Un lugar comun es... imaginarnos el día en que cambiamos de estado.
“¿Estas nervioso?”, me pregunta mamá mientras me mueve para que me despierte. Yo apenas llego a ver algo: un sol radiante golpea sobre la ventana y un desayuno prolijamente servido sobre una bandeja me espera sobre mi escritorio. Sin lograr entender qué pasó, pedí explicaciones. Mamá me responde con una mirada llorosa: “me pareció lindo que tu última levantada en esta casa sea con un buen desayuno”. Yo intento disimular mi asombro y le agradezco con un beso. Evidentemente me perdí un capítulo: ¿a dónde me tenía que ir? Lo primero que pienso es que mi viejo tenía razón cuando cuestionaba tanto mi carrera: mis horas en los trabajos sociales no eran suficientes para irme a vivir sólo y por eso me habían aguantado en casa hasta ese día. Descarto rápidamente esa propuesta: mi madre jamás me echaría de casa; además tengo sólo veinti… ¿cuántos años tengo? ¿qué día es hoy? Me envuelve el desconcierto y no se qué hacer. Deseando que no sea nada raro doy un grito para que me traigan el diario. Me lo acerca un muchacho de unos quince años bastante parecido a mi… ¿es Pedro? De pronto tengo la sensación de que el tiempo se hizo muy largo en la última noche. El diario me confirma la tendencia: arriba a la derecha del diario La Nación se lee 24 de febrero de 2011. Si mal no recuerdo la noche pasada fue un 16 de octubre cuando volví re cagado de aburrimiento de un cumpleaños de un amigo. No logro entender cómo es que pasaron algo así como quince meses sin que yo me diera cuenta. Encima se ve que es un día importante para mí. Las sospechas de esa importancia aumentan cuando aparece papá en acción y me deja un traje muy arreglado colgado en una manija, mientras me felicita por haber elegido ponerme el traje para ese día tan importante. Yo no me animo a preguntar, pero noto que la casa está toda revolucionada. Gloria llora por los rincones y me pregunta si sigo formando parte de “los Molina solteros”. Solamente se me ocurre responderle con una sonrisa. Cada cosa que veo hace que aumente mi preocupación. Encima no se cómo hacer para sacar información sin alarmar a la mayoría. Se me ocurren algunas preguntas ambiguas. Por eso empiezo por preguntar a Mamá si estaba todo listo. La respuesta no era la esperada. “Lo único que falta es llevar los floreros a la iglesia”. De pronto el corazón se me paraliza ¿Me estaré por casar? ¿A quién habré conocido que en sólo 15 meses logré llevarla al altar? ¿Será un matrimonio de apuro? Quisiera volver a la cama y descubrir que todo es un sueño. A pesar de los problemas que podría generar insisto con una pregunta filosa: “¿mamá alguna vez pensaste que esto era una decisión apresurada?”. La respuesta fue tan compleja como las anteriores. Luego de un no rotundo me dijo que siempre me había visto bien encaminado hacia eso y que desde el día en que había sellado la alianza las cosas habían cambiado. Ya no sé qué preguntar, así que sólo me queda construir el resto de la historia. Supongo que me estaré por casar con una chica bastante conocida por lo que no habría sido suficiente un noviazgo muy corto. Se me ocurre que para ganarle a la ansiedad podía pedir ir a la iglesia lo antes posible.
Así hacemos y viajamos rápidamente hasta un santuario en zona norte. Al llegar ya me encuentro con caras conocidas. En su mayoría amigos y compañeros de misión. Esto despierta nuevos planteos: ¿me estaré casando con alguien de la misión? Trato de pensar rápidamente y no encuentro muchas variantes: ¿será que me caso con Cata Ussher o con su prima Magda Richards o con alguna de las amigas de Cate? Ninguna de esas alternativas ameritan un noviazgo tan corto. Me genera algunas sospechas que el casamiento pueda hacerse en un lugar que no es Iglesia. Gloria me confirma que los cantos ya están bien ensayados y que acababa de llegar la última guitarra. Por lo menos destaco que el casamiento se haga con la música que siempre quise. Pregunto cuánto falta para que empiece y me avisan que menos de una hora. Miro a mi alrededor y está casi todo repleto. Puedo decir que el noventa por ciento de la gente son conocidos y el otro diez me suena. Los minutos corren y para detener la ansiedad me voy a sentar adelante. A la hora exacta avanzan por el pasillo central Pablo y Andrés con “Abre tus brazos de fondo”. Nunca me gustó esa canción, pero pienso que le habré elegido porque fue el tema de entrada en mi primera comunión ¿O la habrá elegido mi novia? Una vez que entran ellos dos me quedo con la mirada puesta en el fondo. Siento todas las miradas puestas en mi como expresión de alegría y de lástima. Tal vez por eso noto que mis ojos empiezan a humedecerse y un dolor fuerte en el pecho me obliga a tomar asiento y a tomarme la cabeza con las manos. Se me nubla la vista, cada vez veo menos. Trato de mantenerme en pie y redoblo mis esfuerzos. Aguanto varios minutos y me creo recuperado porque presiento que mi novia estará por entrar. Mi voluntad no es tan fuerte, me parece que lo mejor es dejarme ganar por esa especie de sueño que se ha metido primero en mi corazón y ahora en mi cabeza. Me entrego a eso, ya veremos cómo sigue la historia y quién es mi novia.
