Un lugar común es... ensordecerse con el ruido
En el retorno al mundo fuera de
las paredes del noviciado en ocasión de un tiempo de práctica laboral como
parte de mi formación al sacerdocio, lo que más me llama la atención es el
ruido. Puede que esto sea contradictorio para lo que uno se imaginaba de san
Ignacio, al punto de que estas líneas puede estar haciéndome comprar el mote de
mañoso. Sin embargo no hay nada de eso: el ruido es una realidad concreta y,
por momentos, abrumadora. Es el ruido de la música del vecino que exalta la
fecundidad del estilo musical inaugurado por los wachiturros en niveles
impresionantes. Es el ruido de la promoción de chipa o de candidatos políticos
bajo un mismo método igualmente ruidoso. Es
el ruido de excusas para no asumir cargos en juntas vecinales ni en centros
comunitarios. Es el ruido de predicadores y predicadoras espontáneas que no toleran
el silencio de la intimidad. Es el ruido de músicos y musiqueros religiosos
poco conscientes de que su mayor aporte es el quedarse callados. Es el ruido de
celulares que dan aviso urgente e inmediato de informaciones que son poco
urgentes y pueden esperar. Es el ruido de la información que llena (y rellena)
espacios de las redes.
Si en algún momento se pudo
pensar que la religión es el opio de los pueblos, hoy veo que el verdadero opio
de nuestros pueblos es el ruido. Es que es tremendamente evasor. Es el signo de
la masificación más peligrosa porque adormece, frena, elimina originalidades y
nos hace infelices ¡Qué difícil es para el mundo actual buscar el silencio y la
soledad! A la vez qué ansia de profundidad, de esa autenticidad, de ese
cobijamiento que el ruido nos frena ¡Con qué frecuencia escucho ese “no se qué
me pasa” o “no me reconozco” o tantas más!
Si esta búsqueda es una realidad,
el ruido es también una realidad muy nuestra, muy de estos tiempos y muy
propia. Por tanto no puede haber camino que rechace ambas realidades. En esa
línea, pretender encerrar el mundo en un silencio conventual no es una opción
posible y honestamente tampoco atractiva ¿Cuál es el camino?
El primer paso es tomar
conciencia de esta realidad: nuestra existencia está cargada de ruidos
exteriores. Reconocer eso evita que al final nuestra propia vida tenga ruidos
que la orientan demasiado sin que nos demos cuenta al punto de vivir la vida
según los ruidos de otros. La pregunta calza justo a este espacio: ¿qué de lo
que escuchamos es ruido querido por nosotros?
El segundo paso es el desafío de
buscar espacios concretos de estar sin ruidos. Esto puede entenderse en un
sentido literal, pero también en un sentido metafórico. Buscar esos espacios
sin ruidos es buscar aquello que es más mío, aquello que ocupa mi cabeza y mi
corazón. Ahí mismo encontrar y encontrarme con mi música y mis propios ruidos.
Ahí no hay lugar para la masificación ni para modas ni para lugares comunes.
Por el contrario ahí en lo más propiamente humano, en la originalidad de cada
uno nos encontraremos con Dios.
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