Un lugar comun es... transformar el matrimonio en un casa-miento.
Voy a hablar del gran acto de simulación en el que el matrimonio se ha convertido ¿Por qué? Porque a la hora de celebrar muchos toman recetas “probadas” y ofrecidas por el sistema con tal de tener seguridad y una noche tranquila (o no tanto). Ya nadie habla del matrimonio sino que se habla del casamiento, por no decir “casa-miento” o “miento que me caso”. Claro signo de tiempos posmodernos en donde hablar de estabilidad o de algo durable, el matrimonio no se puede mantener al margen y también es cuestionado. Lo insólito es que es profanado –muchas veces- incluso por quienes se casan
Empecemos por definir qué es verdaderamente el matrimonio: es el sacramento que santifica la unión indisoluble entre un hombre y una mujer.
Un primer indicio de lo alejado de toda naturaleza es la trascendencia que se le da al anuncio ¿Qué es esto? Es decir “muchachos/as me caso”. Lamentablemente, el matrimonio ha dejado de ser el lógico desenlace de un noviazgo. Esto justifica la sorpresa y la necesidad del anuncio. Para eso la pareja sale de gira por distintos rincones de la ciudad y hace malabares para contar lo más personalizadamente posible que se casan. Tal vez no sea culpa de ellos sino más bien de los que están a su alrededor que hasta llegan a ofenderse si no se enteran del anuncio de primera mano.
Luego, los preparativos. Los pobres novios deben adjuntar a sus nervios e intereses un universo de deseos y caprichos de madres, padres, suegras, amigas, amigos y conocidos. Después de las consultas populares se definen tres cosas. En primer lugar la fecha: mostrando otra gran contradicción con su naturaleza se busca que esté la luna de tal manera, que llueva, que no coincida con el casa-miento de la amiga de una amiga del portero, que coincida con alguna fecha significativa y que no haya posibilidades que la reina batata defina ese día como feriado. El segundo hecho es la elección del lugar de la fiesta donde paradójicamente se elije ante quién esclavizarse. El tercer hecho es la elección de la Iglesia. Uno podría pensar que es un lugar significativo o de oración o al menos cómodo ¡Se equivoca estimado lector! Se buscan lugares donde la novia se luzca por eso se buscan iglesias inmensas más parecidas teatros que a lugares de oración.
Llega la fecha. Primero la misa. Suenan trompetas, tambores y gordos que cantan en idiomas que no se le parecen ni al latín. Entra la novia vestida de blanco en señal de… ¿pureza? Sonríen tratando de recordar las miles de recomendaciones que ya le dieron desde la maquilladora hasta su padre. El sacerdote debe hacer malabares para no repetir lo mismo de siempre y tratar de seguir encontrándole cosas nuevas a la carta de san Pablo a los Corintos. Sale la novia y los familiares se ubican en distintos puntos estratégicos. Se hacen rondas y se abrazan. Algunos flojos lloran, otros se contienen. Se hacen largas colas porque la novia debe saludar no sólo a los conocidos sino también a extraños. La familia espera los saludos y valoraciones y agradecimientos. Nadie sabe por qué ni de qué. Más de alguno en realidad tendría que pedir perdón por no haber recibido tan bien a su cuñado o por haber discutido demasiado acaloradamente temas superficiales
Luego, ahora sí, la fiesta. Salones inmensos que salen más o menos lo mismo que el alquiler del departamento donde van a vivir. Mesas armadas con enormes esfuerzos para que los invitados se diviertan, misión cuasi imposible. Los novios casi no comen. Ellos se deben sacar fotos con todas las mesas empezando a formar la sección de fotosquenovenadieniserevelan.
El plato caliente llega frío, menos para la mesa principal que se auto elogian por lo bien que eligieron el plato principal. Luego el postre que es sólo un anticipo de lo que más tarde será la “mesa de postres”, una exagerada invitación a la gula. Pasadas las doce la plebe que es amigo, pero no tanto, empieza a mirar por las ventanas lo bien que la pasan los amigos de verdad. Suena el vals y distintos corajudos se animan a hacer el ridículo para demostrar cómo la profesora de baile los estafó. Un poco de Frank Sinatra con las luces que empiezan a apagarse es el escenario ideal para que los amigos de los padres huyan por la ventana.
Después vienen los bailes. Bah, es una manera de decir. Después viene el amigo que por estar un poco sensibilizado por la partida de su amigo (nadie sabe a donde) se cree con el derecho de revolear por el aire a cualquiera que tenga el mismo apellido que los que se casan. El calor se hace sentir y así los que antes estaban elegantemente vestidos con chaleco ahora parecen miembros del gremio de Moyano. Pasan las horas y el alcohol se hace notar. Así hasta los más cercanos de los novios –cuando no ellos- empiezan a trastabillar o a tomar protagonismo en la sección del video “papelones”
En las últimas dos o tres horas vale todo. Por eso es el momento ideal para tirotear a quien esté caminando por ahí solo, por más de que sea alguien conocidísimo. Así entre papelones y momentos forzosamente emotivos termina el gran acto de simulacro.
Aclaro que no es que no me gusten los matrimonios, pero muchachos seamos buenos, eso no es un matrimonio. Díganle casa-miento o como quieran, pero a los que tenemos principios no nos podemos resignar a caer en ese Lugar Común. Por eso, para octubre, confío en ustedes, no?
