Entrar al mundo desde la utopía
posible de la comunión en la diversidad. Me llamó la atención encontrarme con
novicios provenientes de distintas latitudes y sin un patrón común. Sin un
Patrón común. Una variedad y una novedad que a veces asusta y (por eso) se
ridiculiza. "Es un zoológico", graficó alguno. En esa variedad
hay un vínculo posible que no es perfecto ni uniformizante. En ese vínculo
(posible) que es un mensaje (nuestro) para el mundo. "Esto de los
vínculos no es broma", pontificó James desde el aislamiento post trasplante.
El encuentro con lo diverso, con la novedad del otro, te agranda el corazón.
Ayúdenme a agradecer por la buena nueva de los vínculos de la que soy
testigo y portador.
Entrar al mundo desde la valoración real de lo propio. Sin doble discursos. Sin empequeñecer lo propio. Sin sentirse atacado por lo del otro. Porque en la misma noche algunos pueden tomar piscola y otros Fernet. Y al mismo tiempo el hermano de Ricardo tomó Fernet. Y le gustó. Porque el encuentro no es jugar a visitas diplomáticas ni disimular diferencias. Y mucho menos (ya no) es aguar modos propios detrás de ideologías homogeneizadoras bajo títulos de "cultura", "hombres de..." o "estilo de vida de...". Ayúdenme a agradecer por la buena nueva de una comunidad, de una Iglesia, que puede recibir a todos y ofrece modos distintos de con-vivir.
Entrar al mundo desde la íntima relación de lo sobrenatural con lo natural porque el camino al sacerdocio no los aliena, no los aburre ni los hace desinteresarse por lo de siempre: los amigos, la familia, el mundo. Fue muy bueno ver a los novicios valorar a las familias: a las mamás, a los papás, a las abuelas, a los hermanos. Desde el cariño de siempre, aunque tal vez ahora con más conciencia de que son camino para reconocer el amor de Dios. No es impostación: confieso que ayer me quedé hasta las tres de la mañana con mis hermanos viendo el triunfazo de Independiente y hablando sin cesar. Ayúdenme a agradecer por la buena nueva de que (al menos para Schoenstatt) los hombres más naturales son los más sobrenaturales. Todo eso fue real.
Entrar al mundo dejando fuera de él tantos miedos, sospechas y elucubraciones que preguntan: "¿Cuántos de estos llegarán?" o "¿No será mucho?" Ese que confunde el sano realismo con la supuesta superioridad intelectual de la sospecha. Maestros de la sospecha; alumnos de la desesperanza. Manu lo resumió bien. "¿Acaso las familias celebran el primer cumpleaños a la espera del desarrollo del niño?". Como si el resultado fuera condición para la ilusión. Como si la clarividencia fuera una exigencia del esperanzado. Lejos de eso, hubo clima de fiesta desbordante. De mucha alegría por lo que podrá pasar. Pero sobre todo por lo que ya mismo está pasando. Ayúdenme a agradecer porque ya hay razones para hacer fiesta y dejarse entusiasmar. Es la fiesta del camino. Es la fiesta de la apertura. Es la fiesta del encuentro. El peor pecado(ya) no es la ingenuidad: es la incapacidad de asombrarse, sorprenderse y celebrar genuinamente la novedad.
Finalmente entrar al mundo con la
disponibilidad de que Dios te lleve a un más allá. Este porteño nunca imaginó
viviendo más allá de la General Paz y ahí fui feliz. Uno de los 16 novicios
dijo: "nunca me imaginé que esto sería así y es muy loco estar acá,
pero al mismo tiempo estoy que vuelo". Se amplían horizontes. Se abren
perspectivas. Y hacia allá vamos. A un más allá. Más allá de mis miedos. Más
allá de lo conocido. Más allá de lo que uno mismo podría suponer que podía.
Ayúdenme a agradecer la buena nueva de la acción de Dios que te lleva a un
más allá. Plenitud de vida. Desarrollo de potencias. La mejor versión que
podía ser. Y ser sacerdote está siendo aún mejor de lo que me imaginaba. Eso no
fue el comienzo; sencillamente, ya está pasando
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