La conexión entre Chile y
Argentina siempre está a riesgo de circunstanciales tormentas que nos aíslan; así
también es el funcionamiento del Paso de los Libertadores. Estas fechas son
fechas de riesgo para viajar, pero cuando el bolsillo apremia la apuesta es la
única posibilidad. Así es como
programamos el viaje a Mendoza por la empresa Fenix Ahumada, un nombre cuya épica
a la que remite sólo puede asociarse a las boleterías: por pocas monedas
permite viajar. Los días previos del viaje no fueron muy auspiciosos: llovió
como sólo había visto llover en Paraguay. Sin embargo, contra todo pronóstico
el Fenix resurgió de las escarchas y anunció: “viajamos”.
Aun dubitativo me subí al bus. Me
di cuenta que mi estado de increencia se compartía con otros. “Te dije: esto es
una porquería y está sucio”, entra a los gritos una mendocina mientras se
sienta atrás mío. Su marido trata de domarla. Que era más barato, que podíamos
subirnos cerca del hotel, que el viaje es corto, que los sillones son cómodos y
que lo importante era llegar. Los argumentos suavizan la crítica de la mujer. Y
yo recuerdo que hace mucho no estoy con argentinos y empiezo a tener ganas de
estar en Mendoza. Es que es así: el argentino promedio critica, habla a los
gritos, se apasiona con boludeces y hasta no puede contener las ganas de
escribir estas líneas después de un viaje cualunque. Pero nada de eso puede leerse
moralmente porque no hay maldad: es sencillamente un modo de estar en la
realidad.
Llegar llegamos, pero sólo a Los
Andes: unas dos horas desde Santiago. Ahí mismo se subió un buen hombre que se
parecía a Luis Polit de viejo, pero que no tenía su cordialidad, y anunció que
hasta ahí habíamos llegado porque habían recibido una comunicación de no se qué
ente que cerraba el cruce. Como si fuera necesario, acompañó el insensible
documento con unos audios de WhatsApp muchos más elocuentes. No había mucho lugar
a dudas y sólo quedaba emprender la vuelta.
La crisis despertó lo más jugoso
de la humanidad: formamos comunidad. Cada uno compartió su historia de vida. Mi
natural timidez hizo que primero contara que yo vivía en Chile, que vivía hace cuatro
años, que llevo todo ese tiempo acá porque estudiaba, que estudiaba para cura,
que era de Schoenstatt. Terminé justificando
ante un buen hombre de San Rafael por qué no usaba sotana. “Ya usarás”, me consoló
innecesariamente y me pidió que rezara para que Dios abra el paso. El
matrimonio quejoso después de su relato se convirtió en el matrimonio mufa.
Ellos viajaban de España hacia Menodza y hacían escala en Santiago. La escala
era el 29 día en que Moyano paró buena parte del país. Lan les dio vuelo recién
para el 2 de junio, pero como el 1 tenían un matrimonio, decidieron cruzar en
bus. No pudieron hacerlo el 30 por la nieve y se acercaron con poca suerte hoy
31. Era tal la desesperación o la ignorancia que ahora analizaban hacer la
gesta de cruzar por el paso que une Osorno con La Angostura. “¿Te das cuenta que si hubiéramos vuelto de
España el 28 o el 31 no pasaba nada?”, me interrogaba el hombre. Armé el mate y
lo hice girar. A la ronda del mate se sumó otro pasajero de aquel fatídico
viaje del 29 desde España, pero que llevaba su desgracia con más dignidad.
También mostró su argentinidad cuando -atención lectores- culpó a los gobiernos
de nuestro no viaje a Mendoza por no haber hecho nunca un túnel mágico que uniera
Santiago con Mendoza. Fue poner nafta al fogón. Que ahora hay otras
prioridades, que si no lo hacemos ahora no se hace nunca, que este problema
viene de antes y que así estamos como estamos. El azafato amenizaba el momento
repartiendo la comida prevista para todo el viaje. Tomamos mate y con
sándwiches de pollo; riquísimos, a pesar de lo poco ortodoxa combinación.
Fue raro: viajé a Argentina, pero
no llegué. Aun así, estuve cerca.
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