacrificio de ciertos personajes insalvables (Boudou, María Julia, López, De
Vido) con la piedad con otros cercanos (¿hace falta nombrarlos?) Todas
reacciones humanas lógicas y posibles. No quiero hablar acá de las reacciones
judiciales e institucionales que merecerían un análisis aparte.
Volviendo a lo humano de este
asunto veo que es posible dar un paso más. Sin que signifique bajar la vara
moral ni legal, ¿nos animamos a reconocernos imperfectos? Es una obviedad que
no terminamos de abrazar. El varón y la mujer posmoderna, consciente de su
poder y de su infinita capacidad de empoderamiento, parece haber creído posible
el ideal de perfección. Ser perfecto es no tener límite, error ni incapacidad
alguna. Es poderlo todo. Y si no es posible hoy, lo será mañana. Este es el
pecado original y la marca de la concupiscencia.
Pararse desde la perfección va de
la mano de la autosuficiencia. Impone un estilo de vida de autoafirmación
permanente. Exige hacer alarde de las conquistas de cartón que en la ciencia
del fútbol se dice vender humo. Menem lo hizo. Transforma la palabra épica en
un adjetivo capaz de calificar todo y ponerse de moda en redes sociales. Se
conjuga la perfección de vidriera (o apariencia) con la perfección de
pretensión. Perfección que termina quemando porque es mentira porque es
imposible.
Déjenme meter un chivo. El único perfecto es Dios y el que no tiene Dios a cualquier santo reza. Terminamos por idolatrar a personas, sistemas económicos o políticos. Transformamos en dogma y precepto moral cualquier principio macroeconómico (pero de esto ya hablé enotro lado). La pérdida de Dios a la larga no es una cuestión de piedad personal; es pérdida de sentido, de principio y de final. De amor y solidaridad. De misericordia y consuelo. De fundamento de todo lo que existe. Sólo Dios es perfecto. En cambio, cuando no hay Dios -como diría Nietzsche- no hay sino violencia.
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