Escribir en tiempos de
coronavirus me resulta tan necesario como difícil. Tengo la impresión que ya se
han hecho todas las reflexiones. Leí, escuché y vi a muchos que lograron
abordar esta situación con sentimentalismo, humor y rigor científico ¿Para qué
escribir? ¿Cómo escribo? Puedo escribir como proyecto de cura que soy, como
hombre de fe, como amigo de Jesús, como estudiante de teología; pero claro,
velas a tu santo. Puedo escribir como expatriado por opción, como argentino con
permanencia en Chile, como habitante de Puente Alto; pero claro, el coronavirus
supera fronteras. Puedo escribir como politólogo, como ex empleado de la
Ciudad, como político derrotado en elecciones de centro de estudiantes; pero
claro, es más complejo.
Esta dificultad viene a iluminar
una realidad de esta crisis. El coronavirus nos está captando por enteros.
Impacta e impactará en nuestras biografías, en nuestros sentimientos, en
nuestras emociones, en nuestros proyectos y hasta en nuestros hábitos más
elementales ¿Tienen papel higiénico suficiente? Estamos ante una crisis sanitaria,
claro está; pero se va transformando en una crisis existencial. De pronto nos vemos
confrontados a preguntas que marcan la totalidad de la vida. Acostumbrándonos a
tomar distancia de todo, este tiempo también nos pone en nuestras narices las
preguntas más humanas: por la enfermedad, la muerte, la amistad, el amor y más.
Es la vida misma y su sentido.
En ese horizonte vemos lo mejor y
lo peor de nosotros mismos. Veo el egoísmo por acaparar, por sacar ventajas. Veo
“mapadres” desbordados que legitiman cualquier cosa. Veo emprendedores
improvisados con buen olfato para el negocio a costa de la urgencia. Veo
vendedores probados sin posibilidad de respirar por la urgencia. Compré alcohol
en gel a luca (¿Será alcohol en gel?) Veo colegios sin plataforma para perder
ni un solo día más de clases entre estallidos y estallados. Es cierto. Pero
también veo a hijos haciendo sus tareas a la par del trabajo remoto de sus
padres. Veo conexiones de un grupete de buena gente que se unen en distintas
latitudes para acompañarse. Veo capillas que se abren aunque no haya qué celebrar.
Veo tapas de diarios con un mismo mensaje. Veo conciertos que cantan el vértigo
desde la casa. Veo líderes políticos unidos en una misma foto (y como soy
politólogo y sé que es “más” complejo, casi me emociona). La humanidad misma en su vida así como es,
así como viene.
Estudiando para la prueba de “Moral
de la Persona” que tengo el viernes (estudiando mucho, dicho sea paso en caso
de que la extraordinaria profe Claudia lea esto por algunas de las vueltas de
la vida) nos deteníamos en el relato de la creación del Génesis. Resumidamente
decíamos que el pecado viene por la vergüenza de estar desnudo. Tal vez no
sumaba mucho decir esto, pero para chapear con que estoy estudiando en cuarentena
me parecía que sumaba. “Vergüenza es robar, mentir y ser de Racing”, dice Tati.
Bueno. El caso es que con el mundo entero con esta humanidad desnuda (en “bolas”
dirían en el barrio), podemos sentir vergüenza por esta misma raza o mejor
aprovechar esta situación para reconocernos, para descubrir quiénes somos, para
descubrir qué somos, para vernos solos y necesitarnos acompañados. En ese mismo
momento de percibirse desnudo, el hombre se reconoce sujeto.
Contemplar la humanidad desnuda –contemplarnos
así como somos- puede ser una posibilidad para también definirnos quiénes
queremos ser. Entre contradicciones y buenas intenciones, el coronavirus nos
metió en una especie de retiro colectivo. Para los que tenemos el precioso don
de la fe estoy seguro que puede ser una oportunidad para que encontrándonos más
con nosotros mismos podamos encontrarnos más con Dios. No habiendo posibilidad
de grandes haceres, queda lo enorme de tu ser. Ahí mismo el misterio de lo que
somos –de lo mejor y de lo peor que esta crisis pone de manifiesto- se revela
en el misterio de Cristo. Esto lo dice GS22 y en realidad no lo estudié en esta
semana, pero es de las cosas que he estudiado y que más me gusta y siempre suma
decirlo. Cristo y yo unidos, reconociéndonos y haciéndonos amigos, compañeros,
testigos.
En esta misma desnudez ha entrado
la Iglesia. Acatando pedidos de arriba -aunque no se cuán arriba-, no hay
celebraciones. Y de pronto experimentamos una angustia de saber que algo que
teníamos ya no tenemos. Extrañamos saber que Jesús sigue reuniendo a
multitudes, a unos pocos o una viejas devotas cerca de casa. Vayamos o no a
misa, hoy nos parece rarísimo que esa posibilidad no esté abierta. Imagino con
emoción el día en que todo esto pase y nuestras capillas reciban a los mismos
de siempre y a muchos nuevos para fundirnos en un abrazo, en un beso y en
alguna lágrima. Hasta entonces, obviamente, nos damos la paz con cabezazos, no
nos damos la paz, recibimos la paz 2.0. En todo caso nos hará bien recordar y
recibir que Cristo está presente más allá de sus celebraciones ¿Nos vemos ahí?
Si escribir es difícil,
imagínense terminar. Queda mucho por decir, mucho por hacer, por pensar y por
reflexionar. Pero no, dejemos todo por acá. La humanidad está desnuda, no la
vistamos demasiado rápido.
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