Un lugar comun es... tner tos.
Un mal me aqueja desde hace un puñado de días: tengo tos. Me siento medio marica escribiendo sobre mi estado de salud, pero la verdad es que desde que empecé a padecer esto me encontré con un auténtico Lugar Común.
Vale aclarar que no me refiero a la tos de quien tose porque se le pasa la comida por un conducto equivocado. Me refiero a esa tos que te deja inconsciente mientras la padeces y que te genera una implosión violenta de tu cabeza. Esa tos a la que hago referencia es como el amor adolescente: uno no sabe en qué momento llega a su vida ni en qué circunstancias. Por el contrario te invade de a poco hasta que llega un momento en que te das cuenta que estas totalmente capturado por esto. Al principio te cae simpático, puede ser aliviador, pero finalmente te caga la vida y no queres que te siga durante toda la vida. La tos seguramente sea de los males más discriminatorios de nuestros tiempos. Que los homosexuales no se me tiren en contra, pero la discriminación verdadera lo sufrimos los que padecemos tos. En el trabajo no dejan pasar segundos para echar Lysoform después de mi tos. La gente me sugiere que use barbijo por respeto a los demás. Nadie me comparte un teléfono ni para llamar a los bomberos. Incluso en los últimos días viajé más cómodo que nunca en subte: ni bien empezaba a toser y la gente me dejaba un metro de distancia. La tos también es como la inflación: uno no termina de saber si lo peor está en sí misma o si está en algo que tiene detrás de eso y uno no termina de conocer. Así en estos días me pregunté mil veces si en realidad no tenía asma, neumonía o un tumor en el marulo. Es fuerte lo que genera la tos: nos despierta un sentimiento de culpa exagerado. Nos sentimos mal por el hecho de tener tos, nos sentimos lo peor del universo e indignos de toda vida social. Incluso en el día de hoy un compañero de trabajo me sugirió que faltara para no seguir contagiando a todos los que trabajan conmigo. No sólo eso: el otro día fui a una misa y en el momento clave capturé la atención con una sonora tos dejando en un segundo plano hasta al mismísimo Jesucristo. Hay más: la tos pone en duda mi propia sexualidad. Dicho en términos sencillos, me siento una mariquita. No adquiero el status de enfermo, pero tampoco estoy sano; no siento que esté por morirme, pero recuerdo momentos de mayor esplendor. Y así me quedo a mitad de camino entre una cosa y otra. Como si fuera un vicio, la tos nos va consumiendo dejando secuelas bien concretas. Así, la tos liviana, terminó generando pérdida de voz, incapacidad de respiración normal, mala postura para dormir, dolor de cabeza, dolor de abdomen, dolor de espaldas e hinchazón de testículos.
Tengo tos, estoy comiendo en la cama y en dos días se casa mi hermano. Esto me pone un poco aburrido, pero encuentro alivio descubriéndolo parte de un Lugar Común.
Un mal me aqueja desde hace un puñado de días: tengo tos. Me siento medio marica escribiendo sobre mi estado de salud, pero la verdad es que desde que empecé a padecer esto me encontré con un auténtico Lugar Común.
Vale aclarar que no me refiero a la tos de quien tose porque se le pasa la comida por un conducto equivocado. Me refiero a esa tos que te deja inconsciente mientras la padeces y que te genera una implosión violenta de tu cabeza. Esa tos a la que hago referencia es como el amor adolescente: uno no sabe en qué momento llega a su vida ni en qué circunstancias. Por el contrario te invade de a poco hasta que llega un momento en que te das cuenta que estas totalmente capturado por esto. Al principio te cae simpático, puede ser aliviador, pero finalmente te caga la vida y no queres que te siga durante toda la vida. La tos seguramente sea de los males más discriminatorios de nuestros tiempos. Que los homosexuales no se me tiren en contra, pero la discriminación verdadera lo sufrimos los que padecemos tos. En el trabajo no dejan pasar segundos para echar Lysoform después de mi tos. La gente me sugiere que use barbijo por respeto a los demás. Nadie me comparte un teléfono ni para llamar a los bomberos. Incluso en los últimos días viajé más cómodo que nunca en subte: ni bien empezaba a toser y la gente me dejaba un metro de distancia. La tos también es como la inflación: uno no termina de saber si lo peor está en sí misma o si está en algo que tiene detrás de eso y uno no termina de conocer. Así en estos días me pregunté mil veces si en realidad no tenía asma, neumonía o un tumor en el marulo. Es fuerte lo que genera la tos: nos despierta un sentimiento de culpa exagerado. Nos sentimos mal por el hecho de tener tos, nos sentimos lo peor del universo e indignos de toda vida social. Incluso en el día de hoy un compañero de trabajo me sugirió que faltara para no seguir contagiando a todos los que trabajan conmigo. No sólo eso: el otro día fui a una misa y en el momento clave capturé la atención con una sonora tos dejando en un segundo plano hasta al mismísimo Jesucristo. Hay más: la tos pone en duda mi propia sexualidad. Dicho en términos sencillos, me siento una mariquita. No adquiero el status de enfermo, pero tampoco estoy sano; no siento que esté por morirme, pero recuerdo momentos de mayor esplendor. Y así me quedo a mitad de camino entre una cosa y otra. Como si fuera un vicio, la tos nos va consumiendo dejando secuelas bien concretas. Así, la tos liviana, terminó generando pérdida de voz, incapacidad de respiración normal, mala postura para dormir, dolor de cabeza, dolor de abdomen, dolor de espaldas e hinchazón de testículos.
Tengo tos, estoy comiendo en la cama y en dos días se casa mi hermano. Esto me pone un poco aburrido, pero encuentro alivio descubriéndolo parte de un Lugar Común.
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