Un lugar comun es... la compleja relación de amistad entre el varón y la mujer.
Me miró de frente con una sonrisa en los labios, pero con un marcado enojo en la frente. Yo no salía de mi asombro. “¿Cuánto tiempo más te vas a estar haciendo el imbecil?”, siguió en un tono en el que nunca la había escuchado. En frente tenía a una gran mujer, una muy buena persona con quien había compartido mucho tiempo y tal vez por eso también había sido un gran amor oculto. No me dio tiempo de pensar cuando me embocó una cachetada de telenovela mexicana. Con mi velocidad que me caracteriza sólo pude decirle “yo no fui”. Después de tamaña expresión la furia la envolvió por completo y ya casi a los gritos me dijo “yo no termino de darme cuenta si se puede ser tan boludo o si es que sos puto”. Como pocas veces en mi vida ser ‘tan boludo’ me pareció un halago: nada peor que la mujer de la que alguna vez estuviste enamorado te diga puto. Yo la vi tan fuera de sí que avancé hacia ella y le di un abrazo casi asfixiante. Al principio le costó dejarse agarrar, pero luego se aflojó. En la proximidad me di cuenta que sin estar del todo borracha la cerveza que habíamos repartido tan generosamente estaba haciendo efecto. Ella misma se dio cuenta. “Perdón Juan, estoy media tomada”, me dijo casi al oído. Mi desconcierto era mayor que el habitual y mayor aun que el que tenía cuando empezó esta charla. Dicen que un gesto vale más que mil palabras, pero en ciertos momentos una sola palabra vale más que cualquier gesto. “Hablemos”, le dije como propuesta y orden. Al principio se resistió, pero después de que le insistiera llamándola por su nombre accedió. Nos retiramos unos metros del lugar donde se concentraba la acción del preboliche. Para mis adentros no sabía si estaba en camino de recibir una gran paliza o una declaración de amor. Cualquier cosa podía pasar. Caminamos unos cincuenta metros prácticamente sin hablar y a medio metro de distancia. Al acercarnos a un árbol ella hico ademán de seguir, pero la invité a sentarnos ahí. Me senté yo primero apoyándome sobre el árbol. Ella lo hizo después sentándose en frente mío. Ninguno de los dos quería tomar la iniciativa. Por eso mismo pasaron unos segundos en silencio; segundos que parecieron años. Normalmente no me molesta el silencio, pero en esta oportunidad quería entender algo de todo lo que había pasado. “Me debes una explicación”, le sugerí con exagerada formalidad. Una sonrisa breve, pero de las que enamoran distendió el clima. Ella tomó la posta y empezó un largo monólogo de excusas. Yo la miraba serio hasta que en un momento no aguanté más: “Carolina qué me queres decir”. Ella se sorprendió porque era muy poco habitual que la llamara por el nombre completo. Tomó aire como buscando fuerzas y empezó a decir lo que realmente quería decirme: “lo que me pasa Juan es que hace una banda de tiempo que estoy enamorada de vos, siempre creí que eras un amigo y nada más, pero con el tiempo me doy cuenta de que sos algo muy importante para mi y tengo la sensación de que yo también lo soy para vos”. Una vez más esta mujer me descolocaba. No sabía si salir corriendo o retomar aquel sentimiento tan fuerte que había experimentado unos años atrás. Preferí una salida humorística. Así, señalándome la mejilla le dije: “vos ya dejaste marca en mi”. Ella sonrió, pero me pidió algo más. Ya sin excusas le dije lo que había sentido toda la vida y lo que probablemente me había prohibido sentir cuando me había resignado a que ella fuera sólo una amiga copada. Le hablé lo suficientemente bien como para que ella avanzara sobre mi y me tomara la mano. A esa altura yo ya le había contado todo lo importante que había sido para mí y lo traumático que siempre había sido tener la obligación de verla como una amiga. Ella asentía en todo. Por eso sin dudarlo avancé sobre ella y nos dimos el mejor beso de mi vida. Frenamos sólo un instante en el que ella sólo se lamentó por el tiempo perdido. Yo asentí y pensé para mis adentros: “y pensar que hay gente que se conforma con una amistad”.
