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Hacia una Iglesia del pueblo

Pistas para una posible interpretación del actuar de Francisco con la Iglesia de Chile 
  1.     El Papa Francisco pone su atención no solamente en los obispos sino también en la Iglesia en general hablando de un sistema dañado. Toca también a comunidades y sacerdotes en general. Incluso más: al final de cuenta todos los bautizados pueden sentirse interpelados. Un riesgo: que esta mirada diluya culpas. Un beneficio: dice “no” a los chivos expiatorios simplistas.
  2.     El problema detectado parece encontrar su raíz en lo que Francisco ha llamado “psicología de elite”. Este es un modo de pensar y de actuar que él detecta en la Iglesia chilena no en un sentido exclusivo, pero que sí parece haber encontrado un buen caldo de cultivo en la sociedad chilena. Esto amplía el universo de destinatarios.
  3.     La psicología de elite puede resumirse en un modo de situarse en la realidad que discrimina mejores y peores, sabios e ignorantes, ricos y pobres, capaces y brutos, entre otras categorizaciones. Esta adopta una lectura de la realidad que es más económica o eficientista que evangélica. Si buen puede ser posible para -por ejemplo- la política, parece inadmisible para la Iglesia.
  4.    Una expresión de esta psicología de elite parece ser el denominado “mesianismo”. Este se presenta cuando justamente los que se autoperciben como miembros de la élite (los mejores, los sabios, los ricos, capaces, etc.) se hacen dueños de los proyectos, los sueños, los desafíos y las ilusiones del resto. Son los salvadores y tienden a conformar círculos cerrados. Lo de la Parroquia El Bosque es un buen ejemplo; uno. 
  5.   Dicho mesianismo encuentra un punto complejo. Ocurre que, siguiendo motivaciones presumiblemente buenas, se dan resultados trágicos. Es noble querer hacer algo por los demás, es bueno buscar cultivar la vida religiosa, es imprescindible vivir la fe en comunidad. Sin embargo, desde Francisco lo central y lo novedoso es el cómo. Se impone la urgencia de discernir. No da lo mismo adoptar una postura u otra.
  6.     ¿Cuál otra? La contrapropuesta de Francisco que subyace de su visión sobre esta problemática es la visión de la Iglesia como pueblo, como masa, como colectivo, como caravana, como peregrina. Como una Iglesia sin credenciales. La Iglesia es, en palabras de Francisco, “el santo pueblo fiel de Dios”. En este pueblo peregrino no hay mejores ni peores. Al mismo tiempo todo en su conjunto es santo. Francisco insiste con fuerza en esto. Lo hace aclarando que no tiene que ver con una supuesta perfección sino con la presencia y acción del Espíritu en el pueblo fiel de Dios. En todo el pueblo y no sólo en la élite como el mesianismo parece comprenderlo.  El debate de fondo es eclesiológico.
  7.    .En el pueblo no hay gente que deba ir siempre al principio o siempre al final. A los obispos en general les pide que a veces vayan adelante marcando el camino, otras en el medio escuchando lo que se habla en el pueblo y otras al fondo buscando los que están retrasados. La pobreza proclamada tiene que ver con esta agilidad.
  8.    Hay un especial gusto en ser parte de este pueblo, como un sentido de pertenencia amplio. Por eso el pueblo disfruta del encuentro por más ineficiente que muchísimas veces puede ser. El gusto se alimenta en su propia mística: es la mística de la cultura, de la sabiduría de los mayores, de los que nos precedieron en la historia (tal vez desde acá puede valorarse el rescate del tiempo profético de la Iglesia chilena).
  9.     El pueblo, desde aquí, es sujeto de la historia. Quiere que todos seamos protagonistas desde el propio lugar oponiéndose a ciertas propuestas teñidas de clericalismo: Francisco parece ver este germen detrás del pedido de un sacerdocio femenino y la proliferación de los diáconos permanentes. Por eso no se plantea aquí una lucha por ver quién tiene la manija sino de generar espacios de diálogo, de protagonismo, de participación, ¡de encuentro! Lo contrario es balconear la vida o ser jóvenes jubilados”.
  10.     A la luz de todo esto no pueden esperarse cambios inmediatos porque se espera algo más profundo, una cultura nueva. Tampoco -lamentablemente- pueden asegurarse el fin de los abusos en la Iglesia, pero sí al menos el fin de la construcción de redes criminales en torno a estos. “Pecadores sí, corruptos no”, dijo Francisco alguna vez ¿Cómo avanzar hacia una Iglesia-pueblo? Seguramente ahí todos tendremos mucho que aportar: para hacer y también dejar de hacer. Anhelar la conversión cuando el problema quedó en el punto ciego, puede ser un buen punto de partida.
  11.         Finalmente, ante los escándalos y las críticas, evitar rumiar la desolación que nos entrampa en un círculo vicioso. Paradójicamente cuando lo hace cae en la autodefensa (urge callarse la boca) que es una sutil forma de autorreferencia y pierde su centro que no puede ser otro que Cristo en el pobre, en el enfermo, en el emigrante, en el abusado. 

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