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Una vez más, ayúdenme a agradecer.

Hace exactamente un año llegaba a la parroquia porque era el cumpleaños de Julio. Celebramos la misa (sin gente) y después comimos no me acuerdo muy bien qué y un postre que no me gustó mucho (perdón Lutri). Yo traía mi matera y un bolso explotado de cosas con la idea de que ya venía para quedarme. Sin embargo, en el transcurso de la comida me fui dando cuenta que en realidad me habían invitado a comer y no a vivir. Yo me hice el distraído y por interno le mandé un mensaje a Manu para que me viniera a buscar. Él terminó viniendo como a eso de la 1 y yo me fui en el primer intento fallido de llegada. Me sentí un poco perdedor, pero esa llegada fallida es ahora recuerdo de las ganas, de la ilusión y de la expectativa que tenía por este año en la famosa parroquia Nuestra Señora de la Candelaria. La llegada se concretó cuatro días después. Hoy, al cumplirse este año de la no llegada toca despedirme tal como estaba previsto al empezar.

A la hora de despedirme debo admitir que conviven en mi interior dos sensaciones muy marcadas. Por un lado, tengo claro que no todo resultó como hubiéramos imaginado. En estos días les confieso que me ha ido pesando aquello que no se pudo dar, que no se pudo completar, que no se pudo hacer. En parte por la pandemia. En parte por este momento de la historia de la comunidad y de cada uno de nosotros. En parte por mi propia debilidad. Estas sensaciones me vienen, me hacen doler y me motivan a pedir perdón sinceramente. Siento que quedo en deuda. Frente a esto, en estos días rezaba y me traía consuelo el contemplar esta realidad en perspectiva histórica: saliendo de la falsa urgencia del “ya” o del “vive tu ahora” para recordarme y recordarnos en proceso, en camino (aunque no necesariamente encaminados) y dentro de una historia que nos trasciende.

Por otro lado, la otra sensación que convive en mi interior es el agradecimiento. En mi camino de formación al sacerdocio he aprendido que uno puede vivir desde dos lógicas: desde la exigencia o desde la gratitud. Yo quiero vivir desde la gratitud, desde la acción de gracias. Por eso, en esta noche les pido que me ayuden a agradecer para crecer en la conciencia de que todo esto es un regalo. Una vez más, ayúdenme a agradecer.

Ayúdenme a agradecer a Dios que me trajo a este rincón de mi querida Ciudad de Buenos Aires de Nazca para acá y permitió hacer de Floresta mi casa y mi barrio por este año. Este fue el lugar que me dio el golpe de horno final antes de mi ordenación sacerdotal. Estas fueron las calles en donde mis ansiedades e incertidumbres se fueron domesticando. En estas calles caminadas entre bocinazos de sábado por la mañana, puntuales murgueros de domingo por la tarde, trabajadores viniendo a las corridas y los amigos de la plaza, me encontré que Dios me esperaba. Dios vive en la ciudad. Dios vive en la mezcla. Dios vive entre la multitud.

Ayúdenme a agradecer a nuestros santos. Especialmente a San Expedito con quien me siento unido no solamente por mi fecha de cumpleaños. Por él, con él y en él, me hice testigo de verdaderos milagros. Y también me hice parte de esa Iglesia que está para atajar las urgencias de las personas y que (nos) bendice. Ayúdenme a agradecer por la confianza de tantos que pasan y me terminaron haciendo parte de su historia.

Ayúdenme a agradecer a los distintos grupos parroquiales. Cada uno de ellos tan distintos y con tantos códigos propios que me costó terminar de entender(los). Ayúdenme a agradecer esta diversidad que nos supera y que nos recuerda que el todo es más que la parte. Me llevo guardado en la memoria esas misas de niños en donde nos encontrábamos los scouts, los aspis, los chicos de la catequesis, sus familias y circunstanciales feligreses ¡Qué buenas estuvieron esas misas! Acá y con Jesús es posible la unión de los distintos sin competencias, sin rivalidades estúpidas y sin disputas cargadas de mundanidad.

Ayúdenme a agradecer a tantos que me hicieron parte y testigo de sus sacramentos. Por los bautismos: desde aquel de Tobías en enero hasta el de Alessia Jazmin, hoy. Por las reconciliaciones que (me) regalan misericordia. Por tan lindas primeras comuniones. Por las confirmaciones de los chicos del PCC y de los no tan chicos de la catequesis de adultos. Sus celebraciones fueron encuentro con Cristo, amigo ¿Tenemos algo mejor que eso?

Sin dudas que este año estuvo marcado por la pandemia, por tantos dolores y temores. Aun así ayúdenme a agradecer por la fe y por la presencia de Dios en este lugar que nos permite iluminar, consolar y animar de verdad esas situaciones existenciales. Nunca me había imaginado que el inicio de mi vida acá estaría tan marcado por la cercanía con la muerte que me anima a creer en la resurrección, a esperar el reencuentro con los que nos precedieron y a acompañarnos en el camino sin grandes discursos o respuestas, pero sí haciéndose presente.

Ayúdenme a agradecer por cuánto me enseñó el comedor. Ese espacio en el mundo en donde se vive la gratuidad, se multiplica la generosidad y se aprende a mirar diferente. Ahí donde encontré y conocí a tantos que desafían a superar frustraciones (las mías), caminando bajo la lluvia, ajustando papeles, acortando distancias y venciendo sospechas. Ayúdenme a agradecer porque ahí vuelvo a creer siempre de nuevo en la bondad de las personas.

Ayúdenme a agradecer a Dios por estos dos curas amigos. Sin quiebres, quiero agradecerles por todo este año que vivimos juntos. Gracias Gabriel por la amistad que no se comparte, sino que se construye entre asados, partidos de fútbol, lecturas, miradas de la vida y una pila de anécdotas de las que aprendo mucho. Y sobre todo gracias por tu transparencia y tu coherencia en tu vida que es también tu fe. Espero que el asado de este martes no sea el último. Gracias Julio por esperarme y recibirme con mucha más confianza de lo que suponía, lo que me permitió sentirme en casa desde el primer día. Gracias por tu sacerdocio que me enseña y que sigue aprendiendo. Tu sacerdocio enriquece, da más y nuevos horizontes al mío. Estuvimos en las buenas, en las malas mucho más. Eso queda para siempre.

Finalmente, ayúdenme a agradecer a la Virgen, a la Mater, a Nuestra Señora de la Candelaria. Ella siempre me hace sentir en casa y me acompaña. Ella nos hace familia y me permitió sentirme parte de esta comunidad. A ella me encomiendo y pido que los siga cuidando.

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