Mientras espero la respuesta a mi
pedido de consagración para siempre en la Comunidad de los Padres de
Schoenstatt, recibí el baldazo de agua fría de la noticia sobre acusaciones a
Kentenich. Si bien el impacto menguó al ver las diferencias entre el título
rimbombante y el contenido de la noticia, no puedo negar que movió el piso ¿Es
posible verme disfrutando esta vida y también verme invadido por esa
inseguridad? Ahora que somos grandes, la vida parece más complicada, llena
de contradicciones y de sabores mezclados. “Juan así es la realidad”, me
dice a menudo mi acompañante espiritual haciéndome sentir un pequeño idiota. “Así
son las bienaventuranzas” (Mt.5), me recordó Joaco en uno de esos espacios
maravillosos que compartimos semanalmente en casa en torno a la Palabra.
Viviendo en Puente Alto aprendo que ni siquiera las condiciones más duras son
excusa para no apostar por una vida en plenitud, por la venida del Reino.
Con el transcurso de los días y el
paso de la verborragia de los confundidos, misteriosamente me fui armando de
esperanza. En la memoria apelo a la sabiduría de James de la que pude ser
testigo durante su enfermedad, su muerte y su misteriosa presencia en medio
nuestro. Es la esperanza de recordarse sostenido por Dios, de estar acompañadopor otros y de ofrecer lo que cuesta en pos de un bien mayor. Apelo también a
sacar las fuerzas positivas que residen en la bondad de mi corazón. Reconozco
que el mal está al acecho y no siempre le he prestado la mejor batalla. Son fuerzas
de un desmedido optimismo en el que conscientemente quisiera caer porque
para fuerzas culposas, llenas de sospechas y temor sabemos dónde encontrar.
Así, permítanme entusiasmarlos con un futuro prometedor.


El futuro es prometedor porque hay una sed de profundizar tanto en
el conocimiento de Kentenich como en el valor del carisma. Un primer buen
fruto de esto es la cantidad de material sobre Kentenich que se busca. El otro
día, una reunión de un cura chileno fue acompañado en vivo por casi tres mil
personas. Pienso que no alcanzaríamos ese número ni sumando los últimos cinco
años de asistentes a charlas sobre Kentenich en ese mismo país. También supone
una gran responsabilidad. En algunos temas pasamos de preguntarnos quién sabía
para admitir que nosotros no sabíamos que sabíamos o que por lo menos sí
podríamos saber. Es una oportunidad imperdible. Se celebra la conformación de
comisiones de expertos para estudiar y llegar a una ajustada valoración de
hechos en su contexto, sus protagonistas y su momento histórico. No obstante,
nadie puede quedar excluido en esa búsqueda. Para decirlo de otros modos:
Kentenich no es para ilustrados. Imagino un futuro donde se multipliquen instancias
que nos acerquen a Kentenich con madurez y verdad. Con menos comunicados y más
comunicación. Se habla que las figuras históricas deben pasar por un proceso de
desmitologización para que el mito o ídolo construido ceda a la persona real.
Sin con Kentenich venía sucediendo eso muy paulatinamente, ahora se puede
acelerar el paso. Sospecho, como a menudo me pasa, que la realidad es mejor de
lo que pensaba.

Muchos podrán decir y compartir esa sensación de que Kentenich ha
quedado tan manchado que su reputación es insalvable por mejores que sean los
estudios científicos. En parte yo también lo siento. Sin embargo, hago el
esfuerzo de ganar en libertad y hacerme servidor de la Verdad (GE 138).
Habrá que creer en la verdad más allá del qué dirán. Habrá que sostener la
verdad más allá de lo políticamente correcto. Habrá que buscar la verdad más
allá de lo que digan los manuales de comunicación y coaching. Al final de eso
se trata la fe y la santidad ¿Pueden creer que para algunos es más importante
la estrategia de comunicación, el último manual de autoayuda, lo políticamente
correcto y la fama que la Verdad? Otros podrán lamentarse que el camino de
beatificación se prolongue más todavía. Sin embargo, ¿acaso preferían la
canonización de una caricatura de Kentenich?

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