En mi última misión antes de entrar al seminario fui rector de MTA. Algo desbordado porque no todo pasaba como mis afanes de control esperaban, exigían y querían el entonces asesor de la misión, el p. Facu, me ubicó con esas máximas que perduran para siempre: “MTA es escuela”. Desde esa perspectiva no interesaba que todo funcionara a la perfección sino que sea una ocasión de aprendizaje, de crecimiento en la fe, en la vida, en la propia personalidad. Varios años después cuando me va tocando ponerme en el lugar de Facu, sin ponerme colorado, vuelvo a esa gran verdad cuando no todo sale como esperábamos, pensábamos o suponíamos. Misionar en tiempos de pandemia.
El aprendizaje central de (esta) MTA es el reconocimiento
de que ya tenemos todo para ser felices y que paradójicamente que para ser
felices no necesitamos tanto. Es el Evangelio de la simplicidad. Es el
Evangelio del amor como experiencia cálida y real ¡Todo fue real! El amor de la
amistad y de los nuevos vínculos. El amor que se da y que podemos recibir en la
realidad. El amor que es abrazo contenido y límite puesto a tiempo. El amor
como corriente de vida y comunión de sentidos. (Descubrir que) Todos tenemos
Alguien que nos quiere, que nos banca y que pone límites a nuestros afanes de
autosuficiencia ¿Quién es el que viene en nombre del Señor? Lo
descubrimos cuando bajamos defensas y alzamos barreras. “En el amor no hay
lugar para el temor” (1Jn.4,18).
En la escuela de MTA crecemos y nos damos
cuenta de que crecimos. Aquellos que conocí invitándolos a ir mar adentro y
acompañándolos en su pasión que transforma, hoy son mis jefes. Nos damos manija
en una cadena de valoración y agradecimiento en cuyo origen no tiene a ninguno
de nosotros. Tengo la sensación de que me estoy carteando. Somos el futuro. No
imagino un mejor arribo a Buenos Aires. Ver crecer es de las grandes
satisfacciones que esta misión me deja. Y yo cumplí dos meses de cura y
celebré misa en plena misión. Crecer también es asumir responsabilidades y
tomar decisiones (difíciles).
La escuela de MTA te desarma. Te das cuenta de que
los apuntes, mapas conceptuales y los machetes no sirven tanto para esta prueba
del día a día, de caso a caso, de síntoma a síntoma. Fui testigo de esa
apertura y de esa vulnerabilidad que a veces es por despojo, pero casi siempre es
por sentido de realidad. La mía. Desde ese lugar reconocer piezas para
acomodar y animar a una nueva construcción (de nosotros mismos) para alcanzar
esa felicidad que está como al alcance de nuestra mano, en nuestra historia
y en nuestro corazón. Superar la falsa idea de que vulnerabilidad es falta de
algo. El Amor te desarma, pero no te deja desarmado. En el amor podemos ser
felices.
La escuela de MTA te conecta. En tiempos de
hiperconexión y sobreabundancia de pantallas, un diagnóstico postpandemia compartido
en distintos niveles: “no conecto”. Lo escuché en relación con los
amigos, con Dios, con parejas y con uno mismo. En esos momentos peleo con la
tentación de ofrecer protocolos de conexión, de cambiar routers y de forzar
apagones. La mejor conexión se da en la medida que cada uno puede descubrir sus
propias señales. Voces del alma. Mociones del espíritu. Mundo interior.
Cada vez estoy más convencido. Es desde adentro. Es desde uno. Afuera están las
recetas protocolizadas, la técnica desencarnada que diagnostica y la tradición
despersonalizada que te anula. Dios ya está tirando señales adentro tuyo. Navidad
toda la vida y una noche junto a Vos; si no hay galope se nos para el corazón.
El fruto de MTA es la alegría. Los reyes se
alegraron al ver la estrella. No necesitaron ver al recién nacido. Tal vez sea
una lección de cómo la alegría es fruto de agradecer lo que ya hay y
abandonar la ansiedad de serlo todo para ser quien soy. Hágase su paz. “Una
actitud que purifica mucho el corazón es el agradecimiento. Evita que caigamos
en desánimos, tristezas, repliegues, amarguras, insatisfacciones, descontento….
Se trata de una elección de vida. La alternativa entre el descontento y la
gratitud no es solamente una consecuencia de lo que hemos sufrido, es un
llamado a esa parte de la libertad que siempre contamos”. Leí por ahí.
Ayúdenme a agradecer.
En la escuela de MTA nadie puede darse por graduado. Por eso ahí los tenés nuevamente a Peter y a Luli con Jachu infectados del amor por la misión. Son como esos repitentes que se terminan haciendo amigos de la cátedra. “Algo me faltaba para vivir mi relación con Dios” pudo decir alguno. Ahí lo tenés a Manu revoleado por el aire como una linda metáfora de lo que (nos) sucede: los misioneros te tiran para arriba y en la misión volás. MTA no es una moda. Podremos buscar la manera de que esto dure para siempre, como un estilo de vida (con ojotas y pantalón corto). MTA flex. El amor y la misericordia no nos deja iguales.
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