
Cumplida la primera semana se
llevó a cabo la marcha más grande que alcanzó un millón doscientos mil
participantes. La nota saliente fue la absoluta paz con la que se desarrolló
que fue muy a contramano de lo que habíamos visto hasta entonces. En medio de
la oscuridad fue un canto de esperanza. Nos hizo ver y aprender rápidamente que
el reclamo sin violencia puede ser posible; y también oído. Podía ser el inicio
de un nuevo proceso de este movimiento, las bases de una nueva normalidad. Sin
embargo, no pudieron o no quisieron construir desde ahí. El presidente pidió la
renuncia a todos sus ministros. La mayoría de estos cambios fueron percibidos
como un cambio de figuritas y no mucho más. Así se dejó pasar la oportunidad de
abrirse a un gobierno de coalición, dando espacio a otros sectores o -en el
peor de los casos- a desnudar mezquinos intereses que también abundan. Sí
desaparecieron las fuerzas militares, aunque la violencia ahora quedó en mano
de los Carabineros con episodios represivos absolutamente impropios. Lo
problemático de todo esto es que la mala respuesta a este movimiento generó un
millón doscientos mil frustrados.

El movimiento social también ha
dado fruto en muchísimas expresiones pacíficas no del todo acogidas por el
poder político. La cultura ha sido un bonito lugar de encuentro y un espacio
para respirar aire nuevo. Todos nos emocionamos escuchando la nueva versión de
“El derecho de vivir en paz”. Y las
canciones de Los Prisioneros y del mismo Victor Jara adquirieron una dolorosa
actualidad. Por otro lado se empezaron a multiplicar Cabildos auto convocados
como instancias de diálogo civil y de propuestas de mejoras en los más diversos
ámbitos ¿Lo bueno? La participación ¿Lo malo? Sin ser acogidos por el poder de
turno están llamados al fracaso y a ser solamente un caldo de cultivo de
mayores frustraciones. Es cierto que en un gobierno unitario esto es más
complejo, pero me resulta increíble cómo el Estado en ninguno de sus niveles
haya dado cauce para su buen desarrollo y para que así sean un verdadero aporte
de la nueva normalidad.
Una cara paradójica de este
desarrollo es el lugar de las casas de estudio. Los colegios se han visto
desbordados y el pésimo sistema educativo ha confirmado una vez más su
condición. La educación en Chile es elitista, segregadora y, en muchos casos, a
espaldas de la realidad. Las universidades fueron cerradas en un primer
momento, luego tuvieron horarios restringidos y más adelante dieron lugar a
cabildos como los ya mencionados. En las últimas semanas, lastimosamente
también han sido escenario de vandalismo. Con mis propios ojos vi prenderse
fuego el Duoc de Puente Alto, una sede de un Preuniversitario en La Florida, la
casa central de la UC en la mítica Alameda y el tristemente famoso ataque a una
de las sedes de la Universidad Pedro de Valdivia de principios del siglo
pasado. Por otra parte, muchas facultades se han manifestado en paro alegando
un principio de solidaridad. A menudo me pregunto,
¿de dónde se alimentará el pueblo que busca una nueva normalidad si las casas
de estudio permanecen cerradas y les dan la espalda?

El futuro es incierto. Del racimo
de demandas algunas se han abordado de una manera que parece ser más maquillaje
que el cambio estructural que la realidad reclama. Es cierto también, los
reclamos han ido desde el aumento del sueldo mínimo al fin de una educación
sexista. Pienso que más allá de los reclamos en sí lo que hay que escuchar es
justamente la incapacidad de ser escuchado. Por eso mismo resulta tan poco
creíble aquellos que dicen haber entendido el reclamo o haber escuchado.
Justamente ante demandas tan amplias no hay líder que pueda representar a todas
ellas. En este escenario veo en el horizonte dos posibles resultados: el
surgimiento de un populismo o la canalización por vías democráticas de los
reclamos. En concreto, pienso que Piñera tiene la oportunidad histórica de dar
inicio a un proceso de largo plazo hacia una nueva constitución nutrida de
diálogos y encuentros populares.
Para terminar, mientras escribo
estas líneas tomo conocimiento de que los heridos en sus ojos por la represión policial ya superó los doscientos. Se habla incluso de casos de ceguera y de
mutilaciones. No se me ocurre mejor metáfora del pésimo y triste desarrollo de
esta movilización social: lentamente nos están dejando ciegos, incapaces de
vernos, de encontrarnos y de reconocernos necesarios para construir una nueva
normalidad.
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