Un lugar comun es... llenar los silencios con críticas inútiles.
Ismael suele decir que la noche debilita a los corazones, pero creo que también a la memoria. Por una o ambas cosas se me viene a la cabeza una vieja historia que bien sirve como ejemplo del tan Lugar Común como es la crítica de lo que después terminamos consumiendo. Lo mismo vale para Tinelli, Kirchner… o para Colores, aquel programa que Reina Reech tenía en las tardes de ATC.
En tercero grado con Marcos teníamos un beneficio especial. Nunca entendí en qué se justificaba. Más allá de eso la cuestión es que durante todo el invierno nos evitábamos el tedioso acto de izada de bandera, “dejando una baldosa de mi compañero” y con temperaturas bajo cero. El plan era siempre el mismo. Veíamos venir a Elvy muy cargada y nos avanzábamos sobre ella. Después de descargarla ella nos daba autorización para ir subiendo las seis rampas hasta nuestra clase de 3º 1º.
Ahí pasábamos, como mucho, media hora en la que acomodábamos los bancos y compartíamos charlas. En realidad era menos de ese tiempo. Pasábamos muchísimo tiempo tratando de abrir la puerta (eterno problema del colegio). Los temas a tratar en esos ratos más o menos tenían el mismo recorrido. Empezábamos por el fútbol. En tiempos de gloria millonaria a él no le costaba deshacerse en elogios para la banda de Ramón (y hoy él mismo insulta con un mero cambio de vocales). El final de las conversaciones, tal vez porque siempre fui de pocas palabras y de pocos temas, era siempre el mismo: la crítica.
La misma se orientaba en dos direcciones. En primer lugar para una novela -un tanto zarpada- que se emitía dentro del programa “Jugate conmigo” de Cris Morena. No me acuerdo qué le criticábamos. Es más, a mi no me lo dejaban ver (como tampoco me dejaban ver Los Simpsons, motivo por el cual hoy debo ser el único personaje al que no le divierten). Estoy seguro que era el modo de quebrar los silencios. El mismo mecanismo llevábamos para criticar “Colores”, el programa infantil de Reina Reech. Hoy lo vería por otros motivos, pero no recuerdo tampoco en este caso cuál era el motivo de la crítica. La conclusión se puede compartir…
La historia no termina acá. Y con esto me abro a una confesión que jamás he hecho. En uno de esos inviernos mientras yo hacía grandes esfuerzos para abrir la puerta, Marcos contó algo inconcebible. Se declaró, con un dejo de culpa, seguidor del programa de Cris Morena. Yo me sentí traicionado. Hice como si no lo hubiera escuchado y no levanté la mirada de la cerradura, pero me sentí tocado. Entramos y charlamos de otra cosa aunque no con el mismo ambiente. Yo me sentía muy raro y confundido.
Lo que Marcos nunca supo, y tal vez en este momento se entere, es que yo veía Colores.
Ismael suele decir que la noche debilita a los corazones, pero creo que también a la memoria. Por una o ambas cosas se me viene a la cabeza una vieja historia que bien sirve como ejemplo del tan Lugar Común como es la crítica de lo que después terminamos consumiendo. Lo mismo vale para Tinelli, Kirchner… o para Colores, aquel programa que Reina Reech tenía en las tardes de ATC.
En tercero grado con Marcos teníamos un beneficio especial. Nunca entendí en qué se justificaba. Más allá de eso la cuestión es que durante todo el invierno nos evitábamos el tedioso acto de izada de bandera, “dejando una baldosa de mi compañero” y con temperaturas bajo cero. El plan era siempre el mismo. Veíamos venir a Elvy muy cargada y nos avanzábamos sobre ella. Después de descargarla ella nos daba autorización para ir subiendo las seis rampas hasta nuestra clase de 3º 1º.
Ahí pasábamos, como mucho, media hora en la que acomodábamos los bancos y compartíamos charlas. En realidad era menos de ese tiempo. Pasábamos muchísimo tiempo tratando de abrir la puerta (eterno problema del colegio). Los temas a tratar en esos ratos más o menos tenían el mismo recorrido. Empezábamos por el fútbol. En tiempos de gloria millonaria a él no le costaba deshacerse en elogios para la banda de Ramón (y hoy él mismo insulta con un mero cambio de vocales). El final de las conversaciones, tal vez porque siempre fui de pocas palabras y de pocos temas, era siempre el mismo: la crítica.
La misma se orientaba en dos direcciones. En primer lugar para una novela -un tanto zarpada- que se emitía dentro del programa “Jugate conmigo” de Cris Morena. No me acuerdo qué le criticábamos. Es más, a mi no me lo dejaban ver (como tampoco me dejaban ver Los Simpsons, motivo por el cual hoy debo ser el único personaje al que no le divierten). Estoy seguro que era el modo de quebrar los silencios. El mismo mecanismo llevábamos para criticar “Colores”, el programa infantil de Reina Reech. Hoy lo vería por otros motivos, pero no recuerdo tampoco en este caso cuál era el motivo de la crítica. La conclusión se puede compartir…
La historia no termina acá. Y con esto me abro a una confesión que jamás he hecho. En uno de esos inviernos mientras yo hacía grandes esfuerzos para abrir la puerta, Marcos contó algo inconcebible. Se declaró, con un dejo de culpa, seguidor del programa de Cris Morena. Yo me sentí traicionado. Hice como si no lo hubiera escuchado y no levanté la mirada de la cerradura, pero me sentí tocado. Entramos y charlamos de otra cosa aunque no con el mismo ambiente. Yo me sentía muy raro y confundido.
Lo que Marcos nunca supo, y tal vez en este momento se entere, es que yo veía Colores.
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