Cuando estaba en Bariloche de vacaciones con mi familia, la idea de cruzar los Andes en peregrinación me generaba, de partida, fiaca. Más aún cuando al aproximarme al día de la partida no me sentí bien físicamente. Así no solo tenía pereza sino el soberbio temor de no estar a la altura física y acabar por ser un ancla. Se mezclaba el temor del estado físico con el temor de la humillación, de dar la hora, de la vergüenza. Ante estas posibilidades la opción más coherente seguramente sea no intentarlo. Hacer de la excusa relato y de la justificación redención de culpas. No fue lo que terminó pasando, afortunadamente. Gracias Jesús por esta juventud que me he desinstala, que ataca mis comodidades y excusas para descubrir algo mejor, para lanzarme a la buena aventura de la vida bienaventurada.
En torno a Uspallata caí en la cuenta. De pronto nos estábamos metiendo en la
montaña. Como si pudiéramos desafiar las leyes de la física (de la biología y
de la geografía también) avanzamos de frente a una muralla de piedra tierra y arena.
Éramos pequeños David contra Goliat. La pelea en un paisaje de postal. A cada
rato exponía mi admiración haciendo de mi asombro tema de conversación. Por el
mismo lugar por donde había pasado una decena de veces en auto o colectivo, la atravesaba
de a pie. Éramos protagonistas de un fondo de Windows. Gracias Jesús por esta
juventud que me hace caminar por lugares conocidos de lejos, por ayudarme a
adentrarme en la belleza de la creación que es tu belleza.
En la banquina de la ruta 7, otra vez, aunque esta vez fue distinto. No
pude contener la emoción y una lágrima invadió mi rostro con la esperanza de
que sus ojos ocultos detrás de los anteojos negros estuvieran apuntando para
otro lado para así yo no quedar tan expuesto. Me había pasado en la misión, me
volvió a pasar en Chile, en otra misión, en conversaciones personales y en el gran cenáculo de la modelo. En distintas manifestaciones un común denominador.
Reconozco que me conmueve mucho el testimonio de la lucha, y en esa lucha la
aspiración a la santidad, la búsqueda del bien mayor. Me es más potente eso que vidas que parecen estar ya marcadas por la santidad. Gracias Jesús por las luchas
de esta juventud, por las preguntas que se toman en serio (incluso las más
existenciales) porque me provocan a entrar en mis luchas, me renuevan en la
aspiración a la santidad y me unen solidariamente a sus preguntas, a sus
búsquedas y a sus luchas para que ellos sean Santos, para que ellos sean felices,
para que ellos alcancen el bien mayor. Una vez más, no es tan importante que yo
sea Santo como ayudar a la santidad de los demás.
Después de la renovación del Bautismo, hito con el que se cerraba el
campamento, hicimos la fila en torno al fogón para buscar los choripanes del
festejo. Uno de mis circunstanciales compañeros de fila aprovechó la situación
para una profunda confesión. Con una madurez contrastante con los 13 años que
debe tener no vaciló: “este campamento fue lo mejor de mi verano”. Contento
con tal afirmación, para dar un ajustado peso a su elogio pregunté qué había hecho antes.
Ahí me contó que había alternado entre Cariló, Pinamar y Punta del Este.
Gracias Jesús por esta juventud que no se deje encandilar por (lugares de) modas o bienes de consumo y comodidades, sino que valora lo más humano que son los
vínculos, los amigos, los riesgos que desafían a crecer y el encuentro con vos.
Vale la pena, vale el cansancio. La entrega siempre es fecunda.
Faltando algunos minutos para que sea la 1:00 h de la mañana, volví a la escuela
todavía asombrado por el cansancio de un día agitado y una conversación
telefónica que me había dejado un sabor amargo. La justificación del desgaste,
un interrogante. La construcción entre todos, una piedra en el zapato. Aun así,
no me fui a dormir amargado, triste ni bajoneado. En el medio, una conversación
clave con uno de los rectores de misión para ganar perspectiva, para confirmar
opciones y también admitir errores. Gracias Jesús por esta juventud que con
franqueza sostiene, corrige, anima y me entusiasma sin necesidad de venderles
la pomada, asumir poses extrañas y discursos raros; siempre en confianza,
afecto y libertad.
