Ir al contenido principal

Multitud. Una vocación forjada en vínculos (3)

La revelación de Dios pasa de generación en generación, pero a diferencia de un conocimiento como el científico en el cual se transmite información, en el caso de la revelación la transmisión es de un acontecimiento: Jesucristo que murió y se entregó por mí. Tiene que ver con la Tradición de la que tan poco y vagamente hablé en mi examen de grado. Tiene que ver con el anuncio de Pablo las primeras comunidades: “Ustedes son conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo.” (Ef.2,19-20) La multitud dela que soy no es resultado de la masificación. Por el contrario, son hermanos, padres, amigos, ejemplos que transmiten el acontecimiento y constituyen historia. Mí historia.

***

Panqui. La rebeldía religiosa se le manifestó en que no quería ir a misa con todos, sino el sábado a la noche con un cura gruñón a la vuelta de casa. Gruñón -pero no tonto- el cura le dio una estampita para que rezara por las vocaciones todas las noches. Me divierte pensar que su oración fue de corto alcance: yo dormía en la cama contigua. Cambiamos de cuartos y perdimos cercanía. Fuimos enemigos y rivales. Una vez hasta intervino Hugo, el portero de casa, para separarnos. Su pedido para que yo fuera su padrino de confirmación, el cese definitivo de hostilidades. Pedro. “¿Cuándo vas a dejar de malcriarlo?”, me preguntó Hernán. El torneo intercolegial y mi rol de ayudante de campo me dio la mejor excusa para ser testigo de su brillante rendimiento deportivo. En los entrenamientos. Salieron campeones caminando, pero yo no los vi ganar un solo partido. No fueron los únicos de ese año y así ganamos la Copa Challenger.  Ganamos. “Que de la mano de Juan Molina todos la vuelta vamos a dar”, me cantaron en el Salón San Ignacio. Cuando llegó a la edad correspondiente también me eligió padrino de confirmación. No era malacrianza, era su hermano. Ale. De chicos podríamos haber sido más amigos que hermanos, pero eso sólo ocurrió después. Era su admirador. Al mes y medio del diagnóstico de cáncer de James, dejó a su mujer y vino a bancarla. No fuimos a Valpo, al Cajón del Maipo ni a las playas de otras veces. “Solamente quiero estar con vos”. Pasamos una tarde entera en la enfermería de mi comunidad. Anfitrión destacado. Fanático de su casa que crece al ritmo de su familia. Hay lugar para mí. Soy su ahijado.

***

Me robé la foto del casamiento de Santi. Fotos que captan momentos y condensan historias. Abrazado con Santi y con Acho en una típica foto futbolera con infaltable pelota desinflada en el medio. Los tres abrazados somos los primosdelaedad. Así todo junto, tan junto como la unión de nuestras familias. Crecimos pudiendo mirar al lado para encontrar a un primo, a un amigo, a un hermano. En el colmo de la relación, compartimos amistades. Necesitamos más fotos juntos, más abrazos, más poses futboleras y más pelotas desinfladas para recordarnos primos, hermanos. Quedan las fotos. Odio hablar de anécdotas. Es reducir acontecimientos a cuentitos infantiles superficiales. Nada de eso da cuenta de la realidad existencial del ser familia entretejida entre esas historias. Se lleva en la sangre. Y nos hace tan iguales como aquello que comparten Boca e Independiente, Bariloche y Miramar. En la foto no aparecen Esteban, Gabriel ni Mamá, pero sospecho que alguno de ellos estuvo detrás. Más bien estoy seguro. Gabriel debe haber comprado esos fulvencito que asoman. Esteban lo debe haber hecho arquero. Mamá me debe haber cocido el pantalón. Sí: jugaba al fútbol con pantalón de algodón hecho por ella. Tampoco asoman Tatá y Elo, pero también están ahí. Son los Adán de una descendencia numerosa. Son los Abraham de nuestra fe. Son los Moisés de una norma de vida buena escrita en las tablas del corazón. Desde ahí somos. Desde ahí soy. Soy familia. Desde nosotros tres solos, hermanos todos. “Fratelli Tutti”, dice Francisco.

***

Llegué preguntando por el padre Alejandro aunque de padre solamente tuvo unos diez años más tarde, casamiento con Agus mediante. Seguramente haya sido un viernes muy tarde. Demasiado tarde para reuniones de ese tipo, pero lo suficientemente temprano para poder salir de joda después. Dio inicio al tiempo de mayor vida nocturna y social. También de excesos tan compartidos que se hacían normales. Se terminó de completar el círculo empezado con el fútbol y la misión. Compré el pack premium que permite todos los canales, todos los beneficios, toda la pertenencia. En realidad, me lo regalaron. Libertad. Ese era el nombre de la calle donde vivía Nico y donde nos juntábamos a menudo. Esa historia se empezó a escribir en el Santo. Ese era el nombre de un bar de mala muerte en Núñez en donde despedíamos a Joaco.  No me pidan más guiños del destino. El mundo religioso se me abrió. Tomó colores. Rostros. Personas. Y ritmos bien marcados con esa guitarra furiosa capaz de sostenerse por horas. Pude ser más yo mismo. Con menos rollos y culpas. Sello de un estilo de vida acompañado por un puñado de ideas, más ideales que ideología. Ya nos dejaba horas hablando en alguna esquina de Buenos Aires. Con ganas, aunque sin argumentos, aceptación con pasión de propuesta de alianza. Causa de mi estar con Cristo. Mucho más allá de donde me imaginaba. Mucho más acá de lo que creía. Mucho más feliz de lo que me habían contado. En alianza que también es amistad sostenida en el tiempo.

