La angustiante imagen de Lionel tapándose la cara mientras
sonaba el himno me paralizó. Por unos segundos se despertó otra preocupación
que trascendía el fútbol. Admito que duró sólo unos segundos hasta que todo
volvió a la anormalidad de que todas las preocupaciones quedan entre paréntesis
mientras la pelota corre (que en el fútbol moderno más que correr es caminar).
Aquella imagen me hizo acordar a otra que había visto hace unos meses cuando vi
a Ángel llorar amargamente al costado de una cancha en San Juan después de ser reemplazado
el 15 de noviembre de 2016 en el partido contra Colombia. Claro está, Lionel es Messi y Ángel es Di
María. Tal vez sea bueno recordarnos que Messi es Lionel y Di María es Ángel.
Un título enrollado en algún lado me certifica como
politólogo y una cruz en el pecho me recuerda proyecto de cura. No entiendo
nada de psicología y mucho menos de sociología. Desde esa ingenua ignorancia me
atrevo a preguntarme y a responderme, ¿qué nos está pasando como humanidad que
‘ser bueno’ se transforma en una carga insoportable? Es raro, pero a los buenos
se los carga con responsabilidades, expectativas y poderes, tranquilizando a los
mediocres de que la culpa es de los buenos. Esta rareza naturalizada nos impide
la posibilidad de aprender de los buenos, disfrutarlos, contemplarlos y dejar
que su bondad se expanda.
Dolido porque su hijo había caído en la droga dura recién
superados los veinte años, su padre Sergio me comentó sin ninguna poesía, pero
con una cuota de realismo intraducible: “Mi
hijo era un sol, ¡No sabés cómo jugaba a la pelota! Era tan bueno que a los 15
años tenía muchos de ahí que le ch*** la
p***, pero una vez que cayó ya todos se olvidaron”. La suerte de ese pibe
no es muy distinta a la de tantos otros que en distintos ámbitos fueron buenos
y habían sido revestidos de ese elogio que es efímero. La fuerte expresión de
contenido sexual no debe ser entendida en un sentido literal y bien puede ser
reemplazada por: le dieron poder, le doraron la píldora, le sobaron el lomo, lo
hicieron superior, lo nombraron obispo y también cardenal, le dieron la cinta
de capitán y otras posibles expresiones. Da la sensación de que el problema de
los buenos no es tanto que sean bueno sino ese momento en que su bondad, su
talento, adquiere visibilidad.
¿Qué hubiera pasado si Lionel no la rompía en ese primer
partido contra Paraguay jugado en la cancha de Argentinos? Seguramente no lo
hubieran llevado a los juveniles y no sería raro que hoy lo viéramos tirando
paredes con Iniesta vestido todo rojo ¿Qué hubiera pasado si Jorge no hubiera
encabezado la comisión redactora del encuentro de obispos en Aparecida?
Seguramente hoy estaría jugando al dominó con otros sacerdotes retirados en un
hogar de ancianos en Flores. Es raro lo que nos pasa como argentinos: dos que
son reconocidos como “buenos” hoy son mirados de reojo. A los dos le
practicamos lo mismo que al hijo de Sergio y hoy nos hacemos los indiferentes.
A los buenos siempre le encontramos algún “pero”. Es bueno
en el colegio, pero no sale los fines de semana. Es bueno con la pelota, pero
se borra en las difíciles. Es un buen líder, pero seguramente pasa a llevar a
los demás y quita libertad. Es buen empresario, pero se la queda toda él. Es
buen sacerdote, pero tiene algunos temas afectivos por resolver. Y así la lista
podría seguir. Lo raro no es que los buenos tengan un “pero” sino que haga
falta reforzarlo como buscando su superación y su
bondad absoluta ¿Acaso quién es tan Jesucristo que puede no tener doblez?
Repartiendo “peros” vamos anulándonos. Buscando las sombras
del otro caemos presos en una gran penumbra que termina por envolvernos a
nosotros mismos. Funciona en el fútbol, funciona en la vida ¿Y si echamos un
poco de luz? ¿Si nos preocupamos en buscar y rescatar lo bueno del otro? Viviríamos
en una luminosidad mucho mayor. Buscar
lo bueno del otro supone algo que no parece tan obvio y que creo que es el
principio del problema: ¿qué es lo bueno? La comunidad social y cultural suele
jerarquizar ciertos talentos y nos educa para eso. Lo hace explícitamente, pero
también en formas más sutiles. Pero ojo: el elogio es efímero y sólo la gloria
es eterna.
Dicho sin eufemismos: nada es tan bueno como ser bueno para la pelota y si no jugas al fútbol, no existís ¿Acaso
en la mayoría de las escuelas los grupos se dividen entre los futboleros y los
que no; que son entre los cancheros y los raros? ¿Acaso para un padre futbolero
hay algo más traumático que un hijo que prefiera jugar con dinosaurios que con la pelota?
Entonces claro, la culpa es de los buenos porque son buenos en aquello que la
comunidad social y cultural define como bueno. No. La culpa no es de los buenos
sino de los que les dan de comer: sobrevaloran ese bien quedando obnubilados por ellos.
Daremos un gran paso cuando como humanidad nos demos cuenta
que es posible ser bueno en distintas cosas y que nuestras bondades no compiten
sino que se complementan. Y que lo importante no es hacer el bien sino seguir
la voluntad de Dios, desplegar tu bien personal, desarrollar tu originalidad o
como le quieran decir. Daremos un gran paso como comunidad cuando busquemos que
el bien del otro florezca junto al mío sin ser ni una amenaza ni una salvación
solitaria. Así, multiplicar el bien no elimina la exposición de ciertos buenos
y abre otro capítulo: ¿cómo acompañar a los buenos? Un amigo que no conocí respondería
que se trata de forjar una comunidad nueva en donde vivamos uno con el otro, en
el otro y por el otro para el bien de todos ¿Por qué los santos siempre
aparecen como quijotes peleando solitarios contra el mundo? ¿No es posible una
santidad comunitaria?
Por eso Lionel, no te culpo, sencillamente
espero que puedas hacer tu bien que nos hace tan bien a todos. Como así también espero que el periodismo haga su bien, que el entrenador haga su bien, que la dirigencia haga su bien, que la clase política haga su bien, que el curaje haga su bien y hasta que la Iglesia haga su bien. Su bien me hace más bueno a mí y también a todos.
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