¿Corte o continuidad? Andar por
la ciudad de Roma me despertó esa pregunta. Tantos años acumulados en un mismo
sitio geográfico son una provocación y un permanente cuestionamiento al modo en
que estamos en la realidad y también en la historia. Es que a veces da la
sensación de que uno camina entre ruinas, entre vestigios de una historia de
gloria de la que en el presente ya no queda nada. A la inversa, en no pocos
momentos ciertas realidades conectan con una gloria que es tan potente que
adquiere algo de presente y algo de eternidad porque como dice San Agustín, la
eternidad es un eterno presente. La ciudad de Roma parece una metáfora de esta
realidad humana.
Una opción por el corte. La reflexión, el análisis e incluso el
discernimiento terminan siendo una opción por el corte. Cortar para analizar.
Cortar para comparar. Cortar para clasificar. Cortar para catalogar. Y (nos)
comparamos. También en Roma. Cortamos en barrios. Cortamos en años. Cortamos en
estilos artísticos que son también arquitectónicos. Ahí es claro: ese frente es
románico y aquel es barroco; del Tiber para allá es el gueto judío, del Tiber para
acá desembocamos en la parte bohemia. Sin embargo hay algo que no cierra. La
historia no resiste al descuartizamiento racional del hombre. Se provoca una
implosión que hace afirmar que el todo es más que la suma de las partes tal vez
porque el tiempo es superior al espacio. Pero no dicho como realidades teóricas
o explicativas –en ese caso volveríamos a lo mismo de antes- sino porque la
realidad se impone. Y la realidad es mucho mejor de lo que pensaba.
Buscar signos de continuidad. Algo que esta vez me impresionó de
Roma fue precisamente la continuidad. Roma no ofrece escenarios, no hace
montajes sino que te sumerge en la historia sin pedirte permiso (como para casi
nada). Estás acá, pero también estás en la historia. La avalancha de turistas
compra jugos caros en Campo di Fiori donde desde hace ¿siglos? se hacen las
compras. Sorprende que los ciudadanos romanos efectivamente vivan ahí. Con el
transcurso de los días queda claro que ellos no son extras de mi ego, sino que
son portadores de la continuidad. Por eso no toda pasta lleva queso rallado,
los ravioles no se empujan con pan por más de que la salsa sobreabunda y lo
pida a gritos, ni ese panini en frente al Pantheon debe comerse con queso. No
son maniáticos, son –permítanme la poesía- orgánicos portadores de la posta de la historia (sin importar si es o no la historia posta).
Arquitectónicamente esto se expresa con obras monumentales capaces de emocionar por dejar en ridículo ese afán de conceptualizar, delimitar, definir por el vano intento de controlar. Columnas de edificios clásicos sostienen la nave principal de Santa María in Trastevere. La antesala de las Termas de Diocleciano son más que un atrio de los santos mártires de Roma. En medio de Piazza Colonna un contundente San Pablo se eleva sobre una columna de Marco Aurelio ¿Me creen si les digo que vive gente sobre el Teatro de Marcello? Pero hay más: antiguos templos paganos hoy cuidan la piedad de los más ortodoxos cristianos y debajo de Santa Inés todavía permanece la despensa de la antigua domus romana. La historia es continuidad, la vida es continuidad.
En las puertas de San Pedro un
chino pregunta quién es San Pedro a lo que un fornido guardia prefiere no
responder hablando sino tomándose la cabeza. Me contó un amigo. Aun con esta
anécdota la fe no se corta. Y esto es más que la expresión adolescente después
de un fuego misionero. Es la fe de los mártires. Por eso allá está la cruz de
uno, las catacumbas desconocidas, la flecha de otro y la tumba de ese mismo
Pedro. Pero también en las capillas laterales de San Bartolomé se incluyen
mártires se nuestros siglos. Por eso también en san Marcello hay cuadros de la
Madre Teresa y de Juan Pablo II. Y no importa que sean o no santos. Y mucho
menos importa su tendencia política. Eso es corte, pero aquí prevalece la
continuidad de la fe, del amor. En Roma también.
La visita a Pompei, donde está
claro que no viven los pompinos, desafió esta reflexión. La ciudad entera no
sólo asesinada por gases, lava y cenizas –en ese orden- del Vesubio sino
también por el ocultamiento de siglos. Siglos de corte para una nueva
resurrección desde las cenizas. Literal. Siglos de soledad para ser hoy centro
turístico de la región. Siglos de olvido para ser hoy fuente de leyendas, mitos
e historias que se estudian en clases de materias de dudosos nombres y peor reputación. Sin
embargo justo atrás del teatro asoma entre las ruinas una capilla montada como
si fuera una escenografía, pero de verdad. Y al final del recorrido, pegado a
esta casa, un italiano creyendo hablar español me ofrece comida local. Así, al
final, en Pompeya aun con los cortes tan marcados y silenciados hay
continuidad. Aunque suene paradójico, el dolor, la debilidad, la fragilidad, el
olvido y e incluso el pecado son una forma de continuidad. También en Pompei.
En medio de tantos posibles cortes -que
mediáticamente se nos presentan como grietas- siempre hay una posibilidad de
continuidad. A veces difusa, pero siempre es posible. Porque están allá, hay diferencia de hora y encima
podemos ser medio torpes para ser amigos, pero permanece un grupete de
posibilidades para afirmar la continuidad, porque nos junta el sol. Pero
también se nubla y el silencio no siempre es profundidad sino que también puede
ser vacío. Pero también amplifican brillos que nos hacen creer estrellas de luz
propia y hasta independientes. A veces difusa, pero la continuidad siempre es posible. Porque
al final de cuentas Jesús siempre está, porque Jesús siempre es. Y siempre está
y es en relación. Él da continuidad a la historia no sólo en un sentido
cronológico sino también existencial. Fundamentalmente existencial. Ni siquiera
en la muerte pudo soltarse de la mano del Padre. Él es belleza, bondad y
verdad. Por eso Il Gesu puede estar a metros de Piazza Venezia y por eso
también el horrible monumento a Vittorio Emanuele II no me importa tanto. No
compiten ni se cortan, sino que están unidos por la realidad y forman parte de
algo más lindo que es el todo. Que es Roma. Que es mi vida. Que es también mi
vocación.
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