Ir al contenido principal

Regalo de ordenación

“El cristiano debería ser un eterno asombrado. Un constante maravillado de lo que Dios va haciendo en él y en el mundo.” Rossi, A. “Pequeños gestos con gran amor” p.20

Para cuando sea cura no quiero que me regalen auto, dinero ni tecnología. Alguno pudo respirar aliviado. Cuando sea cura quiero que me regalen una mirada. No se si será más de una. Tampoco tengo claro el modo de cuantificarlo.

Aunque suene extraño para el día que sea cura les pido que me regalen una mirada. Sí a mí. Que me regalen una mirada que probablemente se mezcle con la de otros, que se confunda con la de otros, que se entrecorte con la de otros, hasta encontrarnos nosotros. Quiero que me miren, pero no para ser el centro de atención. Saben que me cuesta muchísimo y es un tema que ni siquiera los años de formación pudieron destrabar. Díganme “estrellita” y verán el daño que me hicieron, que me hacen o que me podrán hacer.

Aun así, les pido que me regalen una mirada. No les pido una mirada común y corriente. (Sí, estoy con pretensiones). Quiero que me regalen una mirada con los ojos atentos, el corazón abierto y los brazos dispuestos. Una mirada con atención. Una mirada con detenimiento. Una mirada sobre mi ropa que se dice ornamentos. Una mirada capaz de dejarse provocar por lo que les llame la atención. Una mirada sobre mis manos, mis pies. Una mirada.

Con esa mirada podrán ver cuánto hay de vivido en mis 34 años. Ahora que somos grandes, nos pasa de todo. Soy más futuro que pasado. Pero no dejen de mirar cuánto he vivido. Lo vivido que se impregna en el cuerpo: una cicatriz por ahí, una barba creciente, una pera afectada por sucesivas caídas en bicicleta, un dedo mayor deformado a fuerza de lapicera y de pasión no siempre bien resuelta.

Les pido una mirada sobre mi persona. No se dejen engañar. No soy tan distinto que los demás. No me diferencian muchas cosas. Creo que son muchos más lo puntos en común. También para mí sorpresa. Miren a un peregrino. Miren a un laburador. Miren a un agradecido. Miren a un caminante, aunque no necesariamente encaminado. Miren con verdad y con realidad. Una mirada que sobrevalora algunas cosas acaba por infravalorar otras, pecando en ambos casos de no valorar la realidad como es. La vida como viene.

Les pido una mirada que se asombre. Porque conocen mi historia, lo vivido. Porque (me) conocen en verdad y en realidad. Conocen lo que más vergüenza me da, que no tiene que ver con algo que pude o no hacer, sino que tiene que ver con lo que tal vez sufrieron. Rigideces. Pedantería. Cerrazón. (No viene al caso justificarse). Una mirada que se asombre conmigo. Porque en esa verdad y realidad asombra la misericordia (de Dios).

Una mirada que se asombre porque Dios hace muchísimo en mí en esa misteriosa relación de naturaleza y gracia que muchas veces es naturaleza agraciada, fidelidad incorruptible, paciencia infinita, esperanza probada. Una mirada que se asombre con este presente porque honestamente yo no lo planifiqué demasiado (y lo que tenía planificado la pandemia lo derrumbó). No sabemos cómo terminé de llegar acá. La única verdad es la realidad. Dios con nosotros.

Una mirada que se asombre por lo que Dios hará conmigo. Porque lo mejor, siempre, es lo que está por venir. Porque no estamos terminando ni terminados. Porque seguir a Jesús -y más aún ser cura- no es sinónimo de perfección en el amor, sino que es disposición para caminar, pelear y tropezar por el ideal de la plenitud en el amor. Una mirada que se asombre porque las cosas no se darán como imaginábamos y por momentos como quisiéramos, pero aun así Dios seguirá actuando (en mí).

Comentarios

TAMBIÉN PUEDE INTERESARTE:

Ahora que somos grandes

Ahora que somos grandes los matrimonios son los de los amigos y el juvenil beso nocturno es un te quiero para siempre. Y la casa de tus padres ya no es la tuya y tampoco la de ella. Porque sencillamente son grandes. Por eso los gastos –que no son menores-, las cuotas, ahorros y opciones. Ahora que somos grandes y ningún éxito personal alcanza para satisfacerse. Porque la vida es más que esa propia satisfacción y son otras personas. Porque siendo grandes los éxitos son con otros. Se responsabiliza por otros, se hace cargo de otros y se compromete por otros. Ahora que somos grandes las enfermedades no son la de nuestros padres y abuelos sino la tuya y la mía. Al punto que la muerte es una posibilidad que impone ser reconocida merodeando por esos puertos como fantasma nocturno o velero viejo que amarra a otros muelles. Ahora que somos grandes al pasado se mide en años que me hablan de ciudades, lugares y hasta países. Los minutos, las horas y los días forman semanas de c

No soy un héroe

El muro de Facebook se llenó de comentarios propios de la exuberante expresividad paraguaya. Días después de la Toma de Túnica, junto a una foto de los novicios recientemente revestidos con la túnica que los identifica como miembros de esta Comunidad de los Padres de Schoenstatt, leí: “ellos son los héroes de la Mater que dejaron familia y amigos para construir el Reino” . Me sorprendió y puede ser que sea fruto de que ahora que estamos grandes ya hay un poco más de realidad y de verdad. Coincidentemente cumplo cinco años de haber recibido esa misma túnica. Recuerdo ese día como uno de los más felices de mi vida. Sin embargo, sin falsa modestia, sería una exageración llamarme héroe. También sería falso decir que dejé familia y a amigos a pocas horas de ir a la casa de mis padres para un festejo familiar. No, no somos héroes. Y tal vez esto sea uno de los puntos más notables e impactantes de la vocación sacerdotal. No, no somos héroes ni tampoco somos mártires. Somos peregrinos a

Francisco, un espejo donde no mirarse

Como si fueran voces de un mismo coro, en esta semana Clarín y La Nación emprendieron el más duro embate contra el Papa Francisco. La razón de fondo parecería ser la no presencia en nuestro territorio. Los argumentos para este posicionamiento fueron al punto más bajo de todo: el supuesto desinterés. Como si se dijera que en realidad nadie quisiera la visita del Papa. Para eso se valieron de fotos sacadas desde lejísimos planos y mucho tiempo antes de una misa en Iquique. También le colgaron la responsabilidad de un sinnúmero de problemas de una Iglesia chilena que desde hace año rumea melancolía y decadencia. Si bien este último punto merece una lectura crítica y detenida, resultaba sorprendente el esfuerzo por unir la figura de Francisco a esta historia negra. No se le discuten las claras palabras -¿lo escucharán?- y tampoco los gestos inequívocos –porque los equívocos suelen interpretarlos de acuerdo a su narrativa elegida-. Es difícil de comprender esta actitud de los dos diarios