La presente nota continúa una serie de textos titulada: "Chilenos. Apuntes para comprenderlos (y quererlos)" a través de las cuales busco meterme en la cultura chilena.
La línea cuatro del Metro de Santiago
atraviesa esta ciudad de Sur a Norte. De este modo, circula en paralelo a la
siempre imponente Cordillera de los Andes. En su recorrido logra unir
realidades sociales, económicas y hasta culturales prácticamente opuestas. Viajar
por este Metro con los ojos bien abiertos me resulta un panorama imperdible para
conocer un poco mejor la idiosincrasia de mis huéspedes ocasionales.
El
ritmo de viaje es muy veloz. De hecho logra unir ambos extremos en menos de una
hora. A diferencia de lo que ocurre en mi querida Buenos Aires, este Metro
tiene algunos tramos en que va por encima de la superficie y otros en los que
efectivamente es subterráneo. En dirección al Norte, el cambio de paisaje
ocurre desde la estación Los Presidentes. Ironías de la vida,
justamente Los Presidentes te mandan bajo tierra. De esta manera, en Macul
podemos contemplar la Cordillera en el horizonte y en Quilín podemos
maravillarnos por los autos que transitan a nuestro lado. Después de ahí ocurre
el cambio.
Una
vez que estamos bajo tierra ya no queda otro paisaje que la oscuridad que nos
hace solos. En ese contraste quisiera detenerme. Cada
vez que viajo por esta línea, me llama la atención lo que pasa en el pasajero local
cuando viaja en uno y otro contexto, a partir de ese quiebre.
En ese momento el
músico inexperto no cambia la canción sino que ahora redobla sus esfuerzos para
hacerse escuchar. El joven universitario modifica el brillo de la pantalla para
poder seguir jugando al Candy Crush sin sombras. Rodrigo Espinoza permanece
leyendo su novela. A Rodrigo no lo conozco, pero identifico su nombre por la
credencial que lo identifica como trabajador de una empresa de
telecomunicaciones. Un poco más allá una pareja de pololos se acurruca en un
abrazo como jurándose amor eterno hasta en las más oscuras realidades.
Allá afuera la
oscuridad parece ir en aumento en la medida en que nos aproximamos a Tobalaba.
En un dudoso descenso, la impresión es que vamos cada vez más profundo. Vamos
hasta el centro de la Tierra. Vamos hasta las grandes profundidades de Santiago.
En esa gesta compartida sigue reinando el mismo modo de ser que en el andar más
superfluo. En esa silenciosa individualidad llegamos al Norte. Como si fuera
una metáfora cultural, en ese modo de viajar se hace más sencillo entender a los
santiaguinos.
Otras entregas: Un argentino mirando a los chilenos // Hay chilenos y chilenos // La pascua chilena // Del Arturo al Alexis, el camino de buscar ídolos propios. // Una hermenéutica chilena. // Tierra de santos. // Valores y contravalores chilenos. // Límites geográficos e identidad cultural. //¿Por qué son así? // ¿Por qué no nos quieren? //
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