No se nada de decoración. Mi mamá tampoco. Solamente cada tanto escucha a sus amigas entendidas o se lee el suplemento de decoración que viene los domingos en la revista de La Nación. El living de mi casa es el fiel reflejo de eso. Cada tanto nos pasa que a mamá se le mete la idea en la cabeza de que hay que cambiar. Los argumentos son sencillos: ya no se usa más o hay que mejorar. Con ese pretexto se dio el primer cambio del living de casa (al menos desde que yo tengo uso de razón). De un día a otro cambió la modesta mesa ratona por un bodoque de madera y vidrio que empezó a cumplir esa función. Eran tiempos en que la madera quedaban bien, pero en la práctica no fue una decisión acertada: en la junta de la madera y el vidrio se llena de mugre. Otras notables incorporaciones se dieron a principios de los 90 cuando murió una de mis abuelas y heredamos dos juegos de sillones de un cuerpo que rápidamente fueron tapizados con un estampado tipo egipcio. No se muy bien la razón, pero seguro que estaba de moda. A fines de los noventa, mamá empezó con clases de pintura. Fue una sorpresa para todos nosotros. Por un lado encontramos que ella tenía un gran talento para eso y por otro lado nos encontramos con que todo lo que estaba quieto era atacado con algún retoque de pintura. Ante esto dos efectos: primero nadie se atrevía a quedarse quieto por temor de que nuestra madre avanzara con la pintura sobre nosotros; segundo, el living empezó a tener sus obras. Una de ellas fue el dibujo de variadas frutas sobre un mueble de madera que era de mi bisabuela. No quedó mal, pero no se si mi bisabuela estaría muy contenta con esa intervención artística. Los bronces fueron otras víctimas de su mano: como supuestamente habían pasado de moda todo lo que tenía bronce se transformó en colores (con excepción de dos candelabros muy buenos). De la pintura pasamos rápidamente y con cierta ambición exagerada a pintar cuadros. Así fue como de un día a otro nos encontramos con dos pájaros pintados sobre dos cuadritos del living. Me acuerdo, con vergüenza, que el primer día que los descubrí le dije: “está bueno, pero calculaste mal el tamaño… el árbol te quedó muy chico”. A lo que ella me respondió con fuerza: “No, es surrealista”. Me llamó la atención, era la primera vez que escuchaba esa palabra (es decir que mi madre fue la primer exponente surrealista con la que tuve contacto…). Hace poco tiempo a mi madre se le dio por ver que necesitábamos un sillón de dos cuerpos. Nadie entendió muy bien el motivo, pero todos nos sorprendimos con un sillón rojo que atravesó el living de casa. Al fondo quedó un sillón de un cuerpo de un rojo más tomate con lo cual rápidamente debió mutar por un estampado con los colores de la camiseta suplente de velez. Así es el living de hoy: una mezcla de estilos y rastros de modas que pasaron.
* * *
Lo que vivimos con el matrimonio homosexual se parece mucho al living de mi casa…
Muchos están convencidos que se trata sólo de un cambio de muebles, cuando en realidad se cambia la manera de ver(nos).
Claramente hay una fuerte incidencia de la moda: a este paso nuestro código civil no será más que un divertido reflejo de las distintas modas.
Como nos pasó con la mesa ratona, el verdadero problema no está en el cambio sino en que lo nuevo no se ajuste a la naturaleza y las necesidades del objeto.
Así como mamá pinta todo lo que está quieto, pienso que la avanzada de la cerrazón de los abiertos nos va a terminar pintando la cara a todos los que nos quedemos parados.
Cuando cambiamos el sillón rojo no nos dimos cuenta que también estábamos afectando otros muebles; ¿Cuándo cambiamos la ley de matrimonio nadie se dio cuenta de las afecciones sobre tantas cuestiones cotidianas?
***
En este marco una solución: encontrar el sentido de las cosas y en ellas el desafío de dejarnos encontrar.
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Lo que vivimos con el matrimonio homosexual se parece mucho al living de mi casa…
Muchos están convencidos que se trata sólo de un cambio de muebles, cuando en realidad se cambia la manera de ver(nos).
Claramente hay una fuerte incidencia de la moda: a este paso nuestro código civil no será más que un divertido reflejo de las distintas modas.
Como nos pasó con la mesa ratona, el verdadero problema no está en el cambio sino en que lo nuevo no se ajuste a la naturaleza y las necesidades del objeto.
Así como mamá pinta todo lo que está quieto, pienso que la avanzada de la cerrazón de los abiertos nos va a terminar pintando la cara a todos los que nos quedemos parados.
Cuando cambiamos el sillón rojo no nos dimos cuenta que también estábamos afectando otros muebles; ¿Cuándo cambiamos la ley de matrimonio nadie se dio cuenta de las afecciones sobre tantas cuestiones cotidianas?
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En este marco una solución: encontrar el sentido de las cosas y en ellas el desafío de dejarnos encontrar.
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