Un lugar comun son los aeropuertos.
No se si estoy consiguiendo tener un poco de llegada, pero insisto en esta búsqueda. El que quiera leer que lea y si se animan el que quiera entender que entienda…
Los aeropuertos tienen esa contradicción intrínseca: envuelven sensaciones radicalmente opuestas en una misma acción (viajar). Así se mezcla la ilusión de un nuevo destino con el temor horrible por un futuro; la ansiedad por un reencuentro y el dolor por una despedida; el pánico de volar con el entusiasmo por sentirse en el aire. Gracias a las demoras de la aerolínea argentina estatizada pude encontrar (o encontrarme) en el aeropuerto de Mendoza los Lugares Comunes propios de un aeropuerto.
Un joven llora desconsolado apoyado en el lavatorios del baño de hombres. Trata de secarse las lágrimas con las hojas lava manos, pero da la sensación de que ni el rollo entero va a ser suficiente para frenar ese infrenable chorro de gotas espesas. Se acaba de despedir de un gran amigo a quien no verá por mucho tiempo.
Un muchacho se sienta en un cordón del estacionamiento mientras pierde su mirada en el horizonte montañoso de la precordillera. Da la sensación de que quiere retener esos paisajes antes de volver a la jungla de semento.
Un trabajador hace esfuerzos para no cruzar miradas con alguien que trabaja en su mismo lugar aunque en otra área. Por eso mira el techo, busca el ángulo perfecto dentro de la fila para quedar oculto o sencillamente cerrará los ojos.
Un pibe tiene su mp3 enchufado a los oídos mientras espera para iniciar el embarque. Escucha con emoción una canción muy especial que le recuerda su estadía en las tierras del vicepresidente del kirchnerismo. Por eso hace esfuerzos para no dejar caer las lágrimas inevitables.
Un rata hace números para saber cuánto invirtió en su viaje a Mendoza por dos días. La operación parece sencilla: 819 pesos dividido 33 horas (contando las 7 horas que durmió) son casi 25 pesos la hora… demasiado poco para un fin de semana de semejante intensidad.
Un politólogo –o muy cercano a serlo- literalmente se mete en un puesto de diarios y revistas y lee por arriba los principales titulares de diarios y revistas. Mientras lee trata de definir el perfil de cada medio. Aprovechará la desatención de la vendedora para mirar las primeras hojas de alguno de los diarios.
Un futbolero camina de punta a punta el aeropuerto (que en realidad no es gran cosa) buscando una televisión que transmita el fútbol que supuestamente ahora es para todos, pero no para los que esperan en el aeropuerto de Mendoza. Al hacer el preembarque descubre una confitería en el segundo piso, pero nada le garantiza que efectivamente ahí haya algo.
Un pensador se para frente a la placa que recuerda la inauguración del aeroparque y se pregunta de qué carrera será Licenciado el gobernador de Mendoza en 1995 ¿Politólogo?, aventura, pero le parece poco probable. La realidad marca que hoy cualquier puede ocupar un cargo ejecutivo.
Un nostálgico cuenta los meses que faltan para febrero para que el reencuentro sea posible. Agosto, septiembre, octubre, noviembre, diciembre, enero y listo: seis meses. Se engaña diciendo que agosto no cuenta porque ya terminó y que enero pasa rápido porque se va a Europa. Es consciente de eso, pero al menos logra alivianar su pena.
Y así pasa el tiempo y así seguimos igual, siendo parecidos y diferenciándonos muy poco, resignando nuestra originalidad incluso a la hora de esperar un vuelo. Más allá de eso siempre queda la esperanza de dar el salto para responder a esa originalidad. Tal vez el lugar inspire a pensar que ya falta menos para levantar vuelo.
No se si estoy consiguiendo tener un poco de llegada, pero insisto en esta búsqueda. El que quiera leer que lea y si se animan el que quiera entender que entienda…
Los aeropuertos tienen esa contradicción intrínseca: envuelven sensaciones radicalmente opuestas en una misma acción (viajar). Así se mezcla la ilusión de un nuevo destino con el temor horrible por un futuro; la ansiedad por un reencuentro y el dolor por una despedida; el pánico de volar con el entusiasmo por sentirse en el aire. Gracias a las demoras de la aerolínea argentina estatizada pude encontrar (o encontrarme) en el aeropuerto de Mendoza los Lugares Comunes propios de un aeropuerto.
Un joven llora desconsolado apoyado en el lavatorios del baño de hombres. Trata de secarse las lágrimas con las hojas lava manos, pero da la sensación de que ni el rollo entero va a ser suficiente para frenar ese infrenable chorro de gotas espesas. Se acaba de despedir de un gran amigo a quien no verá por mucho tiempo.
Un muchacho se sienta en un cordón del estacionamiento mientras pierde su mirada en el horizonte montañoso de la precordillera. Da la sensación de que quiere retener esos paisajes antes de volver a la jungla de semento.
Un trabajador hace esfuerzos para no cruzar miradas con alguien que trabaja en su mismo lugar aunque en otra área. Por eso mira el techo, busca el ángulo perfecto dentro de la fila para quedar oculto o sencillamente cerrará los ojos.
Un pibe tiene su mp3 enchufado a los oídos mientras espera para iniciar el embarque. Escucha con emoción una canción muy especial que le recuerda su estadía en las tierras del vicepresidente del kirchnerismo. Por eso hace esfuerzos para no dejar caer las lágrimas inevitables.
Un rata hace números para saber cuánto invirtió en su viaje a Mendoza por dos días. La operación parece sencilla: 819 pesos dividido 33 horas (contando las 7 horas que durmió) son casi 25 pesos la hora… demasiado poco para un fin de semana de semejante intensidad.
Un politólogo –o muy cercano a serlo- literalmente se mete en un puesto de diarios y revistas y lee por arriba los principales titulares de diarios y revistas. Mientras lee trata de definir el perfil de cada medio. Aprovechará la desatención de la vendedora para mirar las primeras hojas de alguno de los diarios.
Un futbolero camina de punta a punta el aeropuerto (que en realidad no es gran cosa) buscando una televisión que transmita el fútbol que supuestamente ahora es para todos, pero no para los que esperan en el aeropuerto de Mendoza. Al hacer el preembarque descubre una confitería en el segundo piso, pero nada le garantiza que efectivamente ahí haya algo.
Un pensador se para frente a la placa que recuerda la inauguración del aeroparque y se pregunta de qué carrera será Licenciado el gobernador de Mendoza en 1995 ¿Politólogo?, aventura, pero le parece poco probable. La realidad marca que hoy cualquier puede ocupar un cargo ejecutivo.
Un nostálgico cuenta los meses que faltan para febrero para que el reencuentro sea posible. Agosto, septiembre, octubre, noviembre, diciembre, enero y listo: seis meses. Se engaña diciendo que agosto no cuenta porque ya terminó y que enero pasa rápido porque se va a Europa. Es consciente de eso, pero al menos logra alivianar su pena.
Y así pasa el tiempo y así seguimos igual, siendo parecidos y diferenciándonos muy poco, resignando nuestra originalidad incluso a la hora de esperar un vuelo. Más allá de eso siempre queda la esperanza de dar el salto para responder a esa originalidad. Tal vez el lugar inspire a pensar que ya falta menos para levantar vuelo.
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