En este día en que se cumple un mes de mi ordenación sacerdotal, no salgo de mi asombro. En cierto sentido tengo todavía todo muy fresco y al mismo tiempo veo que cambió todo. La sensación que me viene a cada rato es que no sabía ni suponía que ser sacerdote en este mes iba a estar tan bueno. Me cambió todo, sí. Tengo una alegría que me desborda, también. Miro lo que Dios me regaló en este primer mes y no me dan los números. La cantidad e intensidad de las vivencias pone en duda la distribución en tiempo y espacio. "Boludo siento que te ordenaste hace seis meses", escribió mi hermano mayor en ese bálsamo de sentido común y afecto sincero que es el chat de los hermanos varones. Yo también siento parecido, incluso exponiendome al ridículo de tener que pensar dos veces si esa misa que celebré no fue antes del querido #30O.
¿Es para tanto? No lo sé y no quiero hacer alaraca de una agenda dudosamente llena, pero sí descubro una profundidad de mi sentir. Todo se siente con todo. Me sorprende estar cansado al terminar de celebrar cada una de las 46 misas, a pesar de que "lo bueno de ser cura es que tienen pila de vacaciones: solamente trabajan los fines de semana" como agudamente dijo uno de mis sobrinos uruguayos. Ni hablar de las tres primeras comuniones con ese cartel y esa foto que es un abrazo de Dios: "Que todos sean uno" ¡Qué decir de las primeras comuniones de los adultos con la reconciliación como aperitivo y la confirmación de postre! Sí: sus sacramentos alimentaron mi vida, la razón de mi vida. Sí: la ordenación me cambió la vida.
Pero sigo siendo el mismo de siempre. "Juan es el mismo de siempre que va a hacer algo muy muy importante", me spoileo Manu en la prédica de mi primera misa. Ser el mismo no pasa por la triste coherencia del pecado que me entristece, sino por la fidelidad y el compromiso de Dios conmigo desde siempre. Como una comprobación de eso, Dios me regaló la posibilidad de vivir sueños compartidos que estaban anidados en mi corazón desde la primera hora. (Sueños compartidos y en este caso sí construidos). De esos sueños que de tan sueños solamente se compartían en el seminario fernet de por medio y hoy se custodian desde el cielo. Sueños que son deseos, deseos que son la gramática de la voluntad de Dios.
¡Cuántas veces habré soñado celebrar misa unido al sentir popular! Maradona fue la excusa para levantar un altar sobre la calle Lascano. Pero ese altar fue levantado mucho antes. En el mundial del 2014 jugaba Chile contra Brasil por los octavos de final. A la misma hora un curita celebraba sus 50 años de sacerdocio. "Hay que elegir", bajó línea el pope de nuestra comunidad en Chile. La elección natural fue por el fútbol. La ácida reflexión de los tres o cuatro plateístas en rebeldía fue más allá: "no podemos poner una misa en el horario de un partido de fútbol, no podemos estar tan lejos del sentir del pueblo chileno". En el primer aniversario de la muerte de Maradona, sin que yo hiciera demasiado ahí estuve celebrando misa. Es que si en ese día los abogados buscan justicia y los periodistas buscan titulares, los curas buscamos misericordia.
La exposición extrañamente no me incomodó. Logro algún equilibrio cuando me repito el lema de mi ordenación: "para estar con él". Me da horizonte y justifica un poco este carnaval. "Que me llevé el carnaval cantando", dice el artista que más escuché este año según Spotify. Es la clave del ministerio, en el decir del obispo que me ordenó. El mismo que me sorprendió el miércoles escribiéndome por WhatsApp: "gracias por evangelizar siempre". En realidad solamente había hablado con Sebastián Wainraich en su lindo programa de radio. Es curioso: a veces parece más valorable la exposición -mediática- que el trabajo silencioso de cada día. "Hay una idea histórica que se ve que todavía sigue que es que para que algo sea verdad, tiene que salir en los medios", me explicó mi hermano que me sigue. Entre lo valioso y lo famoso; sobre dónde vivo y dónde estar; efecto vuelta y media, me acompaña esta canción: "vivo en el lado oculto de la vida, vivo en el lado sagradamente humano de la vida", rezo en su estribillo. El ministerio de Jesús de tres años vino después de 30 de silencio ¿Lo increíble de este mes tiene algo que ver con los diez años previos? "Este es el auténtico examen de grado", me escribió un amigo seminarista post exposición mediática. Los sacramentos no se celebran, se viven. El mundo de las reconciliaciones me deja deslumbrado. "El amor y la misericordia no deja las cosas iguales", también subrayé de la prédica de Manu. Llegan santos penitentes que me muestran la misericordia de Dios. Iba al confesionario -que dejó de existir- sintiéndome Jesús que va a lavar los pies y termino reconociéndome Pedro pidiendo a Jesús que me lave entero. Por lo mismo, cuando alguien me pide comulgar de rodillas en la boca me dan ganas de decirle que sus manos y su corazón están más limpios que los míos. Termina siendo más fácil dar la comunión como se pida (conservando la ilusión de una aclaración teológica que alumbre este asunto). La cercanía con Dios en esas se hace muy potente por la fe de la gente que alimenta la mía ¡Cómo no aprovechar esa fe en beneficio de todos! Ser sacerdote me sobrepasa. Y no por modestia, sino porque en torno a este primer mes fui testigo de cuánto hizo Dios valiéndose de mí. Soy la excusa para el encuentro. Soy la fiesta de diez años de egresados para volver a estar todos juntos. Dios me usa. Yo le agradezco.
El cierre de oro fueron las alianzas. Seis chicos de mi santuario entregándose a la Mater para que ella les entregue a Jesús. Seis chicos, jóvenes, que lo piden genuinamente, auténticamente y con una transparencia en la que asoma Dios ¡Qué lindas cartas se mandaron! Y yo ahí en el medio queriendo decir mil cosas y que me quedan cortas las palabras cuando hablo de ti. Prefiero que mi cara hable, que mi sonrisa fluya, que la emoción me empape y que mi corazón explote. Es lo mejor que podemos hacer: vivir en alianza, nunca solos, siempre en comunión. Desde mi ordenación algo de eso vivo yo.
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