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Ayúdenme a agradecer

Familiares y amigos, permítanme dar un paso más y pedirles su ayuda. Hoy les pido que me ayuden a agradecer. Les pido que nos unamos en esta oración para dar gracias a Dios. Y más aun, para vivir y crecer en la conciencia de que todo es don; “todo esto es un regalo”, canta el poeta. Todo es don de Dios. Es Dios el que permite este encuentro; el que buscó el mejor momento para esta fiesta agitando ansiedades y nervios de alguno (los míos). Es Jesús el que me llamó, me acompañó y me envía. Para estar-con Él.

Ayúdenme a agradecer a los distintos institutos y comunidades de mi Familia de Schoenstatt. Ayúdenme a agradecer a Dios por este carisma compartido que a todos nos sobrepasa. En nuestra diversidad, vamos juntos en la misión de que muchos más reciban el regalazo que Dios hace con el padre Kentenich, la Alianza de Amor y el Santuario. “El todo es superior a la parte”, diría Francisco. 

Ayúdenme a agradecer a Dios por este coro. Fíjense cuánta fe les tenía que estos agradecimientos ya estaban escritos de antemano. Gracias por no renegar de sus orígenes. Y gracias de verdad porque una y otra vez me sumergen en la fiesta de la vida. Amigos, gracias.

Ayúdenme a agradecer a Dios por las juventudes que me hicieron parte y testigo de sus búsquedas, de sus inquietudes y deseos más profundos. Gracias por ponerme a mí también en movimiento; especialmente en los veranos de MTA donde siempre pasan cosas. Esto recién empieza. Dios es joven. Y yo también.

Ayúdenme a agradecer a Dios por los sacerdotes. Gracias Jesús por encontrarme con tantos buenos sacerdotes que me mostraron tu misericordia, tu aguante y tu amistad. Muchos fueron compañeros del seminario de otros cursos. Muchos están acá y alguno anda por Roma. Gracias por llamarme a esta comunidad de Sion, a la gloriosa RdP; a este grupete de buena gente, a estos compañeros de trinchera. Me incorporo al Independiente de Holan. Gracias Jesús también porque ante los malos testimonios de algunos curas, supiste cambiar frustración por el deseo de un sacerdocio más alejado del poder, más alejado del rol de gurú, más alejado de la perfección autoimpuesta y simulada, más alejado del estrellato. En definitiva, gracias Jesús porque en medio de todo eso que vivimos, avivaste el deseo profundo de un sacerdocio unido en vos ¡Ayudanos!

Ayúdenme a agradecer por mi curso, bien representado por Joaco y Peca (¿o ahora debería decirles padres Joaquín y Sebastián?). Nos tocó vivir de todo a lo largo de casi diez años y acá estamos concretando el sueño iniciado en Paraguay ¡Cristo cumple las promesas! Ayúdenme a agradecerles porque ellos salvan y me salvan de la tentación de la autosuficiencia que aísla y nos deja partidos. Sin ponerme colorado quiero decirles que vamos juntos, que creo en las construcciones colectivas, que unidos en Cristo no tenemos por dónde perdernos.

Ayúdenme a agradecer a Dios por la amistad con James. Dios me regaló un amigazo que impulsó mi vocación hacia lo más alto durante los primeros ocho años de mi camino y hoy me sigue impulsando desde el cielo. Se que este sueño cumplido es también un poco el de James. Ayúdenme a agradecer a sus familiares y amigos. Parte de lo que soy se fraguó en ese sexto piso de la Clínica Alemana. Ahí me enseñaron el valor del estar que no anula el dolor, pero lo hace más llevadero. Ahí aprendí que el sacerdocio no es un título o una chapita, sino es estar-con él. La vida es más fuerte que la muerte; y hay una solidaridad espiritual que es más fuerte. Por eso también ayúdenme a agradecer a Dios por Tatá y Elo que también me acompañan desde el cielo.

Ayúdenme a dar gracias a Dios por mi familia. Ellos me dejaron partir para entrar a este mundo desconocido y me reciben cada vez que vuelvo como si nunca me hubiera ido. Gracias por regalarme la cercanía de mis sobrinos que me permiten ser más Juan que un tío cura. Ayúdenme a dar gracias a Dios porque con mi familia aprendí a ser hijo y hermano; a escuchar y a ser escuchado; a discutir y a ser discutido; a disfrutar en lo sencillo que pasa en cada encuentro. Gracias porque con ellos, especialmente con papá y mamá, aprendo a invertir en lo grande y a ahorrar en el día: ustedes son testimonio de que vale la pena entregarse. Gracias queridos hermanos por la amistad, la confianza, la escuela de amor y por la posibilidad de poder ser siempre yo. Y más les agradezco por haberme dado el mejor regalo que me pudieron dar: gracias por la fe compartida. Lo tengo clarísimo: sin ustedes hoy yo no podría ser cura.   

Ayúdenme a agradecer a Dios por los amigos y las amigas. No es que sea Roberto Carlos, pero me asombro cómo en este camino se multiplicaron los amigos. Entre la mesa, el colegio, la facultad, los trabajos, las misiones y ahora mismo en la Cande, Dios me ha dado muy buenos amigos. Gracias por estar hoy acá, especialmente a los que vienen desde más lejos; por lo que viene de Encarnación. Gracias por estar porque en su amistad se me revela el rostro preferido de Dios. Como dice un librito que se está leyendo bastante, es el rostro del Cristo Amigo. Gracias. Este es el núcleo de mi vocación: Cristo quiere ser amigo, Cristo invita a estar con Él. Ustedes, amigos, me muestran el camino. Que mi amistad y mi estar-con los demás sea mi mayor agradecimiento.

Finalmente ayúdenme a agradecer a la Mater. Ella ganó mi corazón. Su amor y su ternura disuelven mi dureza. Ella me vio llorar, enjugó mis lágrimas y me puso nuevamente en camino. Su santuario es mi descanso y de los pocos lugares donde experimento que no hay más nada que hacer que ahí estar. Ahí estoy, ahí soy. Para estar con Él. Para ser cada vez más de Jesús. Amén.

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