Un lugar comun es... armar el pesebre y el árbol cada 8 de diciembre.
A menos de un mes de la Navidad, un posible Lugar Común: armar el pesebre y el árbol de Navidad. Tengo buenos recuerdos de esos días en que montábamos el pesebre en la chimenea de casa. Para eso nos juntábamos con mis hermanos y con mis viejos en el living. En esos tiempos éramos muchos, pero no tantos como ahora. Por eso la diferencia de edad no era tan notoria y se hacía muy sencillo compartir juntos este gesto.
Obviamente para llegar a eso había que pasar previamente por otras instancias. Concretamente nadie podía armar el pesebre si no estaba bañado y vestido con el correspondiente pijama y las pantuflas. Retumba el grito de mamá diciendo ‘si no se bañan, no nace Jesús’. Ella siempre es bastante terminante y nosotros, por las dudas, obedecíamos. Esos 8 de diciembre eran tiempos de vacaciones. Por eso no era raro que algún primodelaedad compartiera este acto con la familia.
Obviamente para llegar a eso había que pasar previamente por otras instancias. Concretamente nadie podía armar el pesebre si no estaba bañado y vestido con el correspondiente pijama y las pantuflas. Retumba el grito de mamá diciendo ‘si no se bañan, no nace Jesús’. Ella siempre es bastante terminante y nosotros, por las dudas, obedecíamos. Esos 8 de diciembre eran tiempos de vacaciones. Por eso no era raro que algún primodelaedad compartiera este acto con la familia.
Papá buscaba en uno de los cajones alguna música que acompañara ese momento. Como suele pasar, para llegar al cassette (nunca CD) indicado había que pasar por otras músicas y las siguientes afirmaciones de sorpresa y alegría de papá por las músicas casualmente descubiertas. Solamente el llamado de atención de mamá apuraba al viejo a buscar la cinta adecuada.
Primero armábamos el pesebre. Para eso todos los hermanos, creíamos tener de padre a un electricista cuando este ubicaba hábilmente una lámpara adentro de la chimenea. Después de eso nuestro padre se convertía en arquitecto. Así apilaba una serie de guías de teléfono y cajas que conformarían el relieve de la dudosa geografía de Belén. Una vez armada la estructura se colocaba el famoso moletón (una tela peluda de color marrón) que año a año sufría continuos recortes que eran puestos en las patas de las sillas de los muebles para evitar que estos marcasen el piso.
Luego de eso el Mono tiraba prolijamente la yerba que hacía las veces de pasto. En mi familia poco campestre esa era la mayor utilidad que se le daba al paquete de Rosamonte. Seguido de eso, aunque también con un dudoso realismo y una clara influencia globalizadora, se tiraba harina para simular la nieve del paisaje.
Ya estaba la escenografía, solamente faltaban los personajes. Para eso cada miembro de la familia ya había seleccionado el personaje. Mamá nos invitaba a pensar qué actitudes de ese personaje podríamos imitar en fechas previas a la navidad. La selección solía ser por azar. Es que cada personaje estaba envuelto en una servilleta. Por eso al descubrir el personaje se mezclaban gritos de alegría con otros de resignación. La alegría la traía el popular rey mago negro. La tristeza la traía el pastor; no por el hecho de ser un pastor sino porque tenía enormes dificultades para mantenerse de pie.
Con algún orden lógico íbamos acercándonos hasta completar la escena. Solamente faltaba el niño representado en una pieza de escaso valor artístico. Lógicamente este aparecería en la Noche Buena. Hasta entonces permanecía oculta en algún rincón de la casa (solía ser el cajón de la izquierda del mueble de los patos). El Niño era objeto de las primeras peleas por saber quién tendría el gusto de ubicarlo en la escena.
Concluido el acto encendíamos una vela y rezábamos una oración mientras mamá acomodaba el living haciendo pelotas con los restos de servilletas que envolvían los personajes.
Sin dudas era un Lugar Común. Con eso ya nos creíamos preparados para el nacimiento. Podemos debatir el sentido de los Lugares Comunes, pero en tiempos de corridas, de estudio, de informes y de proyectos qué bien nos vendría hacer una pausa y hacer el pesebre. Tal vez eso nos haga tomar consciencia del valor de creer en un Dios presente, providente y con un Amor tan grande que se dispone a venir a nosotros, nuevamente.
Comentarios
Pero debo reconocer que nunca sentí y viví intensamente eso que se vivió en casa hasta hace 4 años aprox...siempre me gustó lo personal, recapacitar, vivir la preparación "midiendome" en todo, y a partir de eso, sentirme más cerca de Dios...
Muy bueno, un abrazo
PEDRO
De todos modos abusaremos un año mas de su hopitalidad para pasar otra Navidad en familia.
Y la hospitalidad, se sabe, supera cualquier teología. Lo de Molina no es como la posada de Belén, acá siempre hay lugar
Abrazo y hasta entonces.
vibra