Un lugar comun es... lo que hago todas las mañanas en el 111 rumbo al trabajo.
Todas las noches me acuesto con el mismo interrogante: ¿qué es mejor llegar a trabajar 5 minutos tarde o llegar 10 minutos antes? La responsabilidad gana y pongo el despertador 7:50. A pesar de eso todas las mañanas me levanto con la misma afirmación: ‘más vale llegar un poco más tarde y estar lúcido, mejor duermo hasta las 8’. Este momento será maldecido media hora más tarde. Llego a la parada y el maldito 111 no viene. Para peor el 132 me goza no solamente pasando una y otra vez, sino que a veces hasta pasan ¡dobles! Son menos veinticinco y me parece verlo venir a lo lejos. Vuelvo a contar las monedas: son noventa centavos justo. Lamentablemente la llegada del 111 se hace desear; es que lo había confundido con un camioncito de esos que trasladan alimentos frescos. Recién a las menos cuarto se digna de aparecer.
Vivo la poco frecuente situación de tener muchas mujeres atrás mío. Por eso, después de darme cuenta que el bondi viene cargado y lo mismo da subir antes o después, las dejo pasar. Suben ellas y después yo. Siempre son las mismas, pero nunca nos saludamos. Saludo al colectivero sólo sino estoy muy enojado por el tiempo de espero y le digo “noventa”. Es casi una redundancia porque ese es el valor máximo de este colectivo desde esta dirección. Meto las monedas de a una con miedo de haber contado mal y se me paraliza el corazón cuando veo que la máquina marca 85 cuando yo creía que debía marcar ya 90. Afortunadamente entre la pelusa del bolsillo encuentro una moneda de cinco centavos. Noventa justo y el ticket correspondiente. Me cuesta no jugar a ver con qué letra empieza el nombre del amor de mi vida. Para eso sumo todos los números que están a continuación del CH y luego verifico con qué letra coincide. Por ejemplo si la suma da 1, empezará con A. Tanto juego me distrae y hace que llegue a Maipú.
Ahí me parece llegar a un buen lugar para hacer la oración de la mañana. Empiezo con el Rosario aunque reconozco que en el momento de hacer las intenciones me voy por las ramas y termino rezando un simple misterio. Al cruzar Corrientes veo una construcción que bien puede ser una Iglesia. No estoy seguro y por eso sólo de vez en cuando me hago la señal de la cruz.
Sigo parado, evitando hacer un cruce de miradas con esa persona que se que de algún lado lo conozco, pero no quiero hablarle tan temprano. Entrados ya en la Diagonal Norte me inclino por la lectura. Reconozco que Felix Luna me entretiene más de lo que creía a pesar de que a cada rato tenga que ir al índice del libro para saber con qué fantasma habla ahora Sarmiento.
En Florida los vagos que viajan en subte, pero como no quieren ir hasta la UCA caminando se suben también al 111. ‘Pendejos vagos y frívolos, seguro que no saben lo cerca que está la UCA’. Encima hace que todos nos apretemos un poco más, mientras otro 111 nos pasa absolutamente vacío. Sube alguna profesora la saludo con un cabezazo con la certeza de que en realidad no tiene la más mínima de quién soy.
Al llegar a Paseo Colón me entra la duda existencial de la mañana ¿Vale la pena empezar otro capítulo del libro? Tanto tiempo sin definirme que al final me doy cuenta de que no vale la pena.
El colectivo dobla en Belgrano gracias a un nuevo semáforo que colocaron en su intersección con Paseo Colón, para disgusto de los vecinos de san Telmo. El cruce de Ing. Huergo se hace casi imposible. Los distintos camiones quedan siempre a mitad de camino y bloquean el paso de este colectivo, a pesar de la potente bocina de algunos automovilistas. Linda musiquita para sacarse la modorra.
Dobla en Moreau de Justo y en la segunda parada me bajo. Recién ahí vuelvo a ver el reloj y me percato de que mi tardanza casi triplica los cinco minutos originales.
Me comprometo a levantarme más temprano para el día siguiente, pero reconozco que me cuesta salir de este Lugar Común que representa el colectivo.
