La revelación de Dios pasa de generación en generación, pero a diferencia de un conocimiento como el científico en el cual se transmite información, en el caso de la revelación la transmisión es de un acontecimiento: Jesucristo que murió y se entregó por mí. Tiene que ver con la Tradición de la que tan poco y vagamente hablé en mi examen de grado. Tiene que ver con el anuncio de Pablo las primeras comunidades: “Ustedes son conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo.” (Ef.2,19-20) La multitud dela que soy no es resultado de la masificación. Por el contrario, son hermanos, padres, amigos, ejemplos que transmiten el acontecimiento y constituyen historia. Mí historia.
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Llegué preguntando por el padre Alejandro
aunque de padre solamente tuvo unos diez años más tarde, casamiento con Agus
mediante. Seguramente haya sido un viernes muy tarde. Demasiado tarde para
reuniones de ese tipo, pero lo suficientemente temprano para poder salir de
joda después. Dio inicio al tiempo de mayor vida nocturna y social. También de
excesos tan compartidos que se hacían normales. Se terminó de completar el
círculo empezado con el fútbol y la misión. Compré el pack premium que permite
todos los canales, todos los beneficios, toda la pertenencia. En realidad, me
lo regalaron. Libertad. Ese era el nombre de la calle donde vivía Nico y donde
nos juntábamos a menudo. Esa historia se empezó a escribir en el Santo. Ese era
el nombre de un bar de mala muerte en Núñez en donde despedíamos a Joaco. No me pidan más guiños del destino. El mundo
religioso se me abrió. Tomó colores. Rostros. Personas. Y ritmos bien marcados
con esa guitarra furiosa capaz de sostenerse por horas. Pude ser más yo mismo.
Con menos rollos y culpas. Sello de un estilo de vida acompañado por un puñado
de ideas, más ideales que ideología. Ya nos dejaba horas hablando en alguna
esquina de Buenos Aires. Con ganas, aunque sin argumentos, aceptación con
pasión de propuesta de alianza. Causa de mi estar con Cristo. Mucho más allá de
donde me imaginaba. Mucho más acá de lo que creía. Mucho más feliz de lo que me
habían contado. En alianza que también es amistad sostenida en el tiempo.
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Terminada la cena, le conté lo que para mí era
evidente y de lo que probablemente veníamos hablando desde hacía rato: mi
proceso de discernimiento vocacional venía a toda marcha. Un silencio de
digestión y una palmadita rítmica en mi espalda fueron la manera de expresar
apoyo. Presencia. Valor. Agradecimiento. Amistad. En una de esas dinámicas
misioneras de año nuevo, en San Nicolás I contó que el anuncio de mi entrada al
seminario había sido su mejor noticia del año. Yo pensé que su año había sido
una cagada. No sabía qué era lo mejor. No sabía qué significaba dónde me estaba
metiendo. No sabía lo que empezaba. Volvimos de Colonia de llevar a los
misioneros paraguayos y tuvimos una de esas conversaciones bisagras. En
realidad fue un monólogo solamente interrumpido por un “Dale boludo”,
seguido de un perdón porque no le anticipé una maniobra. Sufría una de los
pecados más frecuentes de los padecen los seminaristas: hablar de uno mismo.
Estas líneas lo confirman. Cuando estábamos por llegar a la Vaterhaus hizo
ademán de estacionar, pero recordó que no había cargado nafta al auto. Era
tarde, la noche se acercaba, pero bajamos por el camino largo hasta una Shell
que estaba más lejos de lo que yo pensaba. Habló él. Habló poco. Haciéndose el
tonto es de las personas más brillantes. Incluso tanto que hasta hace a uno
brillar. Cargamos nafta. Ardía el corazón. Camino juntos. Camino acompañado. Del
otro lado del mostrador cada frase, cada mensaje, cada enseñanza tenía su
manual. Aplicar no es lo mismo que repetir. Ahí brilla la originalidad.
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Soy multitud. En esta multitud me sostengo,
crezco y camino. Caminar es dar pasos. Por eso hago memoria y homenaje. “No
nos olvidemos que los pueblos que enajenan su tradición, y… toleran que se les
arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia
moral y, finalmente, su independencia” (FT14). La Iglesia es pueblo. No me
lo preguntaron en mi examen, pero lo sé. Soy parte de ese pueblo. Cuido (mi)
tradición. Fin.
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