No había fuerzas para dar más pasos, pero paradójicamente sí había para
cantar, gritar y al final saltar como la compuerta de un dique que se va
abriendo para ganar libertad y liberar fuerzas cotidianas. Incluso a riesgo de
desborde, vale la pena liberar la emoción, el fuego, la pasión que se lleva
dentro y que en oración conecta con Jesús, conecta con la Mater, conecta con la
juventud venga de donde venga. Una JM, un solo latir y una pasión que nos
transforma. La pasión como termómetro. Gracias Jesús por esta juventud que aviva
la pasión y llena de pasión mi propia vida.
“Acá estoy vivo”, dijo uno de los misioneros delante de unas
doscientas personas. Me gustó la expresión y me sentí identificado. Él venía de
cerrar un fin de semana de misión, como tantos otros, pero que había tenido
como singular característica la baja edad de los misioneros. Adolescentes
descubriendo qué es vivir y qué es vivir con Jesús. Descubrirse viviendo,
descubriéndose viviendo ¡Vivos!, sí Susana. Y no hay nada más emocionante que
darse cuenta de eso. Rompe así con la inercia, con la burocratización del
hecho de vivir. Estar vivo es animarse a amar, a entregar y a compartir. “Fue
el mejor fin de semana de mi vida”, testimonió otro desde otras latitudes. Hace
no tantos años yo también viví lo mismo. Gracias a ellos volví a mis primeras
misiones, a mis primeros encuentros y a la invitación a vivir de otra manera
amando, entregándome y compartiendo. Gracias Jesús por esta juventud que aviva
el primer amor y me renueva en la vocación para amar, para entregar, para
compartir. El primer amor no solamente es el más real, sino que también es el
más simple: llega a lo esencial. Ahí donde no se busca más que el amar y ser
amado. Ese primer amor que surge del encuentro con Vos y de encontrarnos.
Afané la consigna de un taller de escritura que estoy haciendo. Dicho sea
de paso, el taller es de las grandes decisiones del semestre. Adaptado al
espacio de un grupo de vida, les propuse que escriban como si tuvieran que
explicarle a un marciano, qué es tener fe. Honestamente estaba expectante de
cuánto se podían copar con la dinámica. Para la vez siguiente no solamente
habían completado la consigna sino que al ponerlo en común me sentí desbordado.
“Fomento mi Fe yendo a lugares donde la simpleza se hace más visible para
recordar y entender que Dios está en los simple y lo cotidiano o terrenal”,
fue uno de los pasajes más significativos de uno de ellos. Del otro lado, Lucho
-digámosle así- no es un marciano, pero está recién conociendo a Jesús y se
prende fuego. Zapallo -digámosle también así- se descubre desbordado por estar
eligiendo vivir algo que siempre había vivido. Éxtasis. Tal vez por esa
conciencia del marco presumiblemente desfavorable, hay una fuerza que es
fervor, que es esencialmente misionera. Sin posibilidad de imposición, se
vive porque se elige. Hay una búsqueda tan humana que se vuelve existencial y
ahí la fe tiene que decir. En un mundo que tira tanto para afuera como si lo
único que existiera es lo que se ve (o lo que se muestra), se valora la Adoración
que no es repliegue egoísta sino búsqueda de intimidad, consciencia que ese
rincón del alma en donde nadie puede acceder quiere ser habitado por Dios,
puede ser habitado por Dios. Gracias Jesús por esta juventud que mira con ojos
nuevos la fe de siempre, mi fe de siempre. Gracias por esta juventud que te
elige conscientemente en la memoria del bien que (nos) hacés. Gracias porque su
fervor enciende el mío y me desafía a generar odres nuevos para este vino
nuevo.
Gracias Jesús por esta juventud que es también la mía. Gracias Jesús porque en esta juventud, te descubro. “¡Dios es joven! Dios es el Eterno que no tiene tiempo, pero que es capaz de renovar, de rejuvenecerse continuamente y de rejuvenecerlo todo. Las características más peculiares de los jóvenes son también las suyas. Es joven porque "hace nuevas todas las cosas" y le gustan las novedades; porque asombra y le gusta asombrarse; porque sabe soñar y desea nuestros sueños; porque es fuerte y entusiasta; porque construye relaciones y nos pide a nosotros que hagamos otro tanto, porque es social.”
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