“¿Estas nervioso?”, me pregunta mamá mientras me mueve para que me despierte. Yo apenas llego a ver algo: un sol radiante golpea sobre la ventana y un desayuno prolijamente servido sobre una bandeja me espera sobre mi escritorio. Sin lograr entender qué pasó, pedí explicaciones. Mamá me responde con una mirada llorosa: “me pareció lindo que tu última levantada en esta casa sea con un buen desayuno”. Yo intento disimular mi asombro y le agradezco con un beso. Evidentemente me perdí un capítulo: ¿a dónde me tenía que ir? Lo primero que pienso es que mi viejo tenía razón cuando cuestionaba tanto mi carrera: mis horas en los trabajos sociales no eran suficientes para irme a vivir sólo y por eso me habían aguantado en casa hasta ese día. Descarto rápidamente esa propuesta: mi madre jamás me echaría de casa; además tengo sólo veinti… ¿cuántos años tengo? ¿qué día es hoy? Me envuelve el desconcierto y no se qué hacer. Deseando que no sea nada raro doy un grito para que me traigan el diario. Me lo acerca un muchacho de unos quince años bastante parecido a mi… ¿es Pedro? De pronto tengo la sensación de que el tiempo se hizo muy largo en la última noche. El diario me confirma la tendencia: arriba a la derecha del diario La Nación se lee 24 de febrero de 2011. Si mal no recuerdo la noche pasada fue un 16 de octubre cuando volví re cagado de aburrimiento de un cumpleaños de un amigo. No logro entender cómo es que pasaron algo así como quince meses sin que yo me diera cuenta. Encima se ve que es un día importante para mí. Las sospechas de esa importancia aumentan cuando aparece papá en acción y me deja un traje muy arreglado colgado en una manija, mientras me felicita por haber elegido ponerme el traje para ese día tan importante. Yo no me animo a preguntar, pero noto que la casa está toda revolucionada. Gloria llora por los rincones y me pregunta si sigo formando parte de “los Molina solteros”. Solamente se me ocurre responderle con una sonrisa. Cada cosa que veo hace que aumente mi preocupación. Encima no se cómo hacer para sacar información sin alarmar a la mayoría. Se me ocurren algunas preguntas ambiguas. Por eso empiezo por preguntar a Mamá si estaba todo listo. La respuesta no era la esperada. “Lo único que falta es llevar los floreros a la iglesia”. De pronto el corazón se me paraliza ¿Me estaré por casar? ¿A quién habré conocido que en sólo 15 meses logré llevarla al altar? ¿Será un matrimonio de apuro? Quisiera volver a la cama y descubrir que todo es un sueño. A pesar de los problemas que podría generar insisto con una pregunta filosa: “¿mamá alguna vez pensaste que esto era una decisión apresurada?”. La respuesta fue tan compleja como las anteriores. Luego de un no rotundo me dijo que siempre me había visto bien encaminado hacia eso y que desde el día en que había sellado la alianza las cosas habían cambiado. Ya no sé qué preguntar, así que sólo me queda construir el resto de la historia. Supongo que me estaré por casar con una chica bastante conocida por lo que no habría sido suficiente un noviazgo muy corto. Se me ocurre que para ganarle a la ansiedad podía pedir ir a la iglesia lo antes posible.
Así hacemos y viajamos rápidamente hasta un santuario en zona norte. Al llegar ya me encuentro con caras conocidas. En su mayoría amigos y compañeros de misión. Esto despierta nuevos planteos: ¿me estaré casando con alguien de la misión? Trato de pensar rápidamente y no encuentro muchas variantes: ¿será que me caso con Cata Ussher o con su prima Magda Richards o con alguna de las amigas de Cate? Ninguna de esas alternativas ameritan un noviazgo tan corto. Me genera algunas sospechas que el casamiento pueda hacerse en un lugar que no es Iglesia. Gloria me confirma que los cantos ya están bien ensayados y que acababa de llegar la última guitarra. Por lo menos destaco que el casamiento se haga con la música que siempre quise. Pregunto cuánto falta para que empiece y me avisan que menos de una hora. Miro a mi alrededor y está casi todo repleto. Puedo decir que el noventa por ciento de la gente son conocidos y el otro diez me suena. Los minutos corren y para detener la ansiedad me voy a sentar adelante. A la hora exacta avanzan por el pasillo central Pablo y Andrés con “Abre tus brazos de fondo”. Nunca me gustó esa canción, pero pienso que le habré elegido porque fue el tema de entrada en mi primera comunión ¿O la habrá elegido mi novia? Una vez que entran ellos dos me quedo con la mirada puesta en el fondo. Siento todas las miradas puestas en mi como expresión de alegría y de lástima. Tal vez por eso noto que mis ojos empiezan a humedecerse y un dolor fuerte en el pecho me obliga a tomar asiento y a tomarme la cabeza con las manos. Se me nubla la vista, cada vez veo menos. Trato de mantenerme en pie y redoblo mis esfuerzos. Aguanto varios minutos y me creo recuperado porque presiento que mi novia estará por entrar. Mi voluntad no es tan fuerte, me parece que lo mejor es dejarme ganar por esa especie de sueño que se ha metido primero en mi corazón y ahora en mi cabeza. Me entrego a eso, ya veremos cómo sigue la historia y quién es mi novia.
Comentarios
Abrazo Grande.
Bebe
un beso