***

Terminada la cena, le conté lo que para mí era evidente y de lo que probablemente veníamos hablando desde hacía rato: mi proceso de discernimiento vocacional venía a toda marcha. Un silencio de digestión y una palmadita rítmica en mi espalda fueron la manera de expresar apoyo. Presencia. Valor. Agradecimiento. Amistad. En una de esas dinámicas misioneras de año nuevo, en San Nicolás I contó que el anuncio de mi entrada al seminario había sido su mejor noticia del año. Yo pensé que su año había sido una cagada. No sabía qué era lo mejor. No sabía qué significaba dónde me estaba metiendo. No sabía lo que empezaba. Volvimos de Colonia de llevar a los misioneros paraguayos y tuvimos una de esas conversaciones bisagras. En realidad fue un monólogo solamente interrumpido por un “Dale boludo”, seguido de un perdón porque no le anticipé una maniobra. Sufría una de los pecados más frecuentes de los padecen los seminaristas: hablar de uno mismo. Estas líneas lo confirman. Cuando estábamos por llegar a la Vaterhaus hizo ademán de estacionar, pero recordó que no había cargado nafta al auto. Era tarde, la noche se acercaba, pero bajamos por el camino largo hasta una Shell que estaba más lejos de lo que yo pensaba. Habló él. Habló poco. Haciéndose el tonto es de las personas más brillantes. Incluso tanto que hasta hace a uno brillar. Cargamos nafta. Ardía el corazón. Camino juntos. Camino acompañado. Del otro lado del mostrador cada frase, cada mensaje, cada enseñanza tenía su manual. Aplicar no es lo mismo que repetir. Ahí brilla la originalidad.

***

Soy multitud. En esta multitud me sostengo, crezco y camino. Caminar es dar pasos. Por eso hago memoria y homenaje. “No nos olvidemos que los pueblos que enajenan su tradición, y… toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia” (FT14). La Iglesia es pueblo. No me lo preguntaron en mi examen, pero lo sé. Soy parte de ese pueblo. Cuido (mi) tradición. Fin.

Comentarios

TAMBIÉN PUEDE INTERESARTE:

Ahora que somos grandes

Ahora que somos grandes los matrimonios son los de los amigos y el juvenil beso nocturno es un te quiero para siempre. Y la casa de tus padres ya no es la tuya y tampoco la de ella. Porque sencillamente son grandes. Por eso los gastos –que no son menores-, las cuotas, ahorros y opciones. Ahora que somos grandes y ningún éxito personal alcanza para satisfacerse. Porque la vida es más que esa propia satisfacción y son otras personas. Porque siendo grandes los éxitos son con otros. Se responsabiliza por otros, se hace cargo de otros y se compromete por otros. Ahora que somos grandes las enfermedades no son la de nuestros padres y abuelos sino la tuya y la mía. Al punto que la muerte es una posibilidad que impone ser reconocida merodeando por esos puertos como fantasma nocturno o velero viejo que amarra a otros muelles. Ahora que somos grandes al pasado se mide en años que me hablan de ciudades, lugares y hasta países. Los minutos, las horas y los días forman semanas de c

No soy un héroe

El muro de Facebook se llenó de comentarios propios de la exuberante expresividad paraguaya. Días después de la Toma de Túnica, junto a una foto de los novicios recientemente revestidos con la túnica que los identifica como miembros de esta Comunidad de los Padres de Schoenstatt, leí: “ellos son los héroes de la Mater que dejaron familia y amigos para construir el Reino” . Me sorprendió y puede ser que sea fruto de que ahora que estamos grandes ya hay un poco más de realidad y de verdad. Coincidentemente cumplo cinco años de haber recibido esa misma túnica. Recuerdo ese día como uno de los más felices de mi vida. Sin embargo, sin falsa modestia, sería una exageración llamarme héroe. También sería falso decir que dejé familia y a amigos a pocas horas de ir a la casa de mis padres para un festejo familiar. No, no somos héroes. Y tal vez esto sea uno de los puntos más notables e impactantes de la vocación sacerdotal. No, no somos héroes ni tampoco somos mártires. Somos peregrinos a

Francisco, un espejo donde no mirarse

Como si fueran voces de un mismo coro, en esta semana Clarín y La Nación emprendieron el más duro embate contra el Papa Francisco. La razón de fondo parecería ser la no presencia en nuestro territorio. Los argumentos para este posicionamiento fueron al punto más bajo de todo: el supuesto desinterés. Como si se dijera que en realidad nadie quisiera la visita del Papa. Para eso se valieron de fotos sacadas desde lejísimos planos y mucho tiempo antes de una misa en Iquique. También le colgaron la responsabilidad de un sinnúmero de problemas de una Iglesia chilena que desde hace año rumea melancolía y decadencia. Si bien este último punto merece una lectura crítica y detenida, resultaba sorprendente el esfuerzo por unir la figura de Francisco a esta historia negra. No se le discuten las claras palabras -¿lo escucharán?- y tampoco los gestos inequívocos –porque los equívocos suelen interpretarlos de acuerdo a su narrativa elegida-. Es difícil de comprender esta actitud de los dos diarios