La segunda vez que fui al Campo
de Concentración de Dachau ya no cargaba con el peso de la primera vez. Aun así
la experiencia no fue menos movilizante. Fui con la expectativa de tener un
cara a cara con Dios porque sentía que había mucho que hablar. Lo logré. Además,
en esta visita se despertó algo más bien humanitario. Sentí compasión por la
humanidad: por su pasado, por su presente, pero especialmente por su futuro. Este
pensamiento me acompañó mucho mientras veía un joven matrimonio europeo que se
paseaba por el campo de concentración empujando un cochecito con
presumiblemente su hijo. Pensaba en esa creatura que estaba ahí seguramente
desconociendo el horror por el que su carro andaba.
Automáticamente pensé en mis
sobrinos. No se si Dios elabora un ranking como los que yo suelo hacer con todo
y para todo; pero si lo hiciera estoy seguro que mis sobrinos son los mejores
del mundo. De todos ellos en particular en el rubro femenino la número uno es
Candelaria, o Cande como le decimos. Ella es espontánea, alegre, recontra
expresiva y pícara. Su pelo ingobernable nos alerta que lo suyo no es el orden
sino que siempre puede salirse con cualquiera. A decir verdad, más allá de algunos
encuentros previos, siento que realmente la conocí el año pasado cuando estuve
de práctica en Buenos Aires. Esa posibilidad me dio un millón de aventuras
compartidas en las que nunca era posible terminar sin una sonrisa. Tal vez con
esto me gane la antipatía del resto, pero tengo que blanquear que hoy Cande es
mi preferida y que el resto de mis sobrinas pelean por el segundo puesto.
Pensaba en Cande en el Campo de
Concentración como una enorme paradoja. Es que en el mismo mundo donde hay
Candes también hay personajes que nos llevan a Campos de Concentración. Gracias
a Dios hay muchísimas Candelarias que muestran el lado bueno de la vida, pero ¿cómo
pueden ellas vivir en este mundo a veces tan duro? Cande no se merece menos que
un mundo de permanente afecto como el que recibe de sus mejores padres del
mundo. Sin embargo, vive en un mundo donde hay Campos de Concentración.
Como el padre de la magnífica La Vida es Bella, me encantaría poder
contar y preparar a Candelaria para que aun en estas duras realidades sepa que
el mundo también tiene bueno, bien y bello.
Me encantaría contarle que en la Galeria Nacional de Berlín descubrí
un pintor que me dejó estupefacto. Se trata de Max Lieberman quien, según
aprendí, se caracteriza por pintar con especial brillo y luz escenas cotidianas.
Le enseñaría el cuadro de las tejedoras que ilustra la ardua y cotidiana tarea,
pero con un brillo especial que ennoblece el trabajo y lo llena de color.
Le recordaría los paisajes donde tuvo la suerte de estar como
Bariloche, Córdoba y Mendoza. Pero también le diría que en todo el mundo
existen miles y miles de rincones tan o más lindos que esos. Que existe la
nieve que puede durar semanas y teñir todo de nuevos tonos. Que hay amaneceres
y atardeceres que hacen jugar al sol con las nubes. Que hay olor a tierra
mojada y que cuando el agua no se congela, corre y te da una buena música de
fondo para cualquier cosa.
Le hablaría de mi curso con quienes me une un estrecho vínculo que se remonta al inicio de este camino en el curaje, pero que con el tiempo se va probando y madurando en la experiencia del Resucitado que nos hace andar con libertad, alegría y esperanza. Con ellos le diría que también existe la amistad que es estar uno en el corazón del otro. Y que no es poca cosa porque más allá de todo lo que se pueda hablar sobre eso y de lo que a veces eso cuesta, lo más potente es ver cuando la vida exige y esa amistad nos hace uno.
Tendría que contarle que hay muchos sabores que superan los que ya
conoce. Que además del carísimo huevo kínder que le pude regalar, hay muchísimos
chocolates por probar aunque esta vez en serio dudo que pueda regalarle todos.
Y que también hay frutas que no conocía y vinos que en realidad no distingo,
pero que acá aplauden. Y ni hablar de la cerveza que como en Alemania está
asociada a los monjes parece estar siempre habilitada para ser descubierta en
su inmensidad de variedades. Pero igual, que espere para probar.
Esperando no generar una confusión mayor quisiera decirle que el mismo país que mostró lo peor de la humanidad en Dachau, a pocos kilómetros de ahí hace pocos años mostró lo mejor en Munich con una cálida bienvenida que le dieron a los refugiados que se escapan de la guerra en Siria.
También quisiera contarle que hay personas que son capaces de desechar
sus propias trayectorias para entregarse a los demás radicalmente porque ven
reyes y amigos en la humanidad y porque nos junta el sol. Y que me hacen muy
bien sin ponerse colorados. Y que son felices y campeones aunque no siempre lo
hagan con tanta conciencia ni con tanta facilidad. De hecho, está difícil.
Finalmente, sabiendo que quedo al borde del ridículo, le diría que en
ese mismo mundo existe el fútbol. Pero el fútbol no como el que ve de sus tíos
y primos de veintidós corriendo detrás de una pelota si no el de millones de
personas que se encuentran, se hacen amigos, se integran y tienen pertenencia
gracias al fútbol; siempre y sin importar si hay distinción de colores o si es
todo rojo.
En fin, le diría que el mundo
también tiene Dios, pero tal vez sería decirle algo que ya sabe, siente y reza incluso
más que este proyecto de cura.
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