Todas las noches me acuesto con el mismo interrogante: ¿qué es mejor llegar a trabajar 5 minutos tarde o llegar 10 minutos antes? La responsabilidad gana y pongo el despertador 7:50. A pesar de eso todas las mañanas me levanto con la misma afirmación: ‘más vale llegar un poco más tarde y estar lúcido, mejor duermo hasta las 8’. Este momento será maldecido media hora más tarde. Llego a la parada y el maldito 111 no viene. Para peor el 132 me goza no solamente pasando una y otra vez, sino que a veces hasta pasan ¡dobles! Son menos veinticinco y me parece verlo venir a lo lejos. Vuelvo a contar las monedas: son noventa centavos justo. Lamentablemente la llegada del 111 se hace desear; es que lo había confundido con un camioncito de esos que trasladan alimentos frescos. Recién a las menos cuarto se digna de aparecer.
Vivo la poco frecuente situación de tener muchas mujeres atrás mío. Por eso, después de darme cuenta que el bondi viene cargado y lo mismo da subir antes o después, las dejo pasar. Suben ellas y después yo. Siempre son las mismas, pero nunca nos saludamos. Saludo al colectivero sólo sino estoy muy enojado por el tiempo de espero y le digo “noventa”. Es casi una redundancia porque ese es el valor máximo de este colectivo desde esta dirección. Meto las monedas de a una con miedo de haber contado mal y se me paraliza el corazón cuando veo que la máquina marca 85 cuando yo creía que debía marcar ya 90. Afortunadamente entre la pelusa del bolsillo encuentro una moneda de cinco centavos. Noventa justo y el ticket correspondiente. Me cuesta no jugar a ver con qué letra empieza el nombre del amor de mi vida. Para eso sumo todos los números que están a continuación del CH y luego verifico con qué letra coincide. Por ejemplo si la suma da 1, empezará con A. Tanto juego me distrae y hace que llegue a Maipú.
Ahí me parece llegar a un buen lugar para hacer la oración de la mañana. Empiezo con el Rosario aunque reconozco que en el momento de hacer las intenciones me voy por las ramas y termino rezando un simple misterio. Al cruzar Corrientes veo una construcción que bien puede ser una Iglesia. No estoy seguro y por eso sólo de vez en cuando me hago la señal de la cruz.
Sigo parado, evitando hacer un cruce de miradas con esa persona que se que de algún lado lo conozco, pero no quiero hablarle tan temprano. Entrados ya en la Diagonal Norte me inclino por la lectura. Reconozco que Felix Luna me entretiene más de lo que creía a pesar de que a cada rato tenga que ir al índice del libro para saber con qué fantasma habla ahora Sarmiento.
En Florida los vagos que viajan en subte, pero como no quieren ir hasta la UCA caminando se suben también al 111. ‘Pendejos vagos y frívolos, seguro que no saben lo cerca que está la UCA’. Encima hace que todos nos apretemos un poco más, mientras otro 111 nos pasa absolutamente vacío. Sube alguna profesora la saludo con un cabezazo con la certeza de que en realidad no tiene la más mínima de quién soy.
Al llegar a Paseo Colón me entra la duda existencial de la mañana ¿Vale la pena empezar otro capítulo del libro? Tanto tiempo sin definirme que al final me doy cuenta de que no vale la pena.
El colectivo dobla en Belgrano gracias a un nuevo semáforo que colocaron en su intersección con Paseo Colón, para disgusto de los vecinos de san Telmo. El cruce de Ing. Huergo se hace casi imposible. Los distintos camiones quedan siempre a mitad de camino y bloquean el paso de este colectivo, a pesar de la potente bocina de algunos automovilistas. Linda musiquita para sacarse la modorra.
Dobla en Moreau de Justo y en la segunda parada me bajo. Recién ahí vuelvo a ver el reloj y me percato de que mi tardanza casi triplica los cinco minutos originales.
Me comprometo a levantarme más temprano para el día siguiente, pero reconozco que me cuesta salir de este Lugar Común que representa el colectivo.
Comentarios
tendrías que haber escuchado a menahem hablando hoy de antiayuda en los colectivos...
en nuestro blog, hay una nota sobre las situaciones en el bondi en los que uno dice "soy un boludo"... http://cachaca139.blogspot.com/2008/11/mala-leche.html
Será por eso que no rezo por las mañanas y jamás tuve tantas chicas atrás... Saludos y felicitaciones!!