Punto de partida
Cualquier análisis que se pueda hacer de la actualidad Argentina no
puede pasar por alto una necesidad: lamentar la pérdida de Nisman. Y no porque
sea San Martín o Jesús, sino sencillamente por las circunstancias. Dicho eso me
resulta entre atrapante y perturbador hacer el ejercicio de dejarse interpelar
por los acontecimientos. Hacerlo en los límites y beneficios que dan los
kilómetros y las montañas que me unen a mi país. Hacerlo desde lo personal,
pero sin olvidar el firme anhelo que Dios puso locamente en mi corazón de ser
sacerdote, padre al servicio de la Alianza.
Desde aquí, ¿cuáles son los reales motivos de preocupación? ¿Cuál es
el debate de fondo? ¿Qué intereses están en pugna? ¿Cuál es el riesgo?
No es él…
El problema de Argentina y de los argentinos no es Nisman. No me
siento un ignorante afirmando que hasta el 13 de enero no tenía idea de su
existencia. No me siento un insensible admitiendo que nunca fui ni a un solo
acto pidiendo justicia ni por la AMIA ni por la Embajada. Y tampoco por no
poder nombrar a más de tres o cuatro fiscales.
Puede parecer una obviedad, pero tengo la impresión que en la
velocidad con que circula la información podemos caer en la trampa de confundir
lo importante con lo superfluo, lo urgente con lo necesario y lo cercano con lo
lejano. En tal sentido quiero subrayar que –para bien o para mal- Nisman, la
causa AMIA y el funcionamiento del Ministerio Público forman parte de lo que
alguna vez denominé mundo lejano.
No es ella…
En este tiempo de autoconocimiento profundo detecté una singular
tendencia en mí de sentir cierta inclinación por los débiles. Puede ser algún
complejo de no se dónde. Otro sencillamente le dirían cristianismo. A pesar de
este singular fenómeno, quisiera advertir que mi oposición a la natural posibilidad
de transformar a la Presidente en el chivo expiatorio de nuestros males no es
por eso sino por una convicción de fondo: poco, muy poco depende de una sola
persona.
Es fácil caer con broncas contra el Poder Ejecutivo porque sin dudas
nos da motivos que nos pueden hacer pisar el palito. Así, aunque suene algo
terrible, dudo que Argentina cambie mucho en octubre. Al final, ¿qué tanto
puede cambiar entre Ella y su ex Jefe de Gabinete devenido en acérrimo
opositor? ¿cuántos Larretas tiene Mauricio para gobernar la Ciudad y el país al
mismo tiempo? ¿Scioli? ¿Randazzo? ¿Quién? El Ministro de Interior ¿Quién?
No son ellos…
Cada vez con más fuerza los medio de información y comunicación ven en
aumento su influencia en el campo político y social. El oficialismo nacional se
ha esmerado en descubrir los entretelones de las empresas de comunicación. Con
ese mismo esmero los han convertido en opositores. Esto puede ser terrible para
el ánimo de la sociedad, pero brillante en términos electorales. Al final si en
las elecciones uno mete una boleta de Clarin o La Nación, su votó será
contabilizado como “nulo”.
Reconocer que ellos juegan su partido y divertirse viendo cómo 678 y
TVR los dejan al descubierto no los hace responsables de lo que pasa en mi
país.
Somos nosotros
Lo peor de la actualidad Argentina no está en la dudosa muerte del
fiscal ni en cuidadas convocatorias mediáticas a manifestarse ni en indicadores
económicos. Lo digo de otra manera. Primero, a mi no me parece tan grave que un
controvertido fiscal muera en dudosas circunstancias en medio de
controversiales relaciones con el poder. Segundo, no me parece tan grave que
una vez más la gente salga a las calles sin consignas claras ni mensajes
firmes. Tercero, no me parece tan grave que los ricos ganen menos plata o que
en lugar de irse a Punta del Este vayan a Cariló. Obviamente, preferiría que no
fuera así.
Lo que mí me preocupa y me parece grave no puede reducirse a esos
planes particulares o individuales. Está en riesgo el nosotros: la identidad y
el vínculo. Eso me parece gravísimo. Cuando se lesiona eso es muy difícil construir,
sumar, aportar. Es el triunfo de la desconfianza, de la peor inseguridad, del
individualismo, de la yomismodependencia y de la división. No me gusta ver un
país dividido incapaz de pensarse como un todo para pensar en ellos y en otros.
En ese sentido, Señora Presidenta, no me gusta que usted sea la administradora
de la alegría del país y quiero que también sea mi presidenta, que hable para
mí.
Una de las cosas que me impresiona desde que estoy en Chile es cómo
reina la desconfianza y el temor a ser pasados por arriba en las relaciones
humanas. Eso no ha impedido crecimientos exponenciales en materia económica y
políticas inclusivas envidiables. Pero junto a eso veo un aislamiento social que,
al menos en Santiago, da entre bronca y vergüenza. En esto yo no quiero acabar
como Chile.
Marchar
Como futuro padre al servicio de
la Alianza no puedo pasar por alto que todas las relaciones humanas están en
riesgo. La Argentina no va a cambiar si no recuperamos la mirada plural, social
y amplia desde donde miramos la realidad. Es esa mirada que nos dio el Papa, el
Mundial de Fútbol o el encontrarnos fuera de nuestra Patria.
De lo contrario vamos a acabar en un individualismo exacerbado y en
incoherencias vomitivas. Es el
individualismo del que contamina para producir más. Es la incoherencia del nene
bien de Barrio Norte que se fuma un porro mientras denigra al volado que
intentó afanarle en la esquina. Eso duele. Eso hace mal.
En este contexto aplaudo las iniciativas que proponen marchar y así
ponerse en movimiento. Solamente que reorientaría ese caminar para marchar para
recuperar la confianza, marchar para sanar heridas, marchar para pedir perdón,
marchar para reconciliar, marchar para participar en el sector público, marchar
para ofrecer un puesto de trabajo digno, marchar para ahorrarse unos pesos y
compartir con el otro, marchar para salir del encierro, marchar para proponer
una vida sana en lugar de una vida de muerte, marchar para celebrar.
Marchar o tal vez sencillamente ponerse en movimiento para encontrarse
con el otro y así juntos recomponer el dañado tejido social que nos violenta,
que nos enfrenta y que nos vuelve a aislar.
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