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Una fenomenología de la Alegría (o mi resumen de la Mision MTA 2014-2015)

Mirar desde la alegría
En la celebración del año nuevo entre todas las comunidades, en la centenaria escuela de General Campos, el p. Facu terminaba sus palabras con un acto de sinceridad y casi una declaración de principios: afirmar no tener idea qué es la alegría. Lo que en su momento fue simpático, para mí termina siendo una clave de interpretación de MTA. Es sabido, MTA -y mi MTA- puede leerse desde distintas ópticas. Yo elijo esta de la alegría. Así es posible compartir MTA desde las distintas alegrías que viví y -especialmente en mi nuevo lugar de seminarista- pude ser testigo.
Mirar desde la alegría puede ser un poco chocante para fenómenos religiosos de este calibre. A menudo me da la sensación que hablar de la alegría es visto como una superficialidad. Desde distintas tribunas conservadoras me dirán que el vínculo con Dios no se sostiene desde la alegría sino desde el compromiso, la doctrina, la búsqueda de verdad y la responsabilidad. Los conozco. Yo también alguna vez vi partidos sentado en esa platea. Por eso empiezo este repaso misionero reconociendo que mirar desde la alegría es una revolución. Seguramente una pequeña revolución; pero revolución al fin.
Y si el desarrollo de esto se vuelve largo y algo latoso ya con estos dos primeros párrafos queda una enseñanza de MTA y de vida: aprender a hacer el ejercicio de mirar desde la alegría.

La alegría de la reconciliación
Una alegría de la que pude ser testigo y que también fue mía, es la alegría de la reconciliación. Es la alegría del hijo que vuelve y se abraza con el padre. Es una alegría que trasciende la reconciliación sacramental porque a menudo nosotros nos perdonamos menos que Dios porque, como dice Francisco, Dios no se cansa de perdonar sino que somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Esta alegría se acompaña de la paz, del poder dormir tranquilo. Esta alegría permite levantar la cabeza y nos permite volver a mirar a los ojos. Pudo venir de aquella larga reconciliación en un escenario especial después de sabias palabras y preguntas del padre. Pudo venir de ese rato de Adoración entre cabezazos y cantos en el que volví a hacerme uno con Jesús y a experimentarme hijo predilecto, amigo entrañable. Alivio. Emoción. Lágrimas. O sencillamente alegría.
Para mí la alegría de la reconciliación es equivalente a lo que siento cada vez que vuelvo a Callao 542. Ahí pude estar-con tantos desde 1993 hasta 2004 como alumno. Cada vez que vuelvo me siento en casa. Me recuerda quién soy, me siento cómodo y contenido aun cuando el año que pasó se cumplieron diez desde el Adios Reina del Cielo. Es que la alegría de reconciliarse al final de cuenta es la alegría de volver a ser; que en términos heideggerianos sería volver al Ser.

La alegría de buscar
La alegría de MTA es también la alegría de buscar, de preguntarse, de incomodarse, de darse lugar para escuchar ese grito interior que clama por una pequeña revolución de amor, de encuentro más real con Dios, de ser mejor, de crecer, de la auténtica vocación. La alegría de buscar no es la alegría de encontrar. Por el contrario es la alegría de saberse en camino; aunque no necesariamente encaminados. Es la alegría de vivir. Es la alegría de poder disfrutar hoy sin tanto miedo por el mañana ni tanta culpa por el ayer porque nos sabemos y nos aceptamos en la búsqueda. Porque al final lo importante no es llegar sino que lo importante es el camino.
Reconozco y admito que esa búsqueda muchas veces conflictúa y hasta molesta. Como mínimo desconcierta. Es el desconcierto del pibe que pasó de tener uniforme para vestirse de lunes a viernes y colegio a dónde ir al que ahora tiene que elegir qué ponerse, qué estudiar, qué trabajar, cómo rezar, cómo pololear, qué familia quiere formar. Es el desconcierto de la vida que nos empuja de las falsas seguridades que nos dan ciertas fórmulas que acallan conciencias y nos recuerdan que al final de cuentas seguir a Jesús no es asumir un seguro contra todo riesgo sino asumir la buena aventura del Reino.
Buscar inquieta y nos recuerda que estamos vivos. Por eso mismo MTA alegra el corazón.

La alegría de la vocación.
Y una vocación en comunidad. En términos organizacionales es la alegría de trabajar en equipo. En palabras de un hermano de curso que ahora sencillamente es amigo es como hermanos soñar. Y soñar con este 2015 que quiere coronarse con nueva y buena gente; y con el dos mil veinti no se cuánto viviendo una misión con tutti y con tute mientras sigo aprendiendo de la sencilla brillantez de uno ya ordenado y otro un poco más desordenado es responsable de que yo esté escribiendo con y de la alegría.
Experimento el llamado que Dios me hizo al sacerdocio como un regalo inmensurable y fruto de su absoluta misericordia. Siendo honesto esto se hace menos visible en el estudio del poema de Parménides o en el obsesivo cuidado del autorreferencialismo comunitario y es más evidente cuando se da a los demás, cuando se comparte, cuando se vive en MTA. Como me ayudó a formular un amigo y misionero: misionar siendo seminarista te da un plus.
La alegría de la vocación no es la alegría de brillar ni de estar en el centro sino es la alegría del pesebre: de ver que entre la paja y los animales Dios se hace presente. Y cuando no se ve, ayudar para que así sea. En la mía. En la de los misioneros. En la de los generalcampesinos o como se diga. Y cuando se hace presente queda claro que los muros están para ser superados. Así, la experiencia del Tabor que es la vocación tiene sentido cuando somos aliados en el mundo.

La alegría de encontrarse en Jesús
Unas misioneras extranjeras que participaron alguna vez de MTA me comentaban todavía sorprendidas la cantidad de tiempo dedicado al encuentro con Jesús. Laudes, oración de la mañana, envío y regreso desde el Santuario, Adoración permanente, testimonios, nuevos envíos, Rosario, misa, oración de la noche y más Adoración. Lo más lindo de esto es que justamente por esto el encuentro con Jesús no se reduce a momentos sino que nos pone en sintonía para vivir todo el día a la manera de Jesús. Y mejor aun experimentamos que encontrarse con Jesús no te arruina la vida sino que la hace más linda, más colorida, más bonita, más alegre.
Con este tipo de experiencias superamos la anacrónica -aunque paradójicamente siempre vigente- discusión misión vs. retiros o vida vs. formación o alegría vs. doctrina porque pone en el centro el encuentro con Jesús. Y cuando Jesús queda en el centro nosotros quedamos descentrados y todo se ordena en torno al sol de Cristo que brilla desde lo alto de cada hermano. Y ahí somos uno en Cristo. Como dijo algún experimentado misionero, de esos que siguen misionando como la primera vez, MTA es la Galilea donde una y otra vez vuelvo para encontrarme con Jesús y ponerlo a Él en centro.


Y con esto me detengo. Porque Zárraga me enseñó que el chiste de la fenomenología no es describir con detalle sino dar pinceladas. Y con estas pinceladas escribir MTA.



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