Ir al contenido principal

El sabor del reencuentro

Un lugar comun es... reencontrarse

Es señal de que ha pasado mucho tiempo cuando uno no se puede acordar de la última vez que lo vio. Puede calcular un año, dos años, pero no puede decir con precisión la fecha exacta. Después de todo ese tiempo los reencuentros son motivadores de las más múltiples sensaciones. Antes habría que clasificar los reencuentros a los que me refiero, básicamente en dos. Por un lado están los casuales y por otro lado los intencionales.
En este espacio me parece una obviedad aclarar que me dedicaré a los reencuentros intencionales. Hemos convertido a los reencuentros intencionados en un Lugar Común como una manera de hacer frente a todo lo que genera.

Hablo desde la experiencia del sábado pasado.
Con seguridad sé que el año pasado prácticamente no estuve con él. Fue un año de estudio y de mucho trabajo por lo que tuve que dejar a un lado. Pasé de estar con él tres veces por semana a... nada. Eran dos días en la semana por las tardes y los sábados prácticamente enteros. De acuerdo a distintas razones la cantidad de días podrían aumentar o disminuir. Muchos factores influían en esto. Por ejemplo el tiempo. La lluvia cancelaba prácticamente todo de modo automático. Lo mismo el estudio; es que más allá de todo lo que significaba para mi siempre supe que lo que me daría de comer sería estudiar mucho y bien. Eso lo tuve presente desde el 2005 cuando nos conocimos.
Durante el año pasado reconozco que extrañé un poco. Eran momentos de vestirme de una manera especial. De tomar ciertas rutinas como tomar menos y dormir más. Además los impactos se hicieron notar con el paso de los meses: el fitito llegó para quedarse y dejé de pasearme por la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores a través de los distintos medios –y miedos- de transporte.
Por todo eso tomé coraje y encaré el reencuentro. Ya sin cursar, aunque haciendo muchas cosas, me parecía que podía hacerme el lugar para el reencuentro. El reencuentro sería el sábado.
Durante esos días previos me invadieron dos sensaciones confusas. Por un lado mucha ansiedad. Añoraba muchísimo que llegara el día. Por otro lado, miedo. Motivos no faltaban. A veces los recuerdos son mejores que la realidad ¿Si no respondía como esperaba? ¿Si no estaba a la altura de las exigencias? ¿Si sufría algún inconveniente? ¿Si no me quedaba bien la ropa adecuada? Confieso que las noches anteriores la pasé horrible. Soñaba que no llegaba al encuentro, que no estaba a la altura y que llegaba tarde.
A partir de esto preparé una arquitectura perfecta para responder a toda la cantidad de situaciones posibles. Pensaba a la perfección cada uno de mis movimientos y de gestos. Preparé cada material en una mochila. Así encaré el reencuentro.
Tardé menos de 20 minutos en salir de casa. Me tomé el 5 en Cerrito y Córdoba para lo cual tuve que correr unos veinte metros (con una agitación alarmante) y poner cara de desgraciado para que el colectivero me abriera la puerta a solo dos metros de la parada. Quince minutos antes de la hora pautada estaba a seis cuadras del lugar del encuentro, así que las hice más lentas que nunca. Al llegar a la esquina del encuentro respiré hondo y me esforcé para que no se notara mi emoción. Entré al lugar pautado saludando educadamente a quien se me cruzara y ahí nomás me fui para el baño. Me cambié, me puse la ropa adecuada. Me vi bien, aunque volví a sentir un poco de vergüenza de estar así.
Caminé recto mirando el cielo. Entré al rectángulo, pedí la pelota e hice el sorteo entre los capitanes. Cronómetro en cero, pitazo inicial y di rienda suelta al esperado reencuentro. Juan estaba volviendo al arbitraje, a dirigir un partido de fútbol… el arbitraje estaba volviendo a tener a Juan entre sus filas.

Es impresionante como uno se encariña tanto con las cosas que uno hace como si fueran personas. Tal vez por eso no me pareció tan ridículo jurarle amor eterno.

Comentarios

TAMBIÉN PUEDE INTERESARTE:

Ahora que somos grandes

Ahora que somos grandes los matrimonios son los de los amigos y el juvenil beso nocturno es un te quiero para siempre. Y la casa de tus padres ya no es la tuya y tampoco la de ella. Porque sencillamente son grandes. Por eso los gastos –que no son menores-, las cuotas, ahorros y opciones. Ahora que somos grandes y ningún éxito personal alcanza para satisfacerse. Porque la vida es más que esa propia satisfacción y son otras personas. Porque siendo grandes los éxitos son con otros. Se responsabiliza por otros, se hace cargo de otros y se compromete por otros. Ahora que somos grandes las enfermedades no son la de nuestros padres y abuelos sino la tuya y la mía. Al punto que la muerte es una posibilidad que impone ser reconocida merodeando por esos puertos como fantasma nocturno o velero viejo que amarra a otros muelles. Ahora que somos grandes al pasado se mide en años que me hablan de ciudades, lugares y hasta países. Los minutos, las horas y los días forman semanas de c

No soy un héroe

El muro de Facebook se llenó de comentarios propios de la exuberante expresividad paraguaya. Días después de la Toma de Túnica, junto a una foto de los novicios recientemente revestidos con la túnica que los identifica como miembros de esta Comunidad de los Padres de Schoenstatt, leí: “ellos son los héroes de la Mater que dejaron familia y amigos para construir el Reino” . Me sorprendió y puede ser que sea fruto de que ahora que estamos grandes ya hay un poco más de realidad y de verdad. Coincidentemente cumplo cinco años de haber recibido esa misma túnica. Recuerdo ese día como uno de los más felices de mi vida. Sin embargo, sin falsa modestia, sería una exageración llamarme héroe. También sería falso decir que dejé familia y a amigos a pocas horas de ir a la casa de mis padres para un festejo familiar. No, no somos héroes. Y tal vez esto sea uno de los puntos más notables e impactantes de la vocación sacerdotal. No, no somos héroes ni tampoco somos mártires. Somos peregrinos a

Francisco, un espejo donde no mirarse

Como si fueran voces de un mismo coro, en esta semana Clarín y La Nación emprendieron el más duro embate contra el Papa Francisco. La razón de fondo parecería ser la no presencia en nuestro territorio. Los argumentos para este posicionamiento fueron al punto más bajo de todo: el supuesto desinterés. Como si se dijera que en realidad nadie quisiera la visita del Papa. Para eso se valieron de fotos sacadas desde lejísimos planos y mucho tiempo antes de una misa en Iquique. También le colgaron la responsabilidad de un sinnúmero de problemas de una Iglesia chilena que desde hace año rumea melancolía y decadencia. Si bien este último punto merece una lectura crítica y detenida, resultaba sorprendente el esfuerzo por unir la figura de Francisco a esta historia negra. No se le discuten las claras palabras -¿lo escucharán?- y tampoco los gestos inequívocos –porque los equívocos suelen interpretarlos de acuerdo a su narrativa elegida-. Es difícil de comprender esta actitud de los dos diarios