Aunque suene extraño para el día que sea cura les pido que me regalen una mirada. Sí a mí. Que me regalen una mirada que probablemente se mezcle con la de otros, que se confunda con la de otros, que se entrecorte con la de otros, hasta encontrarnos nosotros. Quiero que me miren, pero no para ser el centro de atención. Saben que me cuesta muchísimo y es un tema que ni siquiera los años de formación pudieron destrabar. Díganme “estrellita” y verán el daño que me hicieron, que me hacen o que me podrán hacer.
Aun así, les pido que me regalen una mirada. No
les pido una mirada común y corriente. (Sí, estoy con pretensiones). Quiero que
me regalen una mirada con los ojos atentos, el corazón abierto y los brazos
dispuestos. Una mirada con atención. Una mirada con detenimiento. Una mirada
sobre mi ropa que se dice ornamentos. Una mirada capaz de dejarse provocar por lo
que les llame la atención. Una mirada sobre mis manos, mis pies. Una mirada.
Con esa mirada podrán ver cuánto hay de vivido
en mis 34 años. Ahora que somos grandes, nos pasa de todo. Soy más futuro que
pasado. Pero no dejen de mirar cuánto he vivido. Lo vivido que se impregna en
el cuerpo: una cicatriz por ahí, una barba creciente, una pera afectada por
sucesivas caídas en bicicleta, un dedo mayor deformado a fuerza de lapicera y
de pasión no siempre bien resuelta.
Les pido una mirada sobre mi persona. No se
dejen engañar. No soy tan distinto que los demás. No me diferencian muchas
cosas. Creo que son muchos más lo puntos en común. También para mí sorpresa. Miren
a un peregrino. Miren a un laburador. Miren a un agradecido. Miren a un
caminante, aunque no necesariamente encaminado. Miren con verdad y con
realidad. Una mirada que sobrevalora algunas cosas acaba por infravalorar
otras, pecando en ambos casos de no valorar la realidad como es. La vida como
viene.
Les pido una mirada que se asombre. Porque
conocen mi historia, lo vivido. Porque (me) conocen en verdad y en realidad.
Conocen lo que más vergüenza me da, que no tiene que ver con algo que pude o no
hacer, sino que tiene que ver con lo que tal vez sufrieron. Rigideces.
Pedantería. Cerrazón. (No viene al caso justificarse). Una mirada que se
asombre conmigo. Porque en esa verdad y realidad asombra la misericordia (de
Dios).
Una mirada que se asombre porque Dios hace
muchísimo en mí en esa misteriosa relación de naturaleza y gracia que muchas
veces es naturaleza agraciada, fidelidad incorruptible, paciencia infinita,
esperanza probada. Una mirada que se asombre con este presente porque
honestamente yo no lo planifiqué demasiado (y lo que tenía planificado la
pandemia lo derrumbó). No sabemos cómo terminé de llegar acá. La única verdad
es la realidad. Dios con nosotros.
Una mirada que se asombre por lo que Dios hará
conmigo. Porque lo mejor, siempre, es lo que está por venir. Porque no estamos
terminando ni terminados. Porque seguir a Jesús -y más aún ser cura- no es
sinónimo de perfección en el amor, sino que es disposición para caminar, pelear
y tropezar por el ideal de la plenitud en el amor. Una mirada que se asombre
porque las cosas no se darán como imaginábamos y por momentos como quisiéramos,
pero aun así Dios seguirá actuando (en mí).
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