Me miró de frente con una sonrisa en los labios, pero con un marcado enojo en la frente. Yo no salía de mi asombro. “¿Cuánto tiempo más te vas a estar haciendo el imbecil?”, siguió en un tono en el que nunca la había escuchado. En frente tenía a una gran mujer, una muy buena persona con quien había compartido mucho tiempo y tal vez por eso también había sido un gran amor oculto. No me dio tiempo de pensar cuando me embocó una cachetada de telenovela mexicana. Con mi velocidad que me caracteriza sólo pude decirle “yo no fui”. Después de tamaña expresión la furia la envolvió por completo y ya casi a los gritos me dijo “yo no termino de darme cuenta si se puede ser tan boludo o si es que sos puto”. Como pocas veces en mi vida ser ‘tan boludo’ me pareció un halago: nada peor que la mujer de la que alguna vez estuviste enamorado te diga puto. Yo la vi tan fuera de sí que avancé hacia ella y le di un abrazo casi asfixiante. Al principio le costó dejarse agarrar, pero luego se aflojó. En la proximidad me di cuenta que sin estar del todo borracha la cerveza que habíamos repartido tan generosamente estaba haciendo efecto. Ella misma se dio cuenta. “Perdón Juan, estoy media tomada”, me dijo casi al oído. Mi desconcierto era mayor que el habitual y mayor aun que el que tenía cuando empezó esta charla. Dicen que un gesto vale más que mil palabras, pero en ciertos momentos una sola palabra vale más que cualquier gesto. “Hablemos”, le dije como propuesta y orden. Al principio se resistió, pero después de que le insistiera llamándola por su nombre accedió. Nos retiramos unos metros del lugar donde se concentraba la acción del preboliche. Para mis adentros no sabía si estaba en camino de recibir una gran paliza o una declaración de amor. Cualquier cosa podía pasar. Caminamos unos cincuenta metros prácticamente sin hablar y a medio metro de distancia. Al acercarnos a un árbol ella hico ademán de seguir, pero la invité a sentarnos ahí. Me senté yo primero apoyándome sobre el árbol. Ella lo hizo después sentándose en frente mío. Ninguno de los dos quería tomar la iniciativa. Por eso mismo pasaron unos segundos en silencio; segundos que parecieron años. Normalmente no me molesta el silencio, pero en esta oportunidad quería entender algo de todo lo que había pasado. “Me debes una explicación”, le sugerí con exagerada formalidad. Una sonrisa breve, pero de las que enamoran distendió el clima. Ella tomó la posta y empezó un largo monólogo de excusas. Yo la miraba serio hasta que en un momento no aguanté más: “Carolina qué me queres decir”. Ella se sorprendió porque era muy poco habitual que la llamara por el nombre completo. Tomó aire como buscando fuerzas y empezó a decir lo que realmente quería decirme: “lo que me pasa Juan es que hace una banda de tiempo que estoy enamorada de vos, siempre creí que eras un amigo y nada más, pero con el tiempo me doy cuenta de que sos algo muy importante para mi y tengo la sensación de que yo también lo soy para vos”. Una vez más esta mujer me descolocaba. No sabía si salir corriendo o retomar aquel sentimiento tan fuerte que había experimentado unos años atrás. Preferí una salida humorística. Así, señalándome la mejilla le dije: “vos ya dejaste marca en mi”. Ella sonrió, pero me pidió algo más. Ya sin excusas le dije lo que había sentido toda la vida y lo que probablemente me había prohibido sentir cuando me había resignado a que ella fuera sólo una amiga copada. Le hablé lo suficientemente bien como para que ella avanzara sobre mi y me tomara la mano. A esa altura yo ya le había contado todo lo importante que había sido para mí y lo traumático que siempre había sido tener la obligación de verla como una amiga. Ella asentía en todo. Por eso sin dudarlo avancé sobre ella y nos dimos el mejor beso de mi vida. Frenamos sólo un instante en el que ella sólo se lamentó por el tiempo perdido. Yo asentí y pensé para mis adentros: “y pensar que hay gente que se conforma con una amistad”.
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