Voy a hablar del gran acto de simulación en el que el matrimonio se ha convertido ¿Por qué? Porque a la hora de celebrar muchos toman recetas “probadas” y ofrecidas por el sistema con tal de tener seguridad y una noche tranquila (o no tanto). Ya nadie habla del matrimonio sino que se habla del casamiento, por no decir “casa-miento” o “miento que me caso”. Claro signo de tiempos posmodernos en donde hablar de estabilidad o de algo durable, el matrimonio no se puede mantener al margen y también es cuestionado. Lo insólito es que es profanado –muchas veces- incluso por quienes se casan
Empecemos por definir qué es verdaderamente el matrimonio: es el sacramento que santifica la unión indisoluble entre un hombre y una mujer.
Un primer indicio de lo alejado de toda naturaleza es la trascendencia que se le da al anuncio ¿Qué es esto? Es decir “muchachos/as me caso”. Lamentablemente, el matrimonio ha dejado de ser el lógico desenlace de un noviazgo. Esto justifica la sorpresa y la necesidad del anuncio. Para eso la pareja sale de gira por distintos rincones de la ciudad y hace malabares para contar lo más personalizadamente posible que se casan. Tal vez no sea culpa de ellos sino más bien de los que están a su alrededor que hasta llegan a ofenderse si no se enteran del anuncio de primera mano.
Luego, los preparativos. Los pobres novios deben adjuntar a sus nervios e intereses un universo de deseos y caprichos de madres, padres, suegras, amigas, amigos y conocidos. Después de las consultas populares se definen tres cosas. En primer lugar la fecha: mostrando otra gran contradicción con su naturaleza se busca que esté la luna de tal manera, que llueva, que no coincida con el casa-miento de la amiga de una amiga del portero, que coincida con alguna fecha significativa y que no haya posibilidades que la reina batata defina ese día como feriado. El segundo hecho es la elección del lugar de la fiesta donde paradójicamente se elije ante quién esclavizarse. El tercer hecho es la elección de la Iglesia. Uno podría pensar que es un lugar significativo o de oración o al menos cómodo ¡Se equivoca estimado lector! Se buscan lugares donde la novia se luzca por eso se buscan iglesias inmensas más parecidas teatros que a lugares de oración.
Llega la fecha. Primero la misa. Suenan trompetas, tambores y gordos que cantan en idiomas que no se le parecen ni al latín. Entra la novia vestida de blanco en señal de… ¿pureza? Sonríen tratando de recordar las miles de recomendaciones que ya le dieron desde la maquilladora hasta su padre. El sacerdote debe hacer malabares para no repetir lo mismo de siempre y tratar de seguir encontrándole cosas nuevas a la carta de san Pablo a los Corintos. Sale la novia y los familiares se ubican en distintos puntos estratégicos. Se hacen rondas y se abrazan. Algunos flojos lloran, otros se contienen. Se hacen largas colas porque la novia debe saludar no sólo a los conocidos sino también a extraños. La familia espera los saludos y valoraciones y agradecimientos. Nadie sabe por qué ni de qué. Más de alguno en realidad tendría que pedir perdón por no haber recibido tan bien a su cuñado o por haber discutido demasiado acaloradamente temas superficiales
Luego, ahora sí, la fiesta. Salones inmensos que salen más o menos lo mismo que el alquiler del departamento donde van a vivir. Mesas armadas con enormes esfuerzos para que los invitados se diviertan, misión cuasi imposible. Los novios casi no comen. Ellos se deben sacar fotos con todas las mesas empezando a formar la sección de fotosquenovenadieniserevelan.
El plato caliente llega frío, menos para la mesa principal que se auto elogian por lo bien que eligieron el plato principal. Luego el postre que es sólo un anticipo de lo que más tarde será la “mesa de postres”, una exagerada invitación a la gula. Pasadas las doce la plebe que es amigo, pero no tanto, empieza a mirar por las ventanas lo bien que la pasan los amigos de verdad. Suena el vals y distintos corajudos se animan a hacer el ridículo para demostrar cómo la profesora de baile los estafó. Un poco de Frank Sinatra con las luces que empiezan a apagarse es el escenario ideal para que los amigos de los padres huyan por la ventana.
Después vienen los bailes. Bah, es una manera de decir. Después viene el amigo que por estar un poco sensibilizado por la partida de su amigo (nadie sabe a donde) se cree con el derecho de revolear por el aire a cualquiera que tenga el mismo apellido que los que se casan. El calor se hace sentir y así los que antes estaban elegantemente vestidos con chaleco ahora parecen miembros del gremio de Moyano. Pasan las horas y el alcohol se hace notar. Así hasta los más cercanos de los novios –cuando no ellos- empiezan a trastabillar o a tomar protagonismo en la sección del video “papelones”
En las últimas dos o tres horas vale todo. Por eso es el momento ideal para tirotear a quien esté caminando por ahí solo, por más de que sea alguien conocidísimo. Así entre papelones y momentos forzosamente emotivos termina el gran acto de simulacro.
Aclaro que no es que no me gusten los matrimonios, pero muchachos seamos buenos, eso no es un matrimonio. Díganle casa-miento o como quieran, pero a los que tenemos principios no nos podemos resignar a caer en ese Lugar Común. Por eso, para octubre, confío en ustedes, no?
Comentarios
creo que por muchas cosas que vos bien detallás, la gente opta por no casarse para sí convivir, total todo es mucho más simple...
PEDRO
PEDRO
De la misma manera nosotros decimos "se hace sacerdote" y no "se sacerdotiza" o "se hace médico" y no "se medicaniza" y podríamos seguir. En definitiva ocurre porque el matrimonio es un estado